En el 2013 el genial director Guillermo del Toro estrenó la que tal vez sea su película más “pochoclera”, la que menos se asemeja a su impecable filmografía, pero que a su vez fue un proyecto de pasión y una carta de amor al animé de robots/mechas gigantes y los monstruos aún más enormes que vienen poblando las pantallas japoneses desde la década del cincuenta.
Titanes del Pacífico fue un moderado éxito, un desborde de creatividad visual, una mezcla de Evangelion, Transformers y los films donde los kaijus (monstruos de gran porte) ubicada en un futuro apocalíptico. La humanidad debió crear máquinas de tamaños de edificios, los Jaegers, cuyos pilotos deben poder tener una afinidad a nivel neuronal para conectar sus cerebros y así conseguir controlar la complicada maquinaria. Los enemigos aparecen periódicamente a través de un portal interdimensional ubicado en el lecho marino del Océano Pacífico.
Hay una historia detrás de todo el espectáculo de destrucción, hay personajes más o menos desarrollados. La lógica interna del largometraje hace agua por todos lados. Titanes del Pacífico es una película “tonta”, hecha en una época en donde estaba de moda, en ciertos círculos cinéfilos snobs, criticar las películas de Transformers por ser puro espectáculo visual vacío de contenido. El film de del Toro llegó para satisfacer a todos ofreciendo el mismo show, pero con un poco más de estilo y con el aval de la reputación del director ya consagrado. Titanes del Pacífico fue Transformers para los que se jactan de ver solo “cine de autor”.
La recaudación modesta, sin llegar a ser un fracaso, demoró los planes de una secuela. Cinco años después llegó Titanes del Pacífico: La Insurrección, dirigida por Steven DeKnight (un veterano de la televisión) y todo el atractivo y estilo que Guillermo del Toro le había impreso a su obra quedó en el recuerdo. Esta segunda parte fue un fracaso en la taquilla, los críticos la destruyeron, pero pese a todo muchos fanáticos la convirtieron en una película casi de culto.
Las conversaciones para realizar una serie animada existieron aún antes de la secuela en live action, pero fue en el 2018, año del estreno de Insurrección, Netflix anunció la producción de siete episodios animados, con una fecha tentativa de estreno para el fatídico 2020.
La productora japonesa Polygon Pictures se unió a los capitales estadounidenses para llevar adelante la animación, eligiendo así los directores y encargándose de todos los aspectos técnicos. Esto, de base, era una buena noticia. La compañía oriental fue responsable, entre otros productos, de Star Wars: The Clone Wars, una de las series animadas más aclamadas del universo ideado por George Lucas. También tenían experiencia animando robots gigantes ya que estuvieron detrás de Transformers: Prime y Transformers: Robots in Disguise.
El estilo de animación, que se iba a circunscribir al tradicional animé, resultaría en una combinación de elementos 2D junto con animaciones en 3D generadas por computadora. Esto permitiría que los mechas héroes pudieran ser explotados en todo su esplendor, permitiendo una mezcla estética que fusiona lo tradicional con lo moderno.
La historia se centra en dos hermanos, Taylor y Hayley, quienes quedan huérfanos después que sus padres, pilotos de los robots gigantes, van tras los pasos de unos kaijus y nunca regresan. Tras un hiato de cinco años los jóvenes se encuentran con un jeager de entrenamiento llamado Atlas Destroyer (todos los mechas tienen nombres así de pintorescos) y, por esa magia que permite este mundo de fantasía, consiguen poner en marcha el enorme aparato con el fin de ir a buscar a sus padres y a los monstruos que, probablemente, se los cargaron.
El principal atractivo de Titanes del Pacífico: Tierra de Nadie es la animación preciosista que presenta.
Este nuevo formato para el universo creado por Guillermo del Toro se adapta a la perfección a la visión que tuvo el director mexicano, y parece la evolución natural del proyecto. Los japoneses tienen una larga tradición de robots gigantes pelando con monstruos (y del Toro ha citado más de una vez al animé como su principal inspiración) así que la unión de Oriente y Occidente en la producción es, claramente, un acierto.
El diseño de los personajes, los mechas y los monstruos se amalgaman muy bien con los paisajes post apocalípticos, y a eso se le suma el encanto de los dos adolescentes, que destilan carisma entre tanta tragedia que los rodea.
La popularidad de esta serie le garantizó una segunda temporada que se estrenará en el transcurso de este mes, también en Netflix, y se suma a la precuela en formato comic-book titulada Titanes del Pacífico: el apagón, publicada en Estados Unidos el pasado febrero.
Los siete episodios, todos de media hora, conforman una secuela encantadora al primer largometraje que consiguen que uno se olvide de esa aburrida segunda parte.