El Poeta sufrió el itinerario hasta encontrar la estatua de Florencio
La noche en que El Poeta llegó a Buenos Aires -después de muchos años y una tormentosa travesía en el bar de la clase turista de una nave española-, recaló en un hotelito de la calle Montevideo y se corrió hasta la esquina con Corrientes. Ahí pudo disgustarse a su gusto, viendo el bar Ramos convertido – con el mismo nombre- en una pecera.
No tuvo más remedio que cruzarse a La Paz y encontrarse irremediablemente con los “jóvenes” (ya no tanto) que para él somos nosotros. Tuvo que preguntar como andaban y qué hacían. “Periodismo- dijo, como siempre- sigan adaptándose”.
Dos días después, me llamó acá, el diario, y se vino. Tenía un recorte de Tiempo en la mano. Era la nota de Polo Márquez, publicada el viernes pasado sobre un pintor que supo fijar, a través de una ventana y por encima de una desolada mesa de café, la estatua de Florencio Sánchez.
“Eso me paso la otra noche, cuando pase frente al Teatro San Martin”, me dijo, y agregó: “ ¿A dónde está Florencio digo, su estatua?”. Puso el recorte en la mesa y señalaba con el dedo, casi pegando. “Porque acá dice Chiclana y Deán Funes, y yo fui, y ahí no hay ninguna estatua”, dijo. No me extrañó que la estatua no estuviera, pero, por las dudas: ¿A qué hora fuiste?, le pregunté.
“¿Qué corno tiene que ver la hora- me dijo- si la estatua no está?”. Le hice la seña del vaso, con la mano. “No ebrio no dormido- dijo- voy a dejar de darme cuenta de si Florencio está o no está”.
Resumamos. Buscamos en archivo, en libros, en lo que yo me acordaba. En el “Manual informativo de la Ciudad de Buenos Aires” se informa que la estatua de Florencio Sánchez es de Esteban Riganelli y está ubicada en la plaza Doctor Alfredo Rivas, y fue inaugurada el 27 de junio de 1931. En otro libro, “El Barrio del Parque de los Patricios”, de Ricardo M. Llanes. Riganello se llama Agustín y la inauguración fue el 22 de junio, por suerte del mismo año. Ahora bien, en el libro anterior (Manual…) la plaza Doctor Alfredo Rivas no existe, en el inventario, no como maceta. Después, ya no está en los libros: sabemos que en 1970, en la época de Lanusse, la hija del intendente Montero Ruiz encontró la estatua, casi abandonada, en algunos talleres de reparación de la Municipalidad, y se decidió emplazarla frente al Teatro Municipal. “Claro-dijo el poeta-, en calle Corrientes, donde siempre tuvo que haber estado. “Entre El Estaño y El Ramos, que ya no están. Cerca de los canillitas. Todo bien, pero ¿ahora, adonde está?
Dude otra vez de él, y acordándome de algo pregunté: “Decime, había seis bocacalles?” “No las conté, pero el bar está y la estatua no está”.
Ya éramos varios cambiando información y alguien le preguntó al poeta porque no había averiguado en el bar. “Un poeta no averigua en un boliche por otro poeta”, dijo como si hablara de malandrines. Para esto, el autor de la nota en cuestión había llegado. Polo Márquez dijo que el poeta tenía razón, que no estaba. Que en 1976 la habían sacado de frente al teatro, porque obstaculizaba el paso, pero que para entonces la placita anterior había desaparecido, y que ahora está no muy lejos de donde estaba, entre Chiclana y la otra, mirando a Pavón. El poeta se fue.
A los tres días lo vi, en la tardecita. “Lo encontré, hermano- me dijo-, me guié desde el bar. Tenés razón, son seis”.
Y recitó: “Seis bocacalles, no che, la neblina y el lamparón de un bar contra el silencio”.
Yo seguí: “Tan sola, a la intemperie, allá en la esquina tiene frio la estatua de Florencio”. Él dijo: “Así, como en el poema de Abelardo Castillo. Pero sin las bocacalles, en un canterito. Le hablé un rato de mí, y es cierto que hacía frio, esa noche. Le conté que yo no soy un exiliado cualquiera que me tuve que ir porque ya en el Mundial del 74 yo quería que ganara Corea y me exiliaron de los bares. El día antes me había dado dos tarjetas de cartón, para entrar a una gran fiesta en que se inauguraba no sé qué cosa en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, con números artísticos, pero también en un ambiente calentito y con bebidas. Mirate, le dije, siguiendo con el poema de Abelardo: Tan así, la solapa levantada, con el frio que hace y en cabeza. Tengo dos tarjetas, le dije, venite, debe estar empezando Florencio”.
El poeta se calló un momento y después me juró que lo que iba a decir era cierto. Dijo que Florencio levantó la cabeza y le dijo:
-No hermano. Así, juntos, no nos van a dejar entrar.
Tiempo Argentino – 08-06-84 – Miguel Briante
Ubicación de la Estatua de Florencio Sánchez (Agustín Riganelli, 1927,) Av. Chiclana y Esteban de Luca)