El calavera es un hombre de poco juicio, dicen algunos diccionarios. “Es un buen muchacho pero un poco calavera” podría sentenciar una comadre de cualquier barrio porteño.
Se pueden decir muchas cosas, lo que no se discute es que el calavera es un hombre divertido. El origen de la palabra para calificar al hombre farrista, se pierde en los vericuetos del idioma, pero su uso fue muy difundido y aún comenzado el tercer milenio, goza de una aceptable popularidad.
Sinónimo de juerguista, mujeriego y afines, su figura no está exenta de simpatías y en determinados ámbitos, su presencia era ineludible a la hora de comenzar la parranda.
En la historia del porteño, el calavera ocupa un lugar destacado. Si bien siempre hubo vida nocturna, en los años de oro del tango y aún antes, el calavera frecuentaba academias de baile, cabarets y prostíbulos; sin que tales itinerarios excluyeran eventuales serenatas, bailes de conventillo, garitos o recorridas por sendos boliches con su secuela de alcohol. En la consideración popular, el calavera no era una mala persona, sino alguien un poco “cabeza hueca”, “tiro al aire” y otras filosóficas definiciones.
Los calaveras de alto vuelo, motivaban la admiración de sus congéneres del barrio; ya que para ser un auténtico hombre de la noche, había que tener recursos o saber conseguirlos en el caso de tratarse de un “seco”, un “pato”; como se solía denominar a quien no tenía un peso encima.
Pero en esa admiración o simpatía, estaba implícita una condena tácita, ya que con el paso de los años, el calavera que no “sentó cabeza” se encuentra solo, sin dinero y viejo. Al vivir una eterna juventud, una milonga corrida que se prolongaba por muchos años, el calavera no veía ni sentía el paso del tiempo, hasta que una circunstancia como la muerte de la “viejita”, descuidada por la farra o una enfermedad que le recuerda su verdadera edad, lo devuelve a un amargo presente; ésta es la moraleja explícita de tantos tangos.
“Dejá las pebetas
para los muchachos
esos platos fuertes
no son para vos.”
Le recomienda con brutal ironía el tango “Enfundá la Mandolina” a Cipriano, una calavera en plena decadencia. El cancionero urbano que recoge historias de calaveras más o menos exitosos, es abundante; pero todos tienen un final parecido.
A pesar de que el calificativo parece acuñado para el género masculino, un personaje insospechado de tanguero como el Sargento Cruz, compañero de desgracias del Gaucho Martín Fierro, lo hace extensivo a las mujeres, ya que refiriéndose a ellas sostiene:
“Si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.”
Por obra del tango o la mitología popular, o simplemente porque son mayoría, los hombres se han apropiado abrumadoramente del mentado adjetivo. A las mujeres que incursionan en ese rubro, se las suele denominar de otra manera.
Como se Pianta la Vida
Berretines locos de muchacho rana
Me arrastraron ciego en mi juventud,
En milongas, timbas y en otras macanas
Donde fui palmando toda mi salud.
Mi copa bohemia de rubia champaña
Brindando amoríos borracho la alcé.
Mi vida fue un barco cargado de hazañas
Que junto a las playas del mal lo encallé.
¡Cómo se pianta la vida!
¡Cómo rezongan los años
cuando fieros desengaños
nos van abriendo una herida!
Es triste la primavera
Si se vive desteñida…
¡Cómo se pianta la vida
del muchacho calavera!
Los veinte abriles cantaron un día
La milonga triste de mi berretín
Y en la contradanza de esa algarabía
Al trompo de mi alma le falto piolín.
Hoy estoy pagando aquellas ranadas,
Final de los vivos que siempre se da.
Me encuentro sin chance en esta jugada…
La muerte sin grupo ha entrado a tallar…
Tango – 1929
Letra: Carlos Viván
Música: Carlos Viván
Calavera: Leng. Gen. Hombre sin juicio o vicioso. // Que vive la noche.
“El calavera no chilla, diría Magoya. María Naso nos separó y nos puso a los dos contra la pared.” Las Tumbas – Enrique Medina – Ediciones de la Flor – 1974
“Mientras comía el bife de atún, Vitaca miraba al padre del causante y lo ambientaba; podía contemplarse en la mirada triste del viejo la persistencia de un hombre vencido, que pagaba sus deudas con resignación, con sus agravios anímicos y corporales pagaba tantas absurdas disipaciones del pasado, pequeñas irresponsabilidades de músico ambulante de orquestas perdidas, que regresaba –cuando regresaba- por lo general muy tarde y muy borracho, y sin saber, para colmo, por qué, si no existía el menor sesgo de amor que lo uniera a esa mujer que los despreciaba, y se escudaba en sus hijos que tampoco lo querían. Don Leandro: la vejez del calavera es la peor; un viejo calavera no protesta ni se queja, aguántesela,…”.
Parte de la Inteligencia – Jorge Asís – Puntosur Srl – 1987