“Nos sacan lugares como muelas…”. Tal la contundente y a la vez poética frase proferida por el escritor Fernando Toy, ante el cronista de un matutino porteño (1). El hombre había sido interrogado un día de 1996, ante el cierre del porteñísimo Café La Paz de Corrientes y Montevideo; corazón de la bohemia porteña. Toy sangraba por la herida, ya que él fue un asiduo frecuentador del Café en sus años de gloria, en las décadas de 1960 y 1970.
Pero a mediados de los años noventa, la piqueta transformadora arrasaba con las viejas edificaciones, costumbres y negocios antiguos, sin tener en cuenta su importancia cultural.
La Paz cayó víctima de esa manía que además, venía montada en una persistente agonía económica para muchos rubros; en particular la gastronomía. Así fue que a finales de noviembre de 1996 su personal fue despedido. El local comenzó a ser remodelado pero gracias a una ordenanza municipal, fue declarado “Patrimonio Histórico y Urbano de Buenos Aires”; lo que salvó al Café de perder totalmente su estilo original y un año más tarde, reabrió sus puertas. Pero algo había cambiado profundamente: ni los habitués eran los mismos ni el frente guardaba mucho en común con el original. A su vez, un kiosco con buen surtido de golosinas ocupaba gran parte del frente y se accedía al local histórico por una puerta casi en paralelo al kiosco. Pese a los cambios todavía permanecían los billares del primer piso.
Dando un salto en el tiempo, nos encontramos en el recién inaugurado Café La Paz de aquella “calle que nunca duerme”, la Avenida Corrientes del año 1944. La Segunda Guerra Mundial (finalizando) era una tragedia que no excedía las tapas de los diarios, las discusiones políticas y las mesas de café, entre ellas las de La Paz. Los porteños se habían transformado en expertos militares, discutiendo estrategia con la seguridad de un Rommel o un Eisenhower. Con la misma soltura que se opinaba de fútbol, box, carreras o cualquier actividad que despertara sus emociones. Son los años de oro del café. En el Centro o en los barrios, el café “de la esquina” es un templo de la porteñidad; “Como una escuela de todas las cosas…” lo definió Enrique Santos Discépolo en su “Cafetín de Buenos Aires” (1947).
La Paz nace en ese contexto y en un cruce de calles privilegiado: Corrientes y Montevideo.
Varios años antes, el eje de la nocturnidad comenzó a desplazarse de Corrientes y Esmeralda al tramo comprendido entre el Obelisco y la avenida Callao. La combinación café – billares es ideal para los noctámbulos; ejemplo de ello son también “Los 36 Billares” o “La Academia”. Amigos, naipes, ajedrez y dominó, completan la oferta para que muchos literalmente, se “pasen la vida” en el café.
La Paz es también pionera en la difusión del café “expresso” a la italiana, que en seguida fue adoptado por Buenos Aires. A su vez, los años cincuenta insuflaron nuevos vientos en la cultura argentina. Años de “La Generación del 55” en literatura, de la “Nueva Ola”en cine, del despertar juvenil a las carreras universitarias humanistas. La década siguiente profundiza esas tendencias y la política, clandestina pero floreciente, desafía al oscurantismo dictatorial del onganiato.
Corrientes es el punto de encuentro de legiones de desconocidos y desconocidas que se registran mutuamente por códigos no escritos; la vestimenta, las charlas, y el infaltable libro bajo el brazo o sobre la mesita del café. La Paz como sus pares el Ramos (en diagonal a La Paz), la lechería La Giralda, el Café Politeama y otros, son refugios de esa generación audaz.
Entonces no estaba prohibido fumar. Y en las noches de invierno cuando uno abría la puerta, el vocerío parecía suspendido en la nube gris de humo de sendos cigarrillos negros sin filtro, de moda entre la intelectualidad progresista que les atribuía un presunto origen “proletario”. En las mesas de La Paz descansaron los codos de Rodolfo Walsh, David Viñas, Ricardo Piglia y otros grandes escritores, junto a actores, cineastas, militantes políticos, hippies y otros perfiles de la cultura setentista. Toda aquella fauna convivió con las frecuentes incursiones de “tiras” (policías de civil) identificando a los parroquianos. También entre sus mesas circulaba José Rosenwasser, autor de una obra singular llamada “Las libretas de José”. En esas libretas, José recogía frases de los clientes de los cafés de Corrientes que luego perpetuó en su célebre libro. Pero con la dictadura de 1976 la noche perdió su sabor bohemio y amigable. Los bares se vaciaron y con el retorno de la democracia, las ausencias fueron muchas; ya no era lo mismo. El año 1996 decíamos, obligó al Café a cerrar porque “los números no dan”; decían con tristeza quienes se paraban ante sus puertas bloqueadas. La reapertura un año más tarde intentó recuperar algo del antiguo esplendor, pero faltó lo más importante, la gente. Esa generación que le dio vida y notoriedad ya no estaba. Así, con su kiosco de golosinas anexo, La Paz sobrevivió hasta marzo de 2020, cuando suspendió las actividades debido a la cuarentena covid – 19 y no volvió a abrir sus puertas. Algunos comerciantes también responsabilizan a las obras de remodelación de Corrientes que duraron dos años, por la languidez en que entró el Café como muchos de sus pares. Los billares del primer piso también cerraron y el espacio fue recuperado por una cooperativa de artistas que bautizó el lugar como “La Paz Arriba”.
También el kiosco bajó la persiana. En agosto de 2021 fue retirado el cartel identificatorio del frente y también el mobiliario. Sobre su destino final se dicen muchas cosas. El nuevo inquilino podría ser una pizzería o un restaurante de sushi; pero sólo “dicen que dicen”, como afirma el tango del mismo nombre. La Asociación de Amigos de la Avenida Corrientes expresó su preocupación por el futuro de ese emblema porteño, pero en éstos días del recién estrenado 2022, todavía no hay novedades.
No obstante, una leve esperanza hace desear que se implemente algún tipo de salvataje para que el Café resucite con sus antiguas características. Antes de la pandemia covid – 19, Buenos Aires contaba con ochenta y dos cafés “notables” y muchos de esos establecimientos históricos siguen funcionando y representando a Buenos Aires. “La Giralda”, “La Academia”, “Los 36 Billares”, “Las Violetas”, «El Tortoni” “Los Angelitos”, “El Británico”, “El Federal” y algunos más.
Esperemos que el día menos pensado, al pasar por Corrientes y Montevideo podamos ver sus ventanas en guillotina levantadas, los pocillos humeantes en sus mesas y La Paz palpitante de vida, como lo hizo durante décadas. Así sea.
(1) Clarín de Buenos Aires – 24-11-96