Lugares y Postales
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La Esquina
Cada esquina guarda sus historias, o sus fantasmas
La Esquina

Para los urbanistas y el común de los mortales, la esquina es sólo una referencia geográfica; un punto en el plano de la ciudad, a lo sumo ligada a algún episodio de registro modesto, como un choque de vehículos o el encuentro con algún conocido. Pero para la memoria asociada a las emociones profundas, puede ser el centro de un universo cuyos límites están acotados sólo por el imaginario del poseedor de esos recuerdos.

Corrientes y Esmeralda – 1930

“El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él y presienten que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos”.

El párrafo precedente es parte del ensayo “El hombre que está sólo y espera” de Raúl Scalabrini Ortiz. Es un minucioso estudio sociológico y filosófico del porteño que convivió generacionalmente con el autor y en gran medida, una probable radiografía de la condición existencial de quien escribió la obra, a mediados de la década de 1930. Scalabrini Ortiz ubica su objeto de estudio en una esquina entonces paradigmática del Centro de la Ciudad de Buenos Aires: Corrientes y Esmeralda. Es probable que en el siglo XXI a la mayoría de los jóvenes transeúntes, ese cruce de calles no les representa nada especial; pero fue un símbolo de la porteñidad.

“Amainaron guapos junto a tus ochavas
cuando un “cajetilla” los calzó de cross.
Y te dieron lustre las patotas bravas
allá por el año novecientos dos”.

Así describe la esquina en cuestión el poeta Celedonio Flores en un tango que se llama precisamente, Corrientes y Esmeralda. Una esquina frecuentada tanto por patotas como por “cajetillas”. La cercanía de teatros y cabarets facilitaron la nocturnidad de ese tramo de la Avenida Corrientes, que más adelante se trasladará al segmento que va del Obelisco a la Avenida Callao; intentando, post pandemia, recuperar su calificativo de “La calle que nunca duerme”.

Pero el amor de la poesía tanguera por las esquinas no se agota en el Centro. Homero Manzi en su tango – himno arrabalero titulado Sur, evoca “La esquina del herrero / barro y pampa…” ubicándola en su amado barrio de Nueva Pompeya. Y en el comienzo de la misma pieza arrancando desde el adoquinado, rememora: “San Juan y Boedo antiguo / cielo perdido…”.

El antiguo porteñismo está impregnado de esquinas. Por lo general, en esos encuentros de calles había cafés, bares, fondas… con despacho de bebidas por lo general, ingresando por la ochava y en la calle lateral, el almacén que sobrevivió hasta el desembarco de los supermercados en la segunda mitad del siglo XX; y que aún languidece en algunos barrios capitalinos y en el Conurbano Bonaerense.

Y es también Homero Manzi quien retoma su devoción esquinera, en el vals “Esquinas

Porteñas, con música de Sebastián Piana: “Esquina de barrio porteño / Te pintan los muros la luna y el sol / Te lloran las lluvias de invierno / En las acuarelas de mi evocación”.

La evocación, la nostalgia, la edad dorada perdida aquella noche en que muchos doblaron la esquina “Para nunca más volver…”, como reza alguna (una más) de las tantas letras tangueras evocadoras del tiempo mítico añorado.

La esquina como límite del barrio; doblarla para perderse en la ciudad con ansias de progreso siempre implicaba riesgos. La “luz de almacén” mortecina entrevista desde el colectivo o el tranvía, señalaba el territorio propio.

Pero no todas las esquinas de la Gran Urbe son merecedoras de un halo romántico. Por ejemplo, Corrientes y San Martín. En septiembre de 1955 esa esquina estaba ocupada por la antigua Confitería La Helvética. En los altos de ese café, funcionaba la sede de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) que pese al derrocamiento del presidente constitucional Juan D. Perón, mantuvo su lealtad al Jefe de Estado depuesto. Días después una fracción militar intimó rendición a los aliancistas que ocupaban la parte superior. Al negarse éstos, los tanques abrieron fuego contra toda la esquina demoliendo tanto la planta baja como las oficinas del primer piso. Aquí las informaciones se bifurcan: algunas fuentes sostienen que el local estaba vacío; otras hablan de muchos muertos cuyo número nunca se difundió.

Difícil precisar datos confiables. Lo concreto es que esa esquina emblemática de la bohemia porteña, nunca volvió a ser la misma, pese a que años después fue reconstruida y reabrió sus puertas, hasta que cayó vencida definitivamente por las crisis económicas.

Por lo visto, cada esquina guarda sus historias, o sus fantasmas.

“Andá a la esquina a ver si llueve…”” le dice el porteño con sorna no disimulada, a quien quiere sacarse de encima. “Nos vemos en la esquina de Tal y Cual…” dice a veces quien concreta una cita. Acompañadas durante décadas por los buzones rojos de nuestro viejo Correo y Telecomunicaciones, por chapas identificatorias de calles con nombres que hoy siguen siendo ignotos, habitadas por barras de pibes que la consideran propias, las esquinas porteñas son como lo señaló Homero Manzi, “… acuarelas de mi evocación”.

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