La Longevidad
Matusalén, que en hebreo significa “cuando muera será enviado”, y en arameo básico equivaldría a un sencillo “no se muere nunca el guacho”, es la persona más vieja mencionada en el Antiguo Testamento. Alcanzó, según el Génesis 5:27, la edad de novecientos sesenta y nueve años. Esos fueron entonces sus días, hora más, hora menos. Habrá perecido en el año del Gran Diluvio, según cuentan estimaciones más o menos exactas. Su nombre es un sinónimo general aplicado a cualquier criatura de edad muy avanzada.
Hoy. La ciencia nos lleva a suponer, calculada a techo y raya, que la vida de una célula humana está por debajo de los ciento cincuenta años. El límite de la conservación para las personas más viejas del planeta registra en el rango de los ciento doce a los ciento veintidós años. Los mitos de longevidades extraordinarias son en muchos casos cuestionables, o cuanto menos opinables.
Las edades de los patriarcas bíblicos, por caso, están sujetas a cálculos de ciclos lunares confundidos por fases solares.
Aquéllos son rigurosamente menores a éstos. Las cuentas así alineadas (por el Indec, a buen puerto) dan para Matusalén sesenta y ocho años de existencias cumplidos en novecientos sesenta y nueve ciclos lunares. Impresionante de todos modos para su tiempo, aunque se creía que los humanos vivían cerca de mil años, en especulación dispendiosa ajustada a Derecho. Pero atención, que siguiendo esta línea, Eva debió dar a luz a Set a los cuatro años. Precoz, cierto.
Bueno, así ocurrió hasta que, para poner orden, Dios acortó su edad. Fue después del Diluvio Universal que atronó cuarenta días y cuarenta noches. Génesis 6:3. Y dijo Yavé: “No contendrá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años” (…)
(…)Los científicos creen que el rapamycin tiene un efecto similar, beneficioso a la restricción del consumo calórico para aumentar la longevidad. Es que el fármaco produce efectos en una proteína de las celular llamadas mTOR, que controla muchos procesos involucrados en el metabolismo y la respuesta al estrés celular.
Tengo ahora cierto problema con la visualización espacial de los cuerpos sólidos. Se entiende, mi apogeo ocurrió allá lejos, demasiado lejos, entre los veinte y los treinta años calendarios de mi vida. Sin eufemismos y el deterioro paulatino, imperceptible aunque notable, que puso en marcha la disminución del razonamiento y el pensamiento.
Que tan lejos está/ estoy de rapamycin. No lo sé. Pero suena buena oportunidad para abrazarse con Fausto y negociar a cuenta de Mefistófeles un pedazo de juventud. Mi alma no tiene precio.
Bah, eso creo.
Debate – 25-07-09 – Por Lorenzo Amengual