Antes de seguir, repetiremos el aviso: esta nota contiene spoilers de los dos últimos episodios de Stranger Things, específicamente de los dos episodios que se estrenaron el pasado 1 de julio en Netflix.
El final del séptimo episodio de la cuarta temporada había dejado grandes incógnitas que, por suerte, se resolvieron poco más de un mes después. El monstruoso Vecna había revelado su verdadera identidad, el sujeto 001, compañero de Eleven (Millie Bobby Brown) en el centro de estudios científicos donde experimentaban con niños dotados de poderes especiales. Tras una batalla con la niña, 001 fue expulsado a una dimensión paralela en donde, lejos de morir, se convirtió en un poderoso ser que dominó ese mundo alternativo.
Durante años modificó la geografía, armando un ejército de seres salidos de pesadillas dignas de H.R. Giger —el creador del look del xenomorfo de la franquicia Alien— y elaboró un complejo plan para incrementar su poder y pasar al otro lado para destruir a la humanidad.
Nancy (Natalia Dyer) había quedado atrapada en aquel mundo, con Vecna a punto de matarla. Pero el enemigo no tenía ninguna intención de tomar su vida, sino que quería enviar un mensaje: dotó a la joven de visiones sobre la destrucción de Hawkins, y ella debía transmitir la amenaza a los chicos que, contrarreloj, intentan acabar con el poderoso adversario.
En Rusia, Hopper (David Harbour) debe encontrar la forma de ayudar a los chicos al otro lado del Atlántico, junto a Joyce (Winona Ryder), Murray (Brett Gelman) y Yuri (Nikola Đuričko) deben eludir a la KGB mientras luchan con los monstruos en la prisión aislada tapada de nieve, en donde Hopper y Yuri estaba reclusos.
Eleven, cautiva en el centro de experimentos secreto en el medio del desierto de Nevada, da los últimos pasos para recuperar, en forma definitiva, sus poderes. El Dr. Owens (Paul Reiser) cree que deben dejar libre a la adolescente, pero el Dr. Brenner (Matthew Modine) está decidido a sacrificar la ciudad Hawkins y, potencialmente, el mundo, en pos de seguir con sus pruebas para liberar el potencial completo de su “hija”. Papá, como llamaban los niños a Brenner, considera que los poderes de su primer “hijo” ahora convertido en Vecna son demasiado grandes para que Eleven pueda enfrentarlos.
Mike (Finn Wolfhard), Will (Noah Schnapp) y su hermano mayor Jonathan (Charlie Heaton) intentan llegar a rescatar a Eleven porque sospechan que su ciudad natal está en peligro inminente.
En Hawkins, mientras tanto, el grupo remanente no puede darse el lujo de esperar que Eleven aparezca con sus poderes para combatir. Los persiguen el grupo de deportistas enardecidos por la paranoia satánica, que encima poseen potentes armas de fuego. Max (Sadie Sink) sobrevivió por un pelo a su encuentro con Vecna —y gracias a la canción Running up that Hill, que treinta y siete años más tarde de su lanzamiento le reportó a la cantante Kate Bush una ganancia superior a los dos millones de dólares gracias a la aparición en la serie.
Steve (Joe Kerry), Nancy, Robin (Maya Hawke), Dustin (Gaten Matarazzo), Lucas (Caleb McLaughlin), su hermana Erica (Priah Ferguson) y Eddie (Joseph Quinn) llegan a un plan que es, como mínimo, arriesgado. Max se quiere poner como “carnada” para Vecna, mientras Dustin y Eddie crean una distracción del ejército de murciélagos demoníacos que protegen la casa/guarida del monstruo.
Steve, Robin y Nancy intentarán infiltrarse en el caserón para cortar la cabeza, apuñalar en el corazón o prender fuego —lo que sea más efectivo— al monstruo con la esperanza de detener el aparente apocalipsis en ciernes.
Los dos episodios del segundo volumen de Stranger Things 4 son, básicamente, dos películas de acción, terror, aventuras y mucho drama que aprovechan al máximo el gran presupuesto disponible y las libertades creativas que Netflix claramente les dio. Los Hermanos Duffer escriben y dirigen esta épica conclusión de la cuarta temporada y no dejan nada, absolutamente nada en el tintero.
Empecemos por la duración de los episodios: el primero dura una hora y veinticinco minutos, mientras que el segundo dura dos horas y media. Casi la misma duración que la temporada entera de Obi-Wan Kenobi, por poner un ejemplo. Podrían haber dividido los dos capítulos en cuatro, o hasta seis, pero los Duffer tomaron la acertada decisión de ofrecer un espectáculo cinematográfico pleno, aprovechando cada minuto para desarrollar no sólo la acción sino la interacción entre los personajes. Estas cuatro horas le permiten a los actores llegar a puntos dramáticos excepcionales, engalanados por una narrativa que se divide en tres historias separadas que de a poco, van convergiendo con la maestría que sólo los buenos contadores de historias son capaces de ofrecer.
El ganador en la inexistente “batalla” entre actores es, definitivamente, Eddie. El metalero fanático de los juegos de rol con un pasado turbulento que, encima, carga con una injusta acusación de asesinato consigue los momentos más altos en toda la temporada. Joseph Quinn es una adición fundamental a un elenco ya repleto de estrellas consagradas. Su personaje tiene una amplia gama de emociones, que van desde la comicidad con el espectador, pasando por lo siniestro. Tiene momentos de ternura, y un arco argumental propio que empieza y termina en tan solo nueve episodios.
Quizás la mejor escena en los últimos años de la televisión en general lo haya tenido a él como protagonista. Tras acondicionar la caravana en el otro lado, Dustin y Eddie suben al techo y conectan unos amplificadores. Eddie toma la guitarra, le dedica el show a Chrissy —la primera víctima de Vecna—y comienza a tocar unos acordes. La música colma la escena. Es Master of Puppets, de Metallica.
Maestro de las marionetas, tiro de tus cuerdas/ torciendo tu mente y aplastando tus sueños/ cegado por mi, no podes ver nada/ solo llámame por mi nombre que te oiré gritar.
El paralelismo de la letra con Vecna y su técnica para capturar víctimas es evidente. Pero aquí son las presas las que están gritando el nombre del monstruo, en su propio territorio. El rock metal de la banda atrae a los murciélagos- mutantes- asesinos que rodean la casa que los jóvenes deben invadir, y Eddie con su música, en un momento de total frenesí rockero consigue atraer la atención de las bestias. La cámara gira alrededor del muchacho, que está dejando atrás su pasado de paria, de “chico malo”. Lo hace a fuerza de acordes potentes, con un solo de guitarra inolvidable en las mismísimas entrañas del infierno.
La colonia de murciélagos abandona su puesto, en pos de la melodía. El cielo se ilumina con rayos rojos. El peligro crece segundo a segundo, in crescendo, a la par de Master of Puppets. Eddie tiene un momento de contemplación, muy sutil, en donde entiende que ese probablemente sea el momento más heroico de su vida.
Entonces se termina de comprometer con el solo de guitarra. Se compromete con la misión. Hace las pases con la vida y deja que sus demonios vuelen, que se confundan con el resto de los demonios que están a punto de atacarlo.
Los dedos vuelan sobre las cuerdas. La cabeza de Eddie se sacude, como tocando otro instrumento invisible. Los quirópteros interdimensionales están a unos metros, sedientos de sangre. El camino ya está allanado para el resto del grupo.
El nivel crítico de masa épica se alcanzó. Los Hermanos Duffer crearon el momento más rockero, más metalero, más cool y probablemente más inolvidable de la televisión.
Es una escena de tres minutos en donde se desenvuelve no sólo el solo musical sino otras dos historias paralelas. Las imágenes icónicas están repletas de sustancia. Son importantes para la trama. Nada acá se ve “bien” por el mero hecho de contentar esa parte del cerebro que procesa los estímulos visuales. Los directores crearon un momento importante, significativo para los personajes y para nosotros, los espectadores, sin perder el objetivo primordial: contar una historia.
En tiempos tan aciagos como los que estamos viviendo, es importante tener al alcance la mano un héroe imperfecto, con un arco de redención genuino. Encima es un nerd como el consumidor promedio de Stranger Things, amante de los juegos de rol, las películas de terror y el metal. Eddie Munson pasó a la inmortalidad de la cultura popular con Metallica de fondo.
Stranger Things está repleto de momentos épicos sólo en estos dos episodios. Eleven derriba un helicóptero con su mente mientras una lluvia de balas cae alrededor de ella. La explosión ilumina su silueta en medio del paisaje irreal desértico, repleto de cadáveres. Parece una escena de Apocalipsis Now pero con una adolescente gritando mientras retuerce los hierros de un vehículo militar con soldados dispuestos a volarle la tapa de los sesos a una menor de edad.
¿No es suficientemente épico? Hopper, en medio de la arena congelada del coliseo clandestino que crearon los rusos para pelear contra los Demogorgons, toma una espada del suelo. El hombre ya está harto, necesita terminar con la faena de pesadilla para poder volver a su casa. Pero no es cualquier espada la que agarra. Es la de Conan, el Bárbaro. En una batalla en cámara lenta el policía gigante descarga toda su furia contra la criatura que le viene haciendo la vida imposible hace cuatro temporadas. ¿Importa de dónde salió la espada? No, en lo absoluto. Importa que es épico nomás. Y que es importante para la narración.
¿Y qué me dicen de Nancy emulando a Sarah Connor en Terminator 2? Armada con una escopeta a la que ella misma le recortó el caño para que los balazos sean más potentes y dañinos, se toma revancha de los daños que causó Vecna no sólo en ella sino en todos sus amigos. Lo hace sin decir frases clichés. Lo hace en silencio, con el ceño fruncido. Concentrada mientras sus amigos lanzan bombas molotov al enemigo.
No todo lo épico tiene que involucrar batallas. Will tiene una conversación en donde intenta camuflar sus sentimientos enhebrando una analogía. Habla del amor por el otro, habla de la amistad. Se quiebra en llanto pero sigue dando su discurso. Necesita consolar a su amigo, sabe que es el apoyo moral que Mike necesita en ese momento antes de enfrentarse a una nueva aventura sobrenatural. Resigna sus propios sentimientos, su batalla interna, se sacrifica por el bien mayor. Noah Schapp da una clase de actuación en una sola escena.
Stranger Things consiguió en un puñado de episodios lo que muchísimas series querrían hacer en temporadas enteras. Los creadores mantuvieron un equilibrio entre el despliegue visual impactante, las referencias a la cultura popular de los ´80 —mencionarlas acá implicaría una nota aparte— y, lo más importante, una historia que se desarrolla de fascinantemente. Prometen entretenimiento y cumplen de forma sobresaliente.
Esta es una historia pochoclera, sí. Pero es honestamente pochoclera, no se avergüenza de sus influencias sino que las abraza, las incorpora, las transforma en algo nuevo y se pone del lado del fan.
La temporada cinco será la última, avisaron los directores. El final abierto de la cuarta promete no sólo el infierno en la tierra sino momentos aún más duros para los protagonistas. Encima, sabemos que cualquier personaje con el que nos hayamos encariñado puede llegar a morir.
La vara está alta, y eso es bueno. Stanger Things está destinada a convertirse en un clásico en los años que vendrán.