De la misma manera que en los sectores populares se aplicaron motes como cajetilla o niños bien a quienes pertenecían a niveles sociales de mayor poder adquisitivo, en las denominadas clases altas pero también en las franjas medias de la población, particularmente porteñas, se acuñaron calificativos burlones que adquirieron una triste notoriedad.
Desde los “sin calzones” de la Revolución Francesa hasta los “cabecitas negras” de los años cuarenta en Buenos Aires, los conflictos sociales estuvieron cruzados no sólo por las luchas políticas sino también por el humor, la ironía descalificadora contra el otro.
Es precisamente en Buenos Aires y a mediados de la década de 1940, que aparece la palabra grasa para identificar a la persona de hábitos considerados vulgares y de gustos rústicos.
El término es hiriente, y alude en forma directa al trabajo físico, manual. Una teoría sobre su origen, lo relaciona con el inglés “greaser”; que se traduce al castellano como grasiento, un calificativo que utilizarían los norteamericanos del oeste para referirse a mejicanos y latinos en general. Es razonable éste argumento, ya que en 1946, cuando en la Argentina se libraba una intensa lucha política entre el gobierno militar y el recién electo presidente Juan Domingo Perón por un lado y las fuerzas de oposición por otro, acompañadas por el embajador estadounidense Spruille Braden, se puso “de moda” esa palabra. Algunos la relacionan con el círculo de la embajada, que mantenía un estrecho contacto con los sectores de oposición.
Por el contrario, los trabajadores, sobre todo los industriales, eran la base de apoyo del movimiento que comenzaba a identificarse como “peronista.” Fueron los primeros en recibir el mote.
Como suele suceder con otros calificativos, los destinatarios se apropiaron del vocablo y lo asumieron como propio. Por tal motivo, Eva Perón, esposa del presidente, mencionó en algunas oportunidades a sus seguidores, como “mis queridos grasitas”, con cierta ternura y un dejo de ironía. El mismo recorrido sufrieron palabras como “descamisado”, usada por la oposición antiperonista y apropiada por los adherentes justicialistas.
En esa zaga que pretendía ser ingeniosa, apareció la frase “cabecita negra” para nombrar a los compatriotas del interior, que por esos años llegaban a Buenos Aires en gran cantidad.
Del “grasa” original, derivaron graserío, para mencionar a un conjunto de grasas; grasún, como superlativo de grasa. Con el paso de los años, el “grasa” no perdió vigencia, pero se incorporaron vocablos como “mersa” en los años sesenta y “groncho” en la década del ochenta.
Del Libro Personajes en el Tango – Roberto Bongiorno – Editorial Unilat – 2010
Grasa: Pop. Menestral, obrero
«… Tu lugar está aquí, entre los grasas de tus compañeros».
Bernardo Kordon – Vencedores y Vencidos – 1968
De Humilde Condición
«… si tenés un apellido grasa tenés que defenderte, como gato panza arriba, che».
Ernesto Sábato – Sobre Héroes y Tumbas – 1961
Inhábil, torpe
«… cuando la carrera es fácil, ganan hasta los grasas».
Andanzas de Juan Mondiola – Miguel Ángel Bavio Esquiu – 1947
Del ing. EE.UU: se aplica a los mejicanos y, en general a los latinoamericanos, por cruce con el cast. grasa, substancia pingüe y untuosa. En nuestro país, comenzó a difundirse durante los primeros años del gobierno de Juan Perón (1946), acuñada, tal vez, por el círculo del embajador norteamericano Spruille Braden para aludir a la descuidada apariencia de los seguidores de aquel mandatario.
Graserío: colectividad de los grasas.
Pa´ que Sepan Cómo Soy
Abran cancha… y no se atoren que hay pa’ todos y tupido,
tome nota la gilada que hoy da cátedra un varón,
y aunque nunca doy consejos, porque no soy engrupido,
quiero batir mi prontuario… pa’ que sepan cómo soy.
No me gusta ser ortiva, ni nací pa’ lengua larga,
y aunque me apure la yuta sé callar en la ocasión,
no le doy bola a los grasas que me miran y se amargan,
conservando la distancia sé engrupir con distinción.
En la timba soy ligero, yo nací pa’l escolaso,
no se afane la muñeca cuando sobra calidad,
yo conozco muchos vivos que cayeron en el lazo,
el que liga y se embalurda se deschava sin pensar.
Pa’ las pilchas soy de clase
siempre cuido mi figura,
para conquistar ternuras
hay que fingir posición.
Yo conozco bien el fato
para mí el chamuyo es juego
lo bato sencilio y reo
pa’ que sepan cómo soy.
Sé muy bien que entre los buscas hay algunos que me chivan,
y me quieren dar la cana por envidia o por rencor,
pero para mí no hay contra, los dejo tragar saliva,
son borrados que no corren, son bagayos de ocasión.
Con guita, cualquiera es vivo, son anzuelos los canarios.
La cuestión es ser un seco y que te llamen señor;
yo la voy de bacanazo, más si junan mi prontuario
sabrán que soy sin más vueltas… ¡un porteño flor y flor!
Tango – 1951
Letra: Norberto Aroldi
Música: Emilio González
¿En Algún Momento Hiciste Música Grasa?
“Siempre me llamó la atención cómo podía ser posible que la misma persona fuera capaz de hacer «Café La humedad» y temas como el «El ladrón».
Bueno, primero nació el tipo de Café La humedad. No te olvides que yo debuté tocando el piano en una orquesta típica a los 15 años. Después se me llenó la cabeza de humo: las guitarras eléctricas, el rock, el twist. Acá se esuchaba tango y jazz hasta que apareció Elvis y Palito, y entonces nació una música popular argentina. Lo grasa llegó más tarde.
¿En algún momento hiciste música grasa?
Yo nunca renegué de Quieren matar al ladrón o de Lo llaman el matador. Los sigo haciendo en los shows y si no los canto, la gente me mata… Sé que hay muchos artistas que agarran la onda culturosa y se despegan de su pasado. Unos hipócritas. Lo mío no es caca. Si está bien hecho, es música, música popular. A mí me gustan Los Pibes Chorros, Damas Gratis, Piazzolla, El Polaco Goyeneche… Mirá mi discoteca y vas a ver qué hay de todo. Tango, bailanta…”
Cacho Castaña – Clarín – 14-11-06