“Cruzó la playa de estacionamiento con esa complicada indiferencia que le producía la existencia de los ricos. Un Mercedes que valía veinte mil. Una Ferrari, casi dieciocho. Un Rolls: Fred no alcanzó a conocer lo que la tipa aquella que subía al lado del chofer pagaría por su Rolls. A lo lejos, descubrió el brillo ceniciento del vestido de Peggy. Como un relámpago sintió la piel de sus hombros y en la ingle el peso delicado de aquel monte de venus alto, compacto, como si su dueña lo hubiera levantado adrede. Y la luz de la muchacha mirándolo sobre la mesa del punto y banca, su voz infantil llamándolo amor frente a la misma jeta del marido. Peggy agitó las manos y vió su sonrisa, la estremecedora realidad que dos minutos después sería un cuerpo juvenil apretado al suyo, volando por la autopista hacia el ranchito que alquilara durante esa temporada.”
Marta Lynch – Los Dedos de la Mano- Sudamericana – 1976
Colección el Espejo
La capacidad de conmover y, en muchas ocasiones, la de estremecer que poseen los relatos reunidos en este volumen solo pueden alcanzarse mediante la conjunción de dos rasgos característicos de Marta Lynch la avidez con que comparte los destinos de sus personajes y la admirable destreza con que es capaz de marrarlos en los dedos de la mano. Hay seres que sufren, quiere, se entregan a las fuerzas ciegas que gobiernan sus vidas, o que se rebelan ante ellas, hay seres que son víctimas de la injusticia, la violencia o la indiferencia, o que se vengan del mundo que los margina enfrentándole la pureza de sus sueños o asumiendo heroicamente su condición de relegaos.
La pasión compartida. La compasión con que Marta Lynch contempla las existencias de sus personajes es la de alguien que sabe percibir la trágica, infinita belleza que alcanzan los triunfos y fracasos de la aventura humana.