Leonardo sigue teniendo razón: “La pintura es una cosa mental”. Los datos de la realidad deben ser captados, asimilados, transformados por el artista, en miras a un objetivo esencialmente pictórico para ajustarse a una idea a un sentido de la pintura.
Buenos Aires es, indudablemente, un gran “tema”, un asunto apasionante. El mundo del tango, el pintoresquismo de los sobrevinientes corralones; la cercanía de la imagen -huyente ya- de los compadritos de un próximo ayer: el aire popular de los vendedores ambulantes o de los repartidores a domicilio; la fábula -encariñada en el sentir porteño- del organito callejero son motivos que llaman, con emoción humilde, al pincel del artista, lo reclaman desde lo profundo, con el afán de ser testimoniados.
Sigfredo Pastor ha sabido salvar airosamente el peligro de lo ilustrativo. Ha hecho pies en el “tema de Buenos Aires, pero superándolo como verdadero pintor. Al conservar la imagen, con una especie de exasperado realismo, la ha castigado, sin embargo. Macerándola dentro de si hasta devolverla purificada y esencial.
Extraños compadritos de escuálida imagen y piernas llevadas al grado de estliización kafkiana que propone la idea de un insecto de pesadilla arrabalera; el guitarrero remotísimo, inmerso en su grave soledad, con una teoría de casas de suburbios por casi irreal horizonte; el ritual porteño del paso del tango, bailado con sombrero puesto, para respeto del varón, porque, como dicen las Escrituras, “el pelo es desnudez”; las calles prolongadas hasta un horizonte infinito; la hierba porfiada, creciendo, por sobre toda humillación , entre los ladrillos gastados, constituyen formas del mundo exasperadamente real y, por añadidura, casi vecinamente surrealista que se desprende de las telas de Sigfredo Pastor. Convocación o conjuro que solo es posible cuando se siente desde adentro a la contradictoria pero siempre bella ciudad que amamos, “mi Buenos Aires querido”.
Pastor es un sentidor hondo de lo lunfardo. Ha ilustrado poemas del género. Ha caracterizado con eficacia singular hombres y mujeres del mundo de la lunfardía. Por último, como su más reciente contribución, es autor del logrado logotipo de El Lunfa, con que la publicación este -con yugo original- a abrir las puertas de la porteñidad, para ser recibida con los honores que merece.
El Lunfa – Noviembre 1977 – Por León Benarós