El hastío cotidiano de estar de aquí para allá y… no ver ninguna costa en ese mar embravecido o calmo de este mundo pedorro que no elegí.
Descorchar un vino al azar, ese que el chinoide del barrio catapultó porque sí, porque compró containers de botellas al mejor postor y fui a ese espacio re-prolijo de góndolas y lo vi: 857 dólares más barato que en cualquier otro lado. ¡Hijo de puta! -pensé- ¿Cómo puede ser? y allí nomás, me mandé y le dije a esa esclava cajera: -Dame 27-
Y mientras descorchaba en mi casa prendí la radio -que ya, casi nadie escucha- y en el medio de esa onda antenística, esa infame audición pasó un viejo tema de «Los abuelos de la nada»: «No te enamores nunca de un marinero bengalí»…
¿Quién carajo se puede enamorar de un marinero bengalÍ? ¿Bengalí? ¿Qué es bengalí? ¿Deviene de bengala? O sea, ¿es una bengala perdida como el tema de Spinetta? No, absolutamente no.
Miguel Abuelo pernoctaba en las sonámbulas noches-madrugadas de su viaje impredecible y catapultó una melodía que… quedó arraigada en el océano libertario del arte. Había vuelto recientemente de Europa y divagaba por escenarios mientras trataba de hacer pie en esa Argentina indescriptible de vaivenes sociales y -por ende- culturales. Supo posar sus cansinos pies -pero no sus piernas de creador- y terminó incipiéntemente, conviviendo en la casa de su madre, allí, en el viejo barrio de Palermo. Me tocó cruzar a su persona cuando yo vivía en ese mismo barrio; en una de sus variadas presentaciones lo conocí haciendo ademanes esculturales junto al negro Fontova, quien justo en esos momentos estaba con Casandra, quien era la fotógrafa de la revista que teníamos los de la Escuela de periodistas.
Lo llevé un par de veces a ese depto. Con el buggy rojo que poseía y él se obnubilaba todo el tiempo por pensar que viajaba en un coche de juguete plástico al que sólo le faltaban alas. También hube de conocer a su hijo que se llama Gato Azul quien hubo de tener con esa primera mujer que le soportó todo su viaje: Krisha.
No sé por qué, me acordé de esos momentos, sobre todo después de tantos años en donde las líneas cutáneas no hacen mella sino es a través de los espejos, pero esa radio, esa maldita radio pasó ese tema pegadizo y reiterativo en cualquier dial que se hace lista casi obligada de los DJs de hoy en día… Y apareció nuevamente él, con ese viaje indescifrable y hasta incoherente y lleno de inventiva, como ese «marinero bengalí» que no podía ser tal pues según mi propio punto de vista sintáctico y verdadero debía ser «marinero bangladesí», propio de Bangladesh, de esa región de India; el idioma sí, resultaba ser efectivamente «Bengalí».
Nunca hablé, en esos escasos momentos compartidos semejante diferencia de criterios… ¿Qué puede importar, no? Hoy esa puta audición de radio ignota y al azar, me hizo acordar.
De Pablo Diringuer