Corre el año 1858. Buenos Aires sigue siendo la Gran Aldea, ciudad capital de la provincia más importante de la Confederación Argentina, pero separada del resto de la Nación. Los recursos de la Aduana y los negocios ganaderos, facilitan el desarrollo de una urbe que crece y se moderniza mirando a Europa y de espaldas al país real. Un año antes, se inauguró el primer ferrocarril de la empresa argentina “Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste”. Arrastrados por la legendaria locomotora “La Porteña”, los pocos coches se desplazaban entre el solar que hoy ocupa el Teatro Colón y la Estación Floresta.
En Buenos Aires abundan las pulperías y almacenes. Heredando una tradición francesa y española, la futura Reina del Plata conserva en su linaje bares legendarios anteriores a la Revolución de Mayo, como el de Los Catalanes o el Café de Marco, en las inmediaciones del Cabildo y el Cuartel de Las Temporalidades; base de los Patricios. Pero en 1858 sobre la calle Rivadavia número 826, abre sus puertas el Café Tortoni; a cargo del francés Monsieur Touan. El actual frente que da a la Avenida de Mayo, era el fondo del primitivo Tortoni. Pero en 1888 el furor progresista de las autoridades municipales arrasaron con buena parte de la edificación, para dar paso a otro símbolo porteño: la Avenida de Mayo.
Entonces el Café obtuvo la entrada definitiva, la actual sobre Avenida de Mayo 825, conservando también la de Rivadavia 826. Una versión atribuye su nombre a una suerte de homenaje que Touan brindó al café parisino del mismo nombre, fundado en 1798. El Tortoni comenzó a ser un clásico del Centro porteño, pero a finales del siglo XIX, otro francés, Celestino Curutchet, vecino del Tortoni, comenzó a ser su nuevo dueño.
La Avenida de Mayo junto a Florida, pasaron a ser las vidrieras de una Argentina opulenta.
Aquella Argentina que Leopoldo Lugones y Rubén Darío cantaron generosas loas, la del Centenario de la Revolución de Mayo. Pero como todo escaparate, ocultaba otra realidad: la de una profunda desigualdad social, que no veían muchos de los que transitaban las veredas céntricas. No obstante, el Tortoni siguió siendo lugar de encuentro de los noctámbulos y hasta contó con una prestigiosa Orquesta de Señoritas, que desplegaba su talento en el primer piso, el que aún conserva el escenario original. Mesas con ajedrez, dominó y billares, invitaban como cantos de sirenas, a los que se animaban a permanecer sin tiempo entre pocillos y la humareda amigable que despedían los cigarros de sus parroquianos.
A partir de 1926 funcionó en sus mesas un sitio de encuentro artístico – cultural llamado “Agrupación Gente de Artes y Letras“, más conocido por ”La Peña”. Lo capitaneaba el pintor boquense Benito Quinquela Martín. Después La Peña se trasladó a un ámbito propio, la antigua bodega del Café que como justo homenaje, recibió junto al nombre de La Peña, también el de La Bodega. Se cuenta que en aquellos días de relativa calma, el presidente Marcelo T. de Alvear, al finalizar sus tareas en la Casa Rosada, se acercaba caminando al Tortoni, a disfrutar muchas veces de las actividades de La Peña. Y también es historia que el 25 de junio de 1927, Carlos Gardel cantó como introducción a una conferencia de prensa de Luiggi Pirandello; dejando fascinado al gran dramaturgo.
En un inventario incompleto podemos citar como sus habitués a un entonces poco conocido Roberto Arlt, a Juana de Ibarbouru, Raúl González Tuñón, Jorge Luis Borges, Arturo Jauretche, Baldomero Fernández Moreno, Nicolás Olivari, Alfonsina Storni y como decíamos, una larga lista de otros nombres que dejaron una marca profunda en la cultura nacional. También recuerda el anecdotario del Tortoni, el desconcierto de algunos extranjeros al oír los poemas lunfardos de Carlos De La Púa; a veces ininteligibles hasta para los porteños más diestros en nuestra jerga marginal. Aquel cenáculo representativo de años de intensa vida cultural en Buenos Aires, comenzó a funcionar en los años de los grupos literarios “Boedo” y “Florida”; el primero, practicaba una literatura de contenido social militante, en cambio Florida, tendía más a la indagación estética, cuyo mayor exponente fue la revista Martín Fierro. Tales diferencias no impedían fuertes lazos personales entre los componentes de ambos grupos.
En 1943 dejó de funcionar “La Peña” del sótano del Tortoni, pero otra generación de escritores integrada por nombres como Abelardo Castillo, Ricardo Piglia, Liliana Hecker e Isidoro Blastein entre otros, reemplazaron a la antigua generación de las décadas anteriores. Las revistas literarias El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco de los años ‘60, fueron en gran medida, gestadas entre esas paredes que conservaban mucho de la antigua bohemia. Más adelante, el sótano albergó a bandas de jazz como La Fénix y La Creole Jazz Band, recitales de tango y también el programa radial “La venganza será terrible” de Alejandro Dolina, fue transmitido durante años desde La Bodega del Tortoni.
En la actualidad el Café Tortoni pese a algunos inevitables retoques a los cuales obligó el paso del tiempo, mantiene su identidad decimonónica. Fue declarado Patrimonio Histórico y Cultural, salvándose así de la impiadosa piqueta del progreso. Así se mantiene El Café Tortoni, junto a sus colegas Café de Los Angelitos, Los 36 Billares, La Academia, El
Británico de San Telmo, La Giralda y otros que son una suerte de continuum hacia un Buenos Aires irremediablemente perdido; y es así, pese a los versos amablemente nostálgicos del tango “Viejo Tortoni” inmortalizados por Eladia Blázquez y Héctor Negro:
“Tortoni de ahora te habita aquel tiempo
Historia que vive en tu muda pared…”
Pese a sus ciento sesenta y cuatro años, El Tortoni sigue tan vivo y acogedor como siempre.
Viejo Tortoni
Se me hace que el palco llovizna recuerdos,
que allá en la Avenida se asoman, tal vez,
bohemios de antaño y que están volviendo
aquellos baluartes del viejo Café.
Tortoni de ahora, te habita aquel tiempo.
Historia que vive en tu muda pared.
Y un eco cercano de voces que fueron
se acoda en las mesas, cordial habitué.
Viejo Tortoni.
Refugio fiel
de la amistad junto al pocillo de café.
En este sótano de hoy, la magia sigue igual
y un duende nos recibe en el umbral.
Viejo Tortoni. En tu color
están Quinquela y el poema de Tuñón.
Y el tango aquel de Filiberto,
como vos, no ha muerto,
vive sin decir adiós.
Se me hace que escucho la voz de Carlitos,
desde esta «Bodega» que vuelve a vivir.
Que están Baldomero y aquel infinito
fervor de la «Peña», llegando hasta aquí.
Tortoni de ahora, tan joven y antiguo,
con algo de templo, de posta y de Bar.
Azul, recalada, si el fuego es el mismo,
quién dijo que acaso no sirve soñar.
Letra de Héctor Negro, música de Eladia Blázquez. Editado en 1981, había sido estrenado por Osvaldo Avena, con Eberto Sassone al piano, el 3 de diciembre de 1979. Hay versiones grabadas de Eladia Blázquez, Susana Rinaldi, Rubén Juárez y otros intérpretes.
Glosario:
Tortoni: Antiguo café de la avenida de Mayo al 829
Tuñón: El poeta Raúl González Tuñón (1905-1974)
Quinquela: El pintor Benito Quinquela Martín (1890-1977)
Filiberto: El tanguista Juan de Dios Filiberto (1885-1964)
Carlitos: El gran cantor Carlos Gardel (1890-1935)
Baldomero: El poeta Baldomero Fernández Moreno (1886-1950).
Viejo Café Tortoni
A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café.- Estoy sentado
bajo el toldo tirante y empapado
de este viejo Tortoni, conocido.
¡Cuántas veces, oh padre, habrás venido
de tus graves negocios fatigado,
a fumar un habano perfumado
y a jugar el trensillo consabido!
Melancólico, pobre, descubierto,
Tu hijo te repite, padre muerto.-
Suena la lluvia, núblanse mis ojos.
Sale del subterráneo alguna gente,
pregona diarios una voz doliente,
ruedan los grandes autobuses rojos.
Baldomero Fernández Moreno – 1929