Tu Risa
Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.
Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí todas
las puertas de la vida.
Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.
Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.
Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
por que me moriría.
Pablo Neruda
Semblanza y Oda de Luis Cardoza y Aragón para Pablo Neruda
Recién venido México me buscó Neruda Supimos que estaba a punto de llegar. Publicamos notas muy afectuosas en los suplementos dominicales de El Nacional. Pienso que varias de ellas fueron de Efrain Huerta. Entonces Efrain Huerta era ya destacado poeta y formaba parte de la redacción de Taller, revista mensual de poesía y critica, “dirigida” por Octavio Paz.
Pasó por mí al periódico. Fuimos a su departamento situado frente al actual edificio de la Cruz Verde En donde murió Trotsky. Esquina de Revillagigedo y Ayuntamiento. Ocupaba el último piso. Comenzamos a charlar antes de la medianoche. Partí en la madrugada. Estábamos solos.
El recuerdo de Federico García Lorca era tan vivo en mí como si no hubiesen pasado diez años de la última vez que nos abrazamos en los muelles de La Habana. En Neruda, aun mas deslumbrador y dolorido.
Pablo lo había visto solo cuatro años antes, lo había visto hasta sus raíces. Había gozado de tal encuentro y entendimiento con la receptividad que manifestó siempre ane los fenómenos de la naturaleza. Las horas se nos fueron contándonos historias de Federico las mías de La Habana, las suyas de Buenos Aires y de España.
La última vez que abracé Pablo fue en Moscú. En la Conferencia Mundial por la Paz, en 1962. En la Sala del Palacio de los Congresos del Kremlin. Me presentó a Matilde, su postrer amor.
(Mi estancia anterior en Moscú fue en 1946. Pensé que nunca más volvería a esta ciudad y a este pueblo que irradian atracción por sus revolucionarios y por sus locos apocalípticos. Por sus glorias bizantinas y sus cantos y danzas populares. La vida del hombre tomo nuevo rumbo con la revolución de 1917. Llegué con fiebre. El congreso había comenzado. Tome antibióticos varios días. No tenía pasaporte. Había solicitado un documento de identidad y viaje de México; a última hora, el consulado de Guatemala me dio pasaporte, cuando previne que si me lo negaban levantaría un acta con notario y con ella pediría al gobierno mexicano el de “identidad y viaje”. Tres años antes, con tal suplencia de pasaporte – les conminé- había ido a La Habana)
A Neruda lo vi igual en su llegada a México, en su llegada a Paris vivió en nuestro apartamento, como en la última vez. Alto y casi gordo, con cara de borracho asustado. El habla lenta y monótona, ondulante de inflexiones chilenas. A veces semejaba un pelotari desenfrenado.
Vestía descuidadamente, como si muchas noches hubiese dormido sin desnudarse. Una cabezota de apio o de cebolla, una sonrisa frecuente iluminaba su rostro de rumiante: ojos de niño o de pescado. A veces parecía ponerlos en blanco (“¿sabes tú?” o a la Hormiga “no, m´hijita”. A lo que la Hormiga, compañera d varios lustros, respondía, hablándole de usted: “¡Fíjese, Pablo!”). Este corpachón de 90 kilos, de un metro ochenta, reía o se alteraba momentáneamente. Asocio su recuerdo a la imagen, picaresca y evocativa, de Pepe Bergamin, con quien había peleado: “el carnero reblandecido”
A mí me pareció vegetal. Una ceiba. Un niño mimado con cara de pez. Un mamífero bovino y lirico, singularmente vanidoso. Como vieja soprano de ópera. Leía sus poemas con voz de boa constrictora, casi sin modulaciones y sin gestos. Su poesía con sindicatos, moluscos, caudillos, océanos, ivase posesionado de quienes lo escuchaban. El reparaba en ello. Comenzaba a matizar su voz, como si él lo conociese por primera vez. Olvidábamos su farrago populista.
Como sorprendido por lo que está leyéndolos. Y seguía la empecinada voz martillando, encrespándose en nosotros, más que en su garganta, hasta que invadía el ámbito.
Estaba muy lejos de tener el duende de Federico. Pero su poesía nos apretaba el cuerpo de tal manera que en mi persiste la imagen de la boa constrictora. Como Federico, a menudo Pablo andaba con grupillos de acompañantes grises, obedientes y serviles. Les hacían los mandados.
Los enviaban a la tienda de la esquina, a buscar un periódico, a llamar a alguien por teléfono, a comprar más vino. Dos seres muy distintos fueron estos poetas. La esencialidad de Neruda reunía la diferencia en su admiración por Federico. La noche cuando lo conocí como me habló de Federico. Que asombro aún vivía en el del andaluz. En tal entusiasmo fue constante, de la “Oda a Federico García Lorca” a las páginas de Confieso que he Vivido.
Fe de fausta abdicación del pensamiento ante la irracionalidad sin imaginación. Con Tertuliano creer porque sí. Sin más. Excluir toda razón. En Pablo convivieron la razón y la fe. La razón idealista de su materialismo. La fe materialista d su idealismo. En lo más desacralizado, en lo menos idealista, hay la razón o el ideal de que así sea. La surrealidad, un más de realidad, menor evasión de lo material. Algunos conceptúan cierta poesía como irracionalista o canto a lo irracional. La poesía no es irracional ni cuando canto lo irracional. La poesía no es irracional ni cuando canta lo irracional. Debemos hacer retroceder las lindes de la irracional. De ello se ha ocupado tanto la ciencia como la poesía. Neruda se hizo intransigente autocriticas. La imaginación es racional e irracional. Ambas categorías son siempre de lindes móviles. No fue poeta “oficial” sino sencillamente poeta.
La poesía de su pubertad y la de las primeras “residencias” son legítimas como la materialista y movilizadora para la acción. Con sensibilidad decadente no hubiese evolucionado. Se buscaba y murió buscándose. Que logros por ello. Así lo concibo al conocer s juicio sobre la pintura realista. Y de la poesía ¿Qué pensaría? Se barrunta, se intuye la réplica virtual. ¿Por qué se pretende exigir no digo sencillez sino simpleza a un artista? Neruda vivió en el arte incertidumbres y lealtades con la sensibilidad precisa que fue suya. Era recio y gustaba de los homenajes, los banquetes, las despedidas, los reencuentros, los premios, los escenarios, pero más la convivencia fraternal. Amó las mujeres bellas y las cosas bellas. Tuvo pasión por los vinos y los manjares. Fue antropófago y glotón de lo telúrico y de lo celeste. Sin su guía no tendríamos su poesía.
Amo su potencialidad en la ternura o la diatriba en la descripción o la síntesis de una visión, de un indecible estado de ánimo. Al cantar al apio o el alambre de púas. En su pesadumbre por la muerte de Silvestre Revueltas en los poemas de su tenaz amor a España, a nuestros pueblos en Canto general.
Amo su arrollador caudal amazónico. Su vía láctea con raudales luminosos y sombras vehementes.
Amo en él esta unidad hermosa y central y telúrica, por sobre todas las cosas.
Amo su amor a la libertad, a la paz. Su lucha solitaria porque el nuevo mundo sea un mundo nuevo.
Amo lo dilatado de su creación, no solo por oceánica, sino por la diversidad que explica la aurea coherencia de su obra.
Amo la fecundidad que no siempre es extensión. Sino la imposibilidad de agotar una obra, aunque sea muy breve.
Amo esa plétora en su obra prodiga y prodigiosa.
Amo sus constelaciones, sus montañas de hojarasca, la incesante pureza de su exacta voz sin bridas.
Amo la sinceridad de su canto a Stalin. Como amo su poesía desolada e impaciente, como “tango del viudo”.
Amo su “impureza”, sus faros de esperanza y estiércol, de jubilos y pórfidos. La anchura de su redonda voz cenital.
Amo sus fálicas y castas Residencias Todos sus libros. Porque en ellos el acento es siempre acerado y trémulo.
Amo su sencillez oscura, su cósmica sensualidad, su glotonería celeste, su solar complejidad.
Amo su firmeza de siempre, en todo y para todos.
Amo su definición y el asombro poder imagínate de su poesía. Su canto llano y sus jeroglíficos precolombinos.
Amo su ira fulminante, su sonrisa de agua perpleja su balbucir atropellado o su directa pasión sin litorales.
Amo su pan moreno, su espada de arcángel, su granito y su espuma, el caballo verde de su poesía y su rosa de amante.
Amo su hablar lento de boa constrictora, el adánico fervor felino de su mundo siempre amaneciendo.
Amo su desmesura y la geometría de sus cristales.
Amo a Whitman en el Norte, a Neruda austral.
Luis Cardoza y Aragón – Crisis- Febrero 1987