“Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre”. Ésta frase dicha por un soldado aún en un contexto de guerra, no podemos asegurar que constituya un delito gravísimo como la figura de “traición a la patria”; y si se justificaba la pena máxima.
Cuentan que el hombre fue intimado a rendir honores al pabellón que le presentaron y ante su negativa, lo fusilaron sin juicio previo.
Ésta historia nunca comprobada fehacientemente, fue difundida por Bartolomé Mitre. El personaje en cuestión es el soldado argentino Antonio Ruiz, alias “Falucho”. El “Negro
Falucho” como afirman que era su apodo y con el que pasó a la posteridad, nació esclavo en la ciudad de Buenos Aires, hijo de padres africanos. Había sido comprado por el comerciante Antonio Ruiz, quien se cuenta que le dio la libertad. El joven liberto entonces, habría adoptado el nombre y apellido de su ex propietario.
Al estallar la Revolución de Mayo, Ruiz se alistó o fue “arriado” en una leva y se hizo soldado de los ejércitos patriotas. Habría integrado las filas del Ejército del Norte, combatiendo en las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma. Más adelante formó en el Ejército de Los Andes a órdenes del general José de San Martín y así llegó a Lima bajo el mando del Libertador. Ya entonces era conocido como “Falucho”, por el esmero con que el hombre cuidaba su sombrero de dos picos, prenda conocida como “falucho”.
Esta anécdota parece naufragar ante los registros históricos, ya que dicho sombrero fue muy conocido por la posteridad, porque es el modelo que exhibe el general San Martín en algunos cuadros que lo representan. Por lo tanto sólo sería usado por jefes y oficiales y no por soldados.
El dramático final le habría llegado el 7 de febrero de 1824 en la fortaleza del Callao, en la ciudad de Lima. La antigua capital del Virreinato del Perú había sido liberada por el general San Martín, quien luego proclamó la independencia de ese país. El jefe argentino ejerció la presidencia provisional y luego se retiró, delegando también el mando militar. Los realistas recién serían derrotados definitivamente a fines de 1824 en la batalla de Ayacucho, Perú, por el ejército patriota al mando del Mariscal Sucre.
Pero a principios de ese año, las tropas criollas encargadas de la custodia del viejo fuerte en el que permanecían encerrados militares españoles, atravesaban un momento de fuerte descontento, ya que tenían sus sueldos atrasados y faltaba alimentación y vestidos. Y frente a ellos, un futuro incierto.
En ese caldo de cultivo, algunos oficiales realistas tomaron contacto con dos suboficiales criollos, convenciéndolos para que liberen a los prisioneros de guerra y entreguen la fortaleza. La traición tuvo éxito y los sublevados se fueron apoderando de las instalaciones, hasta acceder al sitio donde flameaba un pabellón seguramente peruano, ya que el país hermano era independiente. La intención de los rebeldes fue reemplazar la bandera criolla por la española y con tal fin mandaron formar a la tropa para rendir honores. “Falucho” se habría negado a rendir tributo a la enseña enemiga, pronunciando la frase que se le atribuye. Pero una placa de bronce fijada al pie de su monumento, afirma que Ruiz antes de ser ejecutado gritó: “Viva Buenos Aires”. Acto seguido, el soldado porteño rompió contra el mástil el fusil con el que cumplía la guardia. La respuesta fue su ejecución inmediata.
Hasta aquí el relato de Bartolomé Mitre incluído en su obra “Historia de San Martín y la Emancipación Americana”, publicado por primera vez en 1857 en el diario Los Debates de Buenos Aires. Cabe destacar que el protagonismo del general Mitre, se desarrolla a comienzos de la llamada Organización Nacional bajo la hegemonía porteña, coincidente con la construcción de una épica que debía dotar a la Nación de una buena galería de próceres.
La historia o relato de Falucho, no fue ajeno a esa necesidad de fortalecer el culto a los héroes nacionales.
Habilitado el soldado Ruiz por la prédica mitrista para su ingreso en la Historia oficial, comenzó una suerte de reconocimiento del soldado. En 1889 el retratista afrodescendiente Juan Blanco de Aguirre, inició una colecta para construir un monumento a “Falucho”. La recolección de fondos alcanzó también a Uruguay, a la Cámara de Diputados argentina y a algunas provincias. Si bien nuestra Historia ya registraba militares de ascendencia africana como el coronel Lorenzo Barcala, salvo algún caso puntual nunca lo había hecho con un hombre de tropa.
En 1889 Rafael Obligado con su poema “El Negro Falucho”, también contribuye a esa recuperación de la memoria y un buen día comenzó la construcción, que por fallecimiento del autor del boceto, Francisco Cafferata, quedó a cargo de Lucio Correa Morales. Luego de varias postergaciones, la estatua se emplazó el 16 de mayo de 1897 en la Plaza San Martín, frente al monumento del General San Martín. En la inauguración abundaron los discursos, festejos y una orquesta sinfónica ejecutó la marcha patriótica “Falucho” del afrodescendiente Zenón Rolón.
Pese a los homenajes iniciales, en 1910 la Municipalidad porteña retiró el monumento alegando razones de urbanización. “Falucho” fue a parar a una plazoleta del barrio de Villa Crespo, mientras “…se termina el basamento definitivo” en otro sitio, aseguraron desde el gobierno comunal.
Fotografías de la época, documentaron el traslado del soldado “Falucho” dentro de un gran cajón, transportado por un carro municipal. La medida generó fuertes protestas en la prensa y por parte de algunas personalidades como Leopoldo Lugones.
Finalmente, la estatua se instaló en su ubicación actual, en la plazoleta “Falucho”, flanqueada por las avenidas Santa Fe y Luis María Campos, en el barrio de Palermo frente a los cuarteles del Ejército Argentino.
Si bien hoy el soldado Antonio Ruiz, el “Negro Falucho”, es poco conocido por mucha gente, algunas canciones de antiguo registro como “El Negro de San Martín” de Juan Fulginiti y Agustín Magaldi, lo siguen recordando a través de grabaciones casi centenarias.