Durante años, Miguel Ángel Estrella sólo significo para mí un nombre, un disco y una leyenda: el nombre de un gran pianista argentino, que había sido uno de los alumnos favoritos de Nadia Boulanger; un disco que contenía una partita de Bach; la leyenda de un artista encarcelado por sus ideas y por resistir a dos de la más feroces dictaduras de América latina: la que oprimía con la bota a su país, Argentina, y la que lo había arrojado a un calabozo, la uruguaya.
¿Lo volveríamos a ver con vida? Uruguay y Argentina daban mucho que hablar por los secuestros y las desapariciones que levantaban una cortina de terror sobre dos sociedades famosas por su fertilidad artística y cultural. Missing no era aún el título de una película, sino tan sólo una palabra plena de significaciones: “desaparecido”… Ni en Buenos Aires ni en Montevideo existía, como en Santiago, un estadio adonde ir a gritarle a la muerte. El vacío. Desaparecido…
Y luego, una noche, en la Sala Pleyel[1], en ocasión de un concierto organizado por Rostropovitch y Vichnievskaia, vimos aparecer en el escenario a un hombre de pequeña estatura, con el cráneo rapado. «¡Es él! ¡Es Miguel!” Apenas arrancado de las garras de los verdugos uruguayos, gracias a la lucha incesante de amigos infatigables –Yves Haguenauer, Nadia Boulanger, Henri Du Menuhin, Ariane Mnouchkine-, y él ya estaba allí, Miguel aun maltrecho, con las manos inertes, torturadas pacientemente militares de Montevideo. Pero vivo.
Dos meses después, nuestro común amigo Alain, de la Moran dais me telefoneaba: “¿Quiere conocer a Miguel Ángel Estrella ¡Qué pregunta!… Aquella noche fue el fin de la leyenda, del nombre mítico, del disco-milagro: “Me dicen Chango ¿Y a vos…?” Por más discreto que se pueda ser en materia de amistad, hay momento como ése, en los cuales todo se inflama.
En una palabra: repentinamente me encontraba implicado en una maravillosa historia, la de la resurrección de un gran artista torturado que, semana tras semana, reconquistaba la magia de sus manos y su arte. Esas manos que, al salir de la sala de suplicios, pisoteadas, aporreadas, electrocutadas, “estaban” -nos confiesa- «como pelotas de fútbol”. Y cuando un argentino habla de fútbol…
Una noche, meses más tarde, lo oímos en Saint-Denis tocar Haendel y Brahms. Sin duda alguna, le habían devuelto las manos. Otra noche, en Saint-Merri, tocó la “Sonata Fúnebre” para la Polonia posterior al 13 de diciembre de 1981; en ese instante, los presos de Gdansk debieron sentir el calor de la ternura acariciándoles el rostro. Y esa otra noche, en Arles, cuando interpretó “La Tempestad” envuelto en un viento que parecía transformar el piano en un galeón castigado por las tempestades del Cabo de Hornos…
Miguel se negó a hacer partícipe de su terrible experiencia gran editorial. “¿Y a una pequeña”, le preguntó un día Jean Ofredo, director de la editorial Cana. “Sí, a una pequeña sí, con una condición: que sea el beneficio de Música Esperanza…” Sería un libro formado por una serie de diálogos grabados.
Nos encontramos en nuestra casa, en Roussillon. Luego en casa de amigos suyos, en Grambois. Varios días de entrevistas apasionantes. Aquí están.
Jean Lacouture
[1] Famosa sala de conciertos parisina (N. d. T.).
Anécdotas y Reflexiones
JL: ¿Cuál es el origen del apellido Estrella?
MAE: Fue traducido por mis abuelos. El verdadero apellido era Nayem. Mis abuelos, campesinos libaneses, no sabían leer ni escribir y cuando les preguntaron cómo se llamaban para hacer los documentos, les hicieron comprender a los empleados que tenían que ver con el cielo. Repetían “nayem” y los funcionarios de migraciones eligieron, al azar, estrella. Mi padre, que habla árabe, nos dijo que la traducción es perfecta, porque “nayem” quiere decir estrella o astro. En quechua es “huara”.
Música para la Esperanza – Página 17 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
¡Qué Personaje que era mi Madre!
¡Qué personaje que era mi madre! Tengo ganas de contarte un poco de su vida. Ana Maria Avila… ¡Parece que era muy linda! Y según las confesiones que nos hizo cuando éramos adultos, se aburría como un hongo… Decía eso un poco en broma, sin ninguna amargura. Hacia locuras para distraer a mi abuela. Por ejemplo, se disfrazaba de monja y la otra no la reconocía. Jugaba con ella, rezaba el rosario, hablaba como española y le contaba que era una monja de paso, que quería consolar a la pobre Pepa de su pena terrible. Y durante quince días, mi abuela andaba de primera, porque el Señor le había puesto en el camino a alguien para consolarla y darle ánimo. Mis tíos, los hermanos de mi madre, hacían política. Pertenecían al Partido Radical y a veces los buscaba la policía. Cuando mi madre veía a la abuela en uno de sus bajones, se disfrazaba de hombre, montaba a caballo y gritaba frente a la puerta del rancho: “¡Lo estoy buscando a Alejandro!”, que dicho sea de paso estaba en la casa. Entonces la Pepa, completamente fuera de sí por temor a que se llevaran a su hijo, dejaba de lado todas las penas, y le respondía con un chillido de rabia al intruso: “¡Qué quiere…! ¿Qué quiere Ud. con Alejandro? ¡Retírese inmediatamente!” Y durante una semana, todo el rancherío hablaba de un mozo pintón, de a caballo, un desconocido, seguramente enviado por la policía santiagueña. Hay que decir que después de la caída de Yrigoyen, en 1930, los militares perseguían a los radicales.
Música para la Esperanza – Página 19 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
Puruco, Guilli, mis Dos Hermanos, y yo, Éramos los Cadetes
“Les conté algo que los erizaba de sospechas: que cualquier estudiante que presentara su carnet universitario tenía crédito automático sin necesidad de referencias. Que los estudiantes podían así llevar los libros que necesitaran y pagarlos… Dios sabe cuándo. Y era cierto. Puruco, Guilli, mis dos hermanos, y yo, éramos los cadetes e íbamos en bicicleta a cobrar a fin de mes las facturas. Nos reíamos porque ocho años más tarde era, las facturas de 1952 estaban aún sin pagar. Pero mi padrino se preocupaba. Una factura sin pagar iba a los archivos y treinta días más tarde era sacada. Lo cómico es que nos encontrábamos siempre con los mismos apellidos y las mismas fechas. Cuando iba de vacaciones a Tucumán, me gustaba agarrar la bicicleta para ir a cobrar las facturas de la librería. Era un modo de revivir mis años de adolescente.”
Música para la Esperanza – Página 73 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
Tené Confianza, Nosotros Queremos que Seas Músico
Finalmente, el director le comentó a mi madre: “Escuche Ana Maria: este chico esta hecho para la música y tiene que hacer música; el problema es que en Tucumán no hay una verdadera escuela de piano y sería una lástima que empezara mal.” Durante un tiempo, mis viejos rumiaron el asunto. A todo eso, yo formaba parte de un grupo folklórico y comenzaba a hacer teatro, una experiencia que marco a fuego mi adolescencia. Unos meses después de la entrevista, mi madre me llamó y me dijo: “Mirá mi Chango, le hemos dado vueltas y más vueltas a este asunto, hemos hecho averiguaciones y pensamos que, por supuesto, te vas a dedicar a la música. El problema es que no podemos enviarte a Buenos Aires. Vos tenés trece años, una edad difícil, y no queremos mandarte así nomás a la capital, una ciudad con sus bemoles.” Le habían pedido a una profesora que llevaba a su hija a estudiar piano en Buenos Aires que me llevara también a mí, pero la señora no quiso. Mis padres hicieron esta reflexión: “Mirá, en el fondo estamos contentos de que no te haya querido llevar, porque nosotros somos gente del Norte y nos gustaría que seas un hombre de este Norte. “Que vivas tu infancia y tu adolescencia con los tuyos. Tus hermanos y toda tu familia viven en casa y son una fuente de estabilidad para tu futuro. Tal vez ahora no puedas entenderlo…” Me acuerdo de ese día como si fuera hoy. Algo simple y conmovedor. Agregaron: “Sobre todo, tranquilizate, no es mala voluntad. Pasa que no tenemos plata. Pero desde ahora vamos a ahorrar un poco cada mes: esos ahorros serán tu beca cuando tengas dieciocho años. Ya habrás terminados tus estudios secundarios, vas a ser un hombre, podrás enfrentar la vida y ser capaz de imponerte a una disciplina. Eso es lo que queremos para vos. Tené confianza, nosotros queremos que seas músico, pero desgraciadamente en Tucumán no hay ninguna escuela pianística.” Para mí lo esencial era la decisión que habían tomado los viejos, decisión que acepté como un apoyo maravilloso, aunque estuviera celoso de los chicos que podían estudiar piano con los grandes maestros: en aquella época se hablaba mucho de Baremboim, Martha Argerich, Bruno Gelber. Cuando comencé a tocar más o menos bien el piano, a los veintiocho años, comprendí que mis padres no se habían equivocado. Partí, pues, para Buenos Aires en 1955.
Música para la Esperanza – Página 85 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
“Fuera, Pibe… El Teatro Colón no es más para los Descamisados”
“Buenos Aires es una ciudad agitada, tensa y yo empecé a comprenderla recién en 1966. Pero los primeros años era hostil para un provinciano, para los cabecitas negras. Mirá lo que me pasó la primera vez que fui al teatro Colón. Era después de la caída de Perón. Compramos las entradas más baratas y subimos. Yo iba con pantalón y pullover modestos. Sin ambages y con risita sobradora, el que recibía las entradas me dijo: “Fuera, pibe… El teatro Colón no es más para los descamisados y los cabecitas negras rotosos”. Por mi tonada este porteño se dio cuenta de que yo era del norte y no nos dejó entrar pretextando que no tenía corbata.”
Música para la Esperanza – Página 97 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
“Escuche: Esto se Toca Así”
“Pasó el tiempo y un día me presenté en un concurso, en cuyo jurado estaba Celia. Era una mujer discutida en el medio musical, nacida en Rusia y establecida a los tres años en Chile y a los dieciocho en Argentina. Formaba parte de la escuela pianística de Scaramuzza, una de las principales de mi país. Se la discutía por diversas razones, pero sobre todo por no tener pelos en la lengua y no aceptar las reglas del juego. Como era implacable en sus juicios, parecía pretenciosa: “No m’hijito, eso no sirve”, te soltaba después de una interpretación de Schumann, Chopin o Beethoven. «Usted no tiene estilo, toca todo igual. “Pero la pretensión era aparente, porque cuando uno entraba en su universo comprendía el gran rigor musical que había tras sus opiniones, el respeto por el texto -un poco como Nadia-, la viveza para detectar tus limitaciones, la paciencia para hacerte trabajar hasta el agotamiento. Una vez que uno entraba en su universo, se sentía en un paraíso musical, lleno de inspiración y emotividad. En el ambiente musical de los años 60 circulaban muchas anécdotas relativas a su carácter. Entre ellas estaba la de un agasajo a Wilhelm Kempf después de un recital. Resulta que el hombre, ya bien. Entrada la noche, se puso el sobretodo para irse y, ante la insistencia de la gente, aceptó tocar un arabesco de Schumann. Todos estaban maravillados, salvo una persona: Celia. Ni bien Kempf terminó, ella se sentó al piano y dijo: “Escuche: esto se toca así”.”
Música para la Esperanza – Página 119 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985)
“Si me Obedecés vas a Hacer Carrera”
“Como la diva me hizo esperar mucho tiempo y yo andaba cansado, me quedé dormido en la antesala. Me despertó una risa burlona. Abrí los ojos y vi las manos de Chopin que adornaban una mesita. Al girar la cabeza me encontré con Marguerite, que me miraba fijamente y que me soltó: “Estoy dispuesta a darte una última oportunidad, pese a que no has seguido ninguno de mis consejos. Si me obedecés vas a hacer carrera”. Le contesté que había estado en Bruselas y que algunos amigos me habían presentado a gente que me escuchó con interés. Que a raíz de ello y a la ayuda de diplomáticos argentinos, daría recitales en Centros Latinoamericanos, facultades, casas de la Cultura, etc. Al oír esto Marguerite se puso fuera de sí. “¿Ves? ¡Siempre buscando conciertitos! En el fondo sos un indio y no estás hecho para la carrera. Esos conciertitos miserables no tienen el más mínimo valor”. Yo no estaba muy tranquilo que digamos: “Quiero hacer música y esos conciertitos de los que usted habla son para mí más importantes que las reuniones mundanas con sus amigos. Adiós. Y no le quepa la menor duda de que voy a hacer mi camino”.
Música para la Esperanza – Página 132 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
Yo Nunca Había Tocado Malipiero
En el 69, me pido que trabajara en una obra de Francisco Malipiero, para un concierto que ella organizaba en el castillo de Polignac: “Hace 30 años que no veo esa obra y como mis ojos están flojos, vas a leerla por mí. Traela de memoria para la semana que viene”. Yo nunca había tocado Malipiero y le pedí unos días más para estudiarla. Lo que pasa es que soy un tronco para leer a primera vista. Hasta que llegó el día y me aparecí con la música bajo el brazo y el corazón que se me saltaba del pecho. Es una suite muy hermosa y me embriagó trabajarla, pese a que tuve que hacerlo muy rápido. Después de escucharla sentada en un sillón, lejos del piano y sin haber mirado la música para nada, me dijo que el espíritu estaba logrado y que técnicamente -si que bien faltaba trabajo- estaba correcto. “Sin embargo creo que leíste mal dos compases. Fijate en la segunda frase, tal pieza” y cantó la frase. Leí y le dije: “Toqué lo que está escrito”. “No”, me respondió, “el enlace de los acordes en la mano izquierda. . . hay una nota que no puede ser” Volví a leer y me manoteó la mano izquierda… “¡Ah! Esa no es una manía de Malipiero”. Llamó a Giusseppe, su asistente, y le pidió que buscara el original de la obra, escrita en 1918, y que ella no veía desde 1925. Y tenía razón la Nadia, había dos errores de impresión en las copias.
Música para la Esperanza – Página 136 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
JL: -¿Hubo otros músicos franceses que hayan dejado rastros en tu formación?
MAE: -Sí, aunque a otro nivel. Está por ejemplo Marcel Dupré. Aunque parezca mentira, nosotros no lo conocíamos ni de nombre, y un domingo a la mañana fuimos a la iglesia de Saint-Sulpice. Al entrar, escuchamos un órgano que sonaba como los dioses. Inmediatamente subimos las escaleras y nos encontramos con un anciano, acompañado por su mujer. Comenzamos a charlar y en un momento le pidió a Martha que cantara algo y la Negra arrancó con una frase de Piazzolla que él comenzó a acompañar y a desarrollar. JL: -¡Un tango en Saint-Sulpice! ¡Qué momento! MAE: -Inolvidable. Después nos seguimos viendo. Nos invitó.
Música para la Esperanza – Página 148 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985
Evita nos Defendía de los Angurrientos que lo Quieren Todo para Sí.
Seguro que sí, aunque a veces lo conocían de vista. Para la oligarquía ganadera, un piano es muchas veces un adorno para la sala. Los humildes tienen otra relación con sus instrumentos, una relación de amor. La música, para ellos, forma parte de un ceremonial cotidiano, ligado al trabajo o al compartir emociones colectivas: bautismos, cumpleaños, acciones de gracias por una buena cosecha. O sea, acontecimientos en los que ellos son protagonistas con sus cantos e instrumentos. Una vuelta me pidieron que participara en un homenaje a Evita. El programa se completaba con la Misa Criolla, que sería cantada por el conjunto de una parroquia barrial. En un momento dado, un sindicalista tomó la palabra y contó algo así: “Capaz que les parezca raro que para homenajear a la compañera Evita hayamos elegido una música que no solemos cantar nosotros. A modo de explicación les voy a contar algo. ‘Resulta que una noche volvía a mi rancho, muerto de cansancio luego del trabajo. Era tarde, como las once. Mi mujer ya se había acostado. Como ella era muy cariñosa me había dejado la radio prendida, cosa que hubiera música o una voz esperándome, para que no me sintiera solo. La música que oí era como un ruido de fondo, pero cansado como estaba no corrí el dial y me senté a comer. Al rato, me sentí bien muy sereno, y dormí como un angelito. Unos meses más tarde la historia volvió a repetirse. Reconocí que era la misma música. Pegué la oreja a la radio y sentí que era no sé qué cosa de Juan Sebastián Bach. Al día siguiente me levanté con la idea fija de descubrir quién era el Bach ése. Les pregunté a mis compañeros de laburo, a mi compañera, a los vecinos, pero nadie lo conocía. Pensé que a lo mejor el tipo fuera de Salta o de Santiago o de Bolivia’. Meses más tarde estaba en la ciudad de Tucumán haciendo unos trámites y se me ocurrió preguntarle al empleado. Así supe que Bach era alemán y que estaba muerto. ¡Pensar que yo tenía ganas de conocerlo! Así que lo que hice fue ir a una librería a comprarme una biografía. Entonces me enteré de que el hombre era de los nuestros, humilde, con muchos hijos, devoto, amante de su hogar y un laburante de la música. Le gustaban las canciones populares y en ellas buscaba inspiración para componer lo que la gente cantaba en la iglesia. Pensaba que nosotros -los fieles sencillos- sentimos más cerca a Dios cantando cosas que nos son familiares. Bach murió a los 65 años. Como no era famoso, sólo lo lloraron sus familiares y amigos. Años más tarde, un joven de dinero, Mendelssohn, descubrió sus partituras y lo dio a conocer. A la gente le pareció tan hermoso lo que había escrito que comenzaron a llamarlo el Padre de la Música. Desgraciadamente, los ricos se apropiaron de Bach. Nos lo robaron. Se quedaron con lo mejor, como se quedan con las mejores escuelas o los mejores hospitales. Nosotros hemos tenido a alguien en el Movimiento que ha dado lo mejor de su vida para que recuperemos nuestra dignidad y para que accedamos a esas cosas que nos pertenecen. Evita nos defendía de los angurrientos que lo quieren todo para sí. Por eso quisimos que esta noche el compañero Miguel Ángel nos devolviera a Bach. Para Evita, no puede haber mejor homenaje’.”
Música para la Esperanza – Página165 – Miguel Ángel Estrella – Ediciones de la Flor – 1985