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Norm Macdonal: Nada Especial
EL SHOW DEBE CONTINUAR — DISPONIBLE EN NETFLIX
Norm Macdonal: Nada Especial

El pasado 14 de septiembre falleció la leyenda de la comedia estadounidense Norm Macdonal, y en esta humilde sección levantamos la copa para honrar su memoria haciendo una reseña sobre un show de stan-up.

La inmensa mayoría de sus allegados se enteraron sobre la enfermedad que terminó con la vida del comediante el mismo día de su fallecimiento. El hombre decidió guardar durante nueve años aquel secreto mientras hacía sus tratamientos, salía de gira con sus shows, participaba en programas de televisión y filmaba películas. No quería que su salud funcionara como un filtro y que la gente lo mirara de forma diferente.

Ese no fue el único secreto que guardó.

Como un prestidigitador cuyo material es la palabra, Norm sacó un as de la nada y le regaló al mundo un último especial de comedia que tituló, con su habitual ironía, Nada Especial. Esta última entrega formó parte de un contrato que había hecho con Netflix para grabar algunos sets cuando la pandemia irrumpió en la vida de todos, postergando la posibilidad de ir a ver espectáculos en vivo y, en el caso del stand-up, privando al artista del feedback tan necesario que ofrece el público.

En el verano estadounidense del 2020, un día antes de entrar al quirófano para una delicada cirugía de la cual no sabía si iba a salir, Macdonal decidió montar un pequeño estudio en una habitación de su casa, y con la ayuda remota de algunos asistentes de producción de la compañía de streaming, grabó de corrido lo que sería su último show.

Nada Especial es un espectáculo de magia oral desde el comienzo. El comediante se volvió notorio por su estilo tranquilo para narrar historias que muchas veces parecían no tener un hilo conductor evidente.

Navegaba las aguas turbulentas de sus cuentos, desviándose —aparentemente— del destino final, para retomar de la nada la idea principal y entregar remates agudos, filosos o ingeniosos. También ganó notoriedad porque debajo de ese semblante calmo y ese tono de voz irónico, juguetón, había un hombre que no le temía al silencio de la audiencia frente a un chiste potencialmente ofensivo. Jamás le esquivó al bulto, como se dice coloquialmente, a los temas polémicos o tabúes. A veces su retórica se convertía en daga, y él la empuñaba con orgullo.

En esta última performance todas las facetas del comediante salen a la luz, brillan y se distorsionan un poco porque ahora sabemos que Norm estaba enfermo cuando grabó esto, porque sabemos cuál fue el desenlace. Él no quería que lo viéramos diferente debido a su enfermedad, pero ahora es imposible extirpar el contexto del discurso. Cuando dice que extraña estar frente a una audiencia, al inicio del especial, sabemos que ya no volverá a pararse frente al público que supo amarlo. Cuando se despide al final diciendo: “Cuídense amigos. Los quiero”, sabemos que él sabía que aquellas palabras rebotarían con fiereza en la caja de resonancia que es el corazón, no sólo de los que lo conocieron en persona, sino de los que lo admiraron en el confort del anonimato.

En un pasaje del especial Macdonal habla sobre la naturaleza de las palabras y cómo cambiaron de significado a lo largo de los años. Las cosas que antes se podían decir y ahora no. Esta pequeña reflexión sobre el vocabulario y el lenguaje no pasa desapercibida cuando el maldito contexto nos azota de nuevo. El concepto queda flotando en algún lugar del subconsciente. Entonces Norm habla sobre por qué no le gusta viajar en aviones, y es porque no se quiere morir en un accidente aéreo. Después habla sobre las canas como señales de Dios para que uno ponga sus asuntos en orden antes de irse. Nos aconseja que hagamos un testamento en donde dejemos en claro qué hacer en caso que terminemos inconscientes, conectados a una máquina en una cama de hospital, para evitar que otros tomen la decisión final. Habla del amor por su madre mientras niega una imaginaria acusación de fantasmas edípicos que le hizo un amigo en una cena. Habla de la muerte, pero también de cómo anheló siempre ser feliz, de estar ajeno a los horrores del mundo… “como un chico con síndrome de Down”, agrega, para que entendamos como público que aparte del mensaje, de la despedida, estamos ante un show de comedia.

Pero ahí está el contexto, el subtexto, el material para que analicemos este especial de stand-up póstumo. Como afirma Dave Chappelle después de ver el show, Norm se estaba reconciliando con su mortalidad.

Mientras el mundo se caía a pedazos, el comediante decidió enfrentar la posibilidad de una muerte inminente, bajo la enceguecedora luz del quirófano, con un monólogo fiel a su estilo. Fue un plan meticuloso, porque esos cincuenta minutos son la obra de un artista que domina a la perfección el vocabulario, las inflexiones de la voz, y los gestos para darle vida a su tan personal material. Macdonal llevaba ocho años en tratamiento contra el cáncer que lo aquejaba, tiempo le había sobrado para reflexionar sobre su mortalidad, y decidió codificar su despedida, sus ganas de vivir mezcladas con la aceptación de un destino que sabía inevitable, en un espectáculo que brindó frente a nadie, pero que lo hizo para todos los que quisieran ver.

Esa hora incompleta de comedia y reflexión está intercalada por los clásicos silencios a lo MacDonald. La complicidad del comediante con el espectador está presente, porque las pausas son meticulosas, para nada arbitrarias, son ese momento de respiro que nos da un artista que sabe sobre la velocidad a la que viajan sus conceptos. Necesitamos parar para digerir la ironía o el remate que por ahí no es tan aparente. Nos deja darnos cuenta. Entonces sigue. Porque sabe, aunque no hay nadie que reaccione a su monólogo, que nosotros del otro lado de la pantalla ya estamos listos para seguir. Es un acto de magia en diferido, llevado a cabo por uno de los mejores magos que tuvo este género tan bello y desafiante.

Cuando su perro ladra, o lo llaman por teléfono y él atiende para informarle a quien lo llamó que está grabando un show de comedia, incluso esas pausas accidentales funcionan a la perfección. Macdonald no pierde nunca el hilo de lo que está diciendo, y usa a su favor las interrupciones para darle un nuevo énfasis —imposible de predecir— a la narrativa.

La cámara sólo toma a Norm desde la cabeza hasta los hombros, permitiendo por primera vez un plano casi ininterrumpido de su rostro, sin la posibilidad de ver más gestos que los de su cara. El stand-up siempre se ha beneficiado de todo el lenguaje corporal que el artista es capaz de ofrecer en el escenario, pero aquí el show se vuelve minimalista. Estamos cara a cara con él, advirtiendo cada inflexión en el tono de voz e identificando cada arruga que se forma alrededor de sus ojos o de su boca, complementando la entrega del chiste o la reflexión de turno. Es un show íntimo no sólo por ese infame contexto que no podemos olvidar, sino porque el hombre está solo, hablando con un micrófono y unos auriculares enormes que descansan sobre su cabeza. Nos mira a los ojos con frecuencia, nos sonríe con complicidad. Ningún espectáculo de stan-up “presencial” podrá emular este tipo de magia.

Cuando finaliza el show, Macdonal se levanta de su silla y se va hacia la derecha del cuadro. La cámara se aleja y empezamos a ver a otras personas observando el especial, junto a nosotros. Son amigos de Macdonald que están viendo por primera vez el último regalo en clave de comedia que dejó Norm. Ahí están, visiblemente conmocionados, David Letterman, Molly Shannon, David Spade, Dave Chappelle, Conan O´Brien y Adam Sandler. Todos están intentando digerir lo que observaron, al igual que el espectador. Cruzan opiniones, anécdotas sobre ese amigo que ya no está, pero también hay muchas pausas que expresan genuino dolor. No tienen un guion, no hay un conductor de la conversación. Todos están ahí para dar sus impresiones legítimas sobre el último gran truco del prestidigitador de las palabras.

Es media hora de ellos procesando la información al mismo tiempo que nosotros, y brindan un acto de despedida emotiva. Es, por momentos, incómodo de ver, se siente como si estuviéramos espiando a un grupo de amigos que no conocemos en un momento de incertidumbre y duelo. Pero podemos ver emociones reales, y entre todo el dolor, hay algo bello que merece ser admirado.

Norm Macdonal: Nada Especial es una hermosa carta de despedida de un comediante para su público, para los que lo quisieron y también para sus detractores. Tiene todos los condimentos que él supo añadirle a sus monólogos a lo largo de su extensa carrera, y también, ese sabor agridulce que deja en la boca ese maldito contexto.

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