Desde que escribí un libro sobre las repugnantes multinacionales y los activistas que las denuncian, me empezaron a hacer esta pregunta: “Señorita No Logo, usted, ¿dónde compra?”.
Esos son los agresivos. Los amables me preguntan: “¿Dónde debería comprar?”. A veces me mandan e-mails pidiendo listas de empresas buenas. Y la semana pasada, un periodista me pidió sugerencias de regalos éticos. No sé cómo me transformé en una profesional del consumo ético no soy muy buena en eso. Pero entiendo el dilema.
Los diarios están llenos de noticias sobre incendios en fábricas en Bangladesh y juguetes fabricados por niños en China. Pero no es fácil transformar estas preguntas en consejos sobre compras. Cuanto más se sabe sobre cómo los productos que consumimos fueron fabricados, más difícil es ofrecer reglas. Suelo responder que el cambio social se da solo a través de una lucha política sostenida, Que los trabajadores en las fábricas necesitan gremios, no consumidores con culpa habiendo boicots silenciosos. Lo que necesitamos es recuperar nuestra identidad como ciudadanos, no solo como consumidores. Pero insisten con preguntas como: “¿Y comprar en Banana Republic está bien?”.
Nuestro sistema económico hace que sea casi imposible consumir éticamente, ya que todo lo que produce está hecho en base a explotación de trabajo humano y del medio ambiente.
El capitalismo de libre mercado está basado en un solo valor: la maximización de los beneficios.
Otros valores, como la dignidad humana, la sostenibilidad medioambiental, son dejados de lado en el momento en que limitan ganancias potenciales.
Los defensores del consumo ético y consumidores activista creen en el mito capitalista de que el libre mercado asegura libres elecciones por parte de los consumidores. Pero en realidad, nuestras elecciones son muchas veces manipuladas por empresas con presupuestos de marketing multimillonarios.
Además, aunque nuestras decisiones de compra fueran libres y tuvieran la capacidad de cambiar el sistema por uno más humano, el principio básico que fundamenta el consumo activista- un dólar, un voto- es injusto en sí mismo. Alternativas éticas como café de Comercio Justo, comidas orgánicas o zapatos hechos en talleres con artesanos con salarios dignos, suelen costar dos o tres veces más que los productos comunes. Es más fácil, para los ricos elegir las alternativas “limpias”, “éticas” y “amigables con el medio ambiente” que el mercado ofrece que para la gente pobre que no pueden pagarlos. “Un dólar, un voto”, el principio de la mayoría de los movimientos de consumo activista, acepta sin protestar una estrategia de cambio en la que la gente pobre tiene menos poder. En otras palabras, el consumo activista, acepta son protestar una estrategia de cambio en la que la gente pobre tiene menos poder. En otras palabras, el consumo activista marginaliza a los que ya estas marginalizados por el sistema. Cualquier estrategia planteada de esa forma está destinada a fracasar y resultar en una injusticia.
Dicho esto, los boicots de consumo no siempre son una mala táctica. Los que apuntan a una corporación en particular dan a los activistas la oportunidad de mostrar la opresión del sistema.
Pero el capitalismo, y el colonialismo e imperialismo que lo fundó, solo puede ser desafiado si nos entendemos como personas y actores políticos luchando contra una red de sistemas de dominación, no solo como consumidores tratando de hacer la elección menos mala. Un verdadero cambio político no puede ser comprado por los dólares que la gente rica pueda colocar en mercado de nicho. Nuestro poder político no reside en nuestra capacidad con consumidores, sino en nuestra capacidad como personas que luchan en varios frentes por la justicia y la dignidad de todas las personas.
Por Naomi Klein- 02-11-06
Sinopsis
Naomi Klein (Montreal, 1970), periodista galardonada con varios premios y colaboradora habitual en The Nation y en The Guardian, Naomi Klein es la autora del best-seller internacional, No Logo: El poder de las marcas (Paidós), con más de un millón de ejemplares vendidos en todo el mundo y que ha sido traducido a 28 idiomas.<BR><BR>Tras el éxito de No Logo, en 2002 publicó una recopilación de sus ensayos y trabajos periodísticos, Vallas y ventanas: despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización (Paidós).
Dos años después, en 2004, estrenó The Take, un documental cinematográfico sobre las fábricas ocupadas en Argentina, coproducido con el director Avi Lewis. Este documental estuvo en la selección oficial de la Bienal de Venecia y obtuvo el Premio del Jurado al Mejor Documental en el Festival de Cine de Los Ángeles, del American Film Institute.
Durante este mismo año, Klein fue galardonada con el premio James Aronson al Periodismo de Justicia Social por sus reportajes desde Irak, publicados en Harper?s Magazine.<BR><BR>Naomi Klein ha sido titular de la cátedra Miliband en la London School of Economics y es doctora honoris causa en Leyes por la Universidad de King? College, de Nova Scotia. Alcanzó el puesto undécimo, el más alto logrado por una mujer, en el Sondeo Global de Intelectuales, un listado de los intelectuales más relevantes del mundo que confecciona la revista Prospect junto con la revista Foreign Policy.
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