En la antigüedad los psicóticos eran considerados poseídos por el demonio, razón por la cual se los aislaba y se los castigaba.
En el siglo XVIII se los comienza a ver como enfermos, a partir de lo cual se toma la decisión de aislarlos a fin de evitar la difusión del morbo (Enfermedad o alteración de la salud).
El psicótico, de esta manera, pasa a ser objeto de estudio de la ciencia. Surge entonces la psicofarmacología y la neurofisiología para investigar e intervenir en dichos casos.
Según Ipar (1995) dicha enfermedad puede ser vista desde dos vertientes: la del progreso, considerar a los psicóticos como enfermos, porque no son productivos económicamente, pensemos en la realidad del siglo xx y la revolución industrial, la categoría de enfermos los ubica en sujetos de consumo, y la del prejuicio, considerar a los psicóticos como un peligro.
En el siglo XIX y a principios del XX, se distinguen dos categorías fundamentales: los signos y los síntomas. La psiquiatría se ocupa de convertir los síntomas en signos observables, objetivos y universalizables.
El psicoanálisis, en cambio, se preocupa fundamentalmente por la subjetividad y, lejos de realizar una mera descripción semiológica de la enfermedad, se interesa por llegar a conocer la causa del síntoma.
De esta manera podemos observar cómo a partir del advenimiento del psicoanálisis se produce un cambio importante respecto de la concepción de la psicosis.
Las psicosis son un grupo de psicopatologías crónicas que no tienen su causa en lesiones orgánicas sino en alteraciones funcionales del sistema nervioso, ya sean innatas o adquiridas. Este grupo incluye a la esquizofrenia, la paranoia, la melancolía y las psicosis maníacas depresivas.
El equipo terapéutico debe permanentemente auditar tanto los logros del paciente como las limitaciones del tratamiento. Esto apoya la elaboración de una conjetura más exacta a la realidad del paciente y la organización de sistemas con destinos más exactos. Lo que es más, esto abstiene de caer en una administración todopoderosa de la enfermedad.
Es importante percibir el problema del paciente y establecer uniones que apoyen al AT y al equipo tratante. Los movimientos considerables en sus apariencias clínicas llevan al equipo a examinar metodológicamente indicaciones y contraindicaciones hacia el AT.
Con este tipo de pacientes siempre se deben implementar consignas simples de trabajo, los proyectos complejos pueden generar dificultades para la comprensión de la consigna o su implementación.
También se deben brindar respuestas claras y concisas. El AT debe tener un lenguaje claro y directo, evitando el doble sentido o la ironía.
Es importante saber soportar momentos de silencio, hay pacientes que no pueden sostener un diálogo por mucho tiempo o las palabras los abruman, además, no se aconseja realizar preguntas incisivas, podría ser esto invasivo, de la misma manera que no hay que contradecir el discurso del paciente, esto podría ser persecutorio.
Es recomendable saber soportar la incomprensión parcial del discurso del paciente, no siempre es posible que el paciente sepa expresarse claramente, con el tiempo se podrá ir comprendiendo los códigos y las formas de comunicación.
El AT debe ser ante todo puntual y sostener las rutinas que se han implementado con el paciente, esto ayuda en la organización de la vida diaria y genera un marco de contención en la vida cotidiana, la alteración de la rutina puede provocarle al paciente confusión y desorganización psíquica. Todo esto respetando las costumbres y hábitos del paciente.
El AT tiene que también promover algún proyecto vital acorde a las posibilidades del paciente, ayudar a reforzar la capacidad de espera o postergación, propiciar el nexo con el mundo externo y la sociabilización.
Las actividades no pueden ser planeadas con mucha anticipación y las salidas pueden reverse o modificarse si hay incomodidad o sobre exigencia.
Se debe dosificar el tiempo de dedicación que requiere cada actividad, hay que evitar lugares donde haya gran concentración de gente o mucho ruido y encuentros sociales demasiado exigentes. Tampoco se debe superponer objetivos en una salida.
Se deben elegir actividades que favorezcan la ubicación temporo-espacial y también hay que favorecer el cuidado de su apariencia personal.
A diferencia de las neurosis, en las psicosis el sujeto concede valor de verdad a las ideas delirantes o alucinaciones, es decir, tiene certeza, si bien pueden ocasionarle sufrimiento no los reconoce como productos de su subjetividad, carece por lo tanto de consciencia de enfermedad.
Autores: Sergio F. Sáliche | Susana Turati
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