En el lenguaje político fuego es una palabra que integra varias frases ardorosas.
No hay que jugar con fuego es una recomendación apta para aquellos gobernantes que muestran indiferencias o despreocupación por los frutos y derivaciones de algunos actos de legitimidad dudosa.
No poner las manos en el fuego, una práctica de prueba antigua, que se recomienda no adoptar frente a la falta de autenticidad en el actuar- y aun en el pensar- de las personas. Es claro que también existe la posibilidad opuesta, llevar hasta consecuencias peligrosas el apoyo y la solidaridad para quienes así merezcan.
Fuego mantiene la validez etimológica del hogar. En italiano, portugués y francés conserva su clara equivalencia con el focus originario. Vinculado siempre con las ideas de vida y salud, el fuego en la concepción de Heráclito es el nacimiento de las cosas que vuelven a este agente. Con el sentido de transformación y regeneración – como señala la bibliografía específica- los antropólogos describen los ritos en que las antorchas y las hogueras imploran el bienestar de los hombres y los animales.
Frases
El mito de Prometeo define su poder. Atravesar el fuego es símbolo de trascender la condición humana, según Eliade recordado por Cirlot. De esta compleja red de símbolos y signos nace la intensa corriente de frases, refranes y exhortaciones que contiene el diccionario académico.
Entre otros, apagar el fuego con aceite, echar fuego por los ojos, entrar uno en fuego, estar uno entre dos fuegos, huir del fuego y caer en las brasas, levantar fuego, no cabíamos al fuego y entró nuestro abuelo por el fuego, sacer el fuego con otro fuego.
En México árbol de fuego es el nombre de un vegetal, y en Ecuador fuego designa al miembro más querido de una familia. En La Rioja, según Cáceres Freyre, “es el nombre de llagas o granitos que se formán en la comisura de los labios”.
Artísticamente
La riqueza expresiva tiene testimonios en la música: El Pájaro de Fuego de Stravinsky es el desarrollo de una leyenda folclórica rusa; la Danza del Fuego de Fralla, con el recuerdo consecuente de Pastora Imperio, es otro ejemplo.
La literatura dispone de una cantidad apreciable de títulos. Desde la enérgica visión de El Fuego, de Barbusse, Fuego Sagrado, de Lins de Rego; Fuego en el Rastrojo, de Payró: Fuego en la Montaña, de Arturo Lorusso. Enrique Molina tituló Fuego Libre a una Obra; Abelardo Arias escribió La Vara de Fuego; Cortázar, Todos los Fuegos el Fuego. Los Fuegos de San Juan motivan una clara narración de González.
Los Poetas
José Pedroni en un poema de Gracia pena dice; “El mismo día que lo supe todo/ con esta Biblia regresé del pueblo/ y la empezamos a leer felices a la rojiza claridad del fuego.”
Alfonsina Storni, en el terceto final de “El Fuego” de El Dulce Daño: “Y en aquel mismo instante, tras el fuego deshecho, / los ojos escrutando nos miramos el pecho/ y hallamos, en su sitio, quemado el corazón”.
En el Cancionero popular de Tucumán, de Juan Alfonso Carrizo, se lee: “¿No llora el duro metal/ si el fuego lo purifica?/ ¿No llora una mina rica/ su le quitan su caudal?/ ¿No llora el fuego su mal/ si no le dejan arder?/ ¿No llora una planta al ver/ que alguno a cortarla intenta?/ Luego, no es ninguna afrenta/ llorar por una mujer”
La Nación – 08-08-93 – Por Ángel Mazzei