Felipe H. Fernández (1889-1929) se inició tempranamente en las letras y el periodismo. Mientras escribía versos sentimentales decididamente románticos, poesías cultas que, con su nombre aparecieron en El Hogar, Vida Moderna o La Pampa Argentina, difundió los poemas lunfardescos en la revista L.C y en los diarios Última Hora y Critica- fue cronista policial de Natalio Botana-, pudorosamente oculto tras el seudónimo de Yacaré.
Público cinco monólogos: El Nido Vacío, de tono dramático; El Poder de las Suegras, satírico; Cojo, Viejo y Vividor y La Filosofía del Ajenjo, cómicos y El Estrellao, diálogos callejeros. Poco antes el viejo editor Andrés Pérez, en una colección de tangos populares, incluyó las conservan, en cambio, los textos de las obras teatrales escritas en colaboración con Eligio González Cadavic: Noticia de Policía (con música de Francisco Payá, fue estrenada por Muiño- Alippi en 1916) y La Eterna Canción (interpretada por Enrique de Rosas, en 1918).
Hombre de buena lectura, compartió su estro con la musa ilustrada y la jergal, en una dicotomía interior que lo asedio continuamente, y que el trato de satisfacer con dos libros de distintos relieves: Versos rantifusos (1916), que es el que entroniza a Yacaré en el panorama de la poesía popular argentina, y Con toda mi alma (1918), obra poco meritoria, originada a la vez, en el estímulo de la crítica a sus cualidades poéticas y en alguna que otra censura del tema y lenguaje empleados en el libro anterior.
En plena madurez sobrellevó las dudas y cavilaciones acerca de la elección del verdadero camino de su actitud creadora, incertidumbre que no lo abandono nunca. Algunas trovas camperas, divulgadas en voces ilustres, como la de Gardel, y una Gramática del chamuyo rantifuso, inhallable en las páginas perdidas de Critica completan su bibliografía.
De “Regular Ilustración”, se define autobiográficamente, Versos Rantifusos revela a un poeta dotado de cualidades sobresalientes. Mentor de sus conocimientos literarios, en el prólogo se anima a mencionar a Villaespesa, Vasseur. Diario, Valle Inclán y Carrere, sin olvidar a la Real Academia Española a la que, en juego de ingenio, le constituye el lema limpia, fija, y da esplendor por otro más ranoide: lampa, faja y da color.
El modernismo influyó no solo en los poetas cultos sino, también, en los populares. Yacaré no soslayó ni ocultó ese influjo, pero adopto una actitud de ruptura y remedó el rubendarismo de lenguaje barroco, elementos lúdicos y climas olímpicos en una jerga desnuda y realista: Y en las concavidades de celeste mayólica/ nebulosa en la fiebre de mi añeja bucólica…/ esfungio en la catrera de un mistongo bulín.
Una constante temática: el barrio, y dos corrientes subsidiarias: el conventillo y su gente, caracterizan la poesía yacareana. Podría afirmarse, en realidad, que trata un solo asunto con su vasto espectro social y humano. San Telmo, de antigua tradición, fue el área donde el poeta vivió gran parte de su vida. Infancia, adolescencia y hasta la prematura madurez, transcurrieron en ese ámbito donde Fernández espigó costumbres y estampas que pasmó en versos veraces y nobles.
Advertimos en Yacaré cualidad natural y espontanea para precisar, en pocos trazos, el retrato de los personajes locales.-Son imágenes nítidas, acabadas,, plasmadas con rara exactitud, con economía verbal, definidos los protagonistas en sus atributos étnicos y hábitos cotidianos más significativos mediante descripciones concisas.- Dúctil y sensible contemplador, inventaría a sus vecinos: el reo, el cafishio, el pechador, el pesao, el encargado del convento, la costurera, el vigilante y el malevo.
Cuando Fernández editó versos rantifusos, adelantando su contenido en las publicaciones donde colaboraba, apenas hacia cuatro a los que el poeta de Misas Herejes había dejado definitivamente aquel Palermo de muchachas pálidas, corajudos, cuchilleros y organito monocordes. Carriego- con el Bancha de algunos poemas de Las Barcas y el Fernández Moreno de los apuntes ciudadanos- acentuó la corriente sencillista, a la que Yacaré, paciente lector y empedernido aspirante al Olimpo de la poesía erudita, no permaneció ajeno.- En muchas composiciones se comprueba su influencia y la adopción de climas, formas y métricas semejantes.
Quien cita a D´annunzio, Ghiraldo o Nervo, sin olvidar al eterno Rubén y al evangélico Almafuerte, y canta “al ratifuso conventillo”, no disimula el profundo dominio de las normas perspectivas de la versificación. Yacaré utiliza variedad de modos y metros, aunque su preferencia se inclina hacia el soneto endecasílabo, del que es su mayor difusor en el periodo precursor de la poesía lunfardesca.
También recurre a combinaciones de versos de siete, ocho y dieciséis silabas, siempre con acierto.
Yacaré fue, ante todo, un poeta nato del arrabal, dueño de cierta cultura autodidacta con la que aspiró a alternar con los escritores de su hora, para cuyo cotejo escribió páginas románticas y nostalgiosas. No obstante son premonitorias sus palabras en el umbral de Versos rantifusos: “Ante todo, debo dejar constancia de que el armonioso idioma cervantino se halla, desde hace rato, absolutamente enemistado con mi chamuyo mistongo”.
Como otros poetas lunfardescos, fue cronista de su tiempo inclinado, más que hacia el relato o el folletín de suceso doméstico, el cincelado de efigies inseparable de su contorno. No es un pintoresquista abigarrado de tonos, sino un dibujante sin estridencias.
El tono sencillista de su poesía, que no desoye la predica social, espejea una realidad expresiva, mas autentica que la de algunos coetáneos que inventaron otra ciudad y otra gente. Poemas desde el idioma distingue las vidas pobres y desheredadas que sobreviven en un pozo de miseria y vicio, con su cuota de patético realismo.
Yacaré acude siempre que le es posible, a la nota humana, sentida. Es un sensitivo y reacciona espontáneamente. No se le exijan canticos ni odas. El suyo es un verso intimista, aunque parezca extrovertido, porque propicia el acercamiento del hombre al prójimo, en la integración de estampas, que son espiritualmente esperanzadas. El amor, la amistad, y el dolor valen como pivotes.- Tierna, cordial, ligeramente festiva la poesía de Fernández se alimenta de reflejo.
En cuanto hace al estilo hay que diferenciar dos zonas claves. En la primera, la poesía netamente lunfardesca resalta fidelidad y colorido en la descripción, aunque no se advierten mayores recursos metafóricos. Los versos populares, en la otra, no ocultan cierta expresividad quejumbrosa y romántica, y algún leve atisbo metafísico.
El Lunfa- Primavera 1977 – Por Luis Ricardo Furlán