Un Ángel Caído en las Brasas de un Arco Iris
Antes de que este libro se convirtiera en tatuaje, yo creía que las páginas eran una cuestión sólo de papel. Estaba errada. El don de una historia es apoderarse de un alma, robársela al lector hasta confundirlo con el personaje principal y luego del trance, devolverlo al mundo de los vivos siendo otro.
Me encontraba sentada frente a la ventana leyendo El evangelio según Jesucristo, de Saramago, en compañía del cielo que, constante, mojaba por un rato mi mundo. De golpe, sentí que el cielo mutaba, alertando a mis páginas que se blanquearon de repente. Un perfecto arco iris dominó mi mente y recordé que en algún punto somos aquello que pensamos, y si además, es un pensamiento fijo, de esos difíciles de erradicar, entonces estamos frente a un alma que sabe hacia dónde se dirige.
Esto de definirse no es poca cosa, y recordé a Julien Saxs, mi vecino del noveno. Es un ser de pocas palabras y mucha iluminación. Sabe lo que quiere, lo que dice y hace. Su mayor don es la coherencia.
Aquel día que hoy recuerdo con lucidez me lo crucé en el ascensor. Es un hombre afecto a los tatuajes y hay que hacer denodados esfuerzos para sustraerse de ellos y mirarlo a los ojos. Es difícil entablar un diálogo sin el deseo de preguntar los por qué de tal o cual figura que lleva tatuada. Pero aquella tarde especial, la maldita caja mecánica falló por el corte de luz y nos quedamos atascados en el ascensor. Yo tengo claustrofobia, así que cualquier motivo que distrajera mi mente, me serviría.
—Julien, no me gustan los encierros, disculpa si me vuelvo histérica —dije con la voz elevada.
Julien me miró comprensivo.
—¿De qué te gustaría hablar? —me dijo con bondad.
—De tus tatuajes —respondí segura.
—Son la parte visible de mi alma —respondió con seguridad.
Confieso que me sorprendió la respuesta. El miedo al encierro me perturbaba de tal modo que preferí, siempre con la voz alzada, seguir el diálogo.
—Tu alma tiene muchas formas. Sos alado, florido y con muchos colores. Entonces te falta el lado B —le dije con rabia.
Julien me miró sin entender demasiado, pero creo que percibió la constancia de mi miedo porque mis manos comenzaron a sudar. Busqué dentro de mi bolso un paquete de pañuelos de papel, con torpeza extraje un par y me sequé las manos.
—El lado B está tatuado en negro —me respondió seguro. Lo observé con detenimiento y vi su cuello sombreado con la imagen de un dragón.
—El dragón es ancestral. Tiene algo de soberbia eso de querer ser tan antiguo ¿no? Yo en cambio me tatuaría un colibrí… Creo que me falta el aire —dije con pavura y un dejo de enojo.
—Todas las aves simbolizan la libertad, a veces uno se tatúa el alma sin dejarlo impreso en la piel —respondió Julien, al tiempo que buscaba una hendija en el techo del ascensor.
Con la llave de la puerta del departamento hizo presión sobre una ranura y sacó una tapa. Como por arte de magia, sentí que no moriría por falta de oxígeno. Luego, siguió con el diálogo como si nada hubiera sucedido.
—Sos mi vecina, pero no sé tu nombre, tranquila, no ha dejado de sonar la alarma del ascensor así que pronto estará todo solucionado, todos en el edificio están al tanto de nuestro encierro.
—Es el lado C —me dijo señalando el agujero que dejaba ver las roldanas del ascensor. Es ahí donde vamos a poner nuestros mejores deseos.
No estaba en condiciones de discutir si era el lado B o C. Mis ojos llorosos me impedían ver. Julien se percató de ello.
—No sé si sabías, pero tengo un ala tatuada. Sirve para la libertad del espíritu.
—¿Una sola ala? No se puede ser libre si no tenés dos — respondí temblorosa.
—Vos tenés dos. Son coloridas como el arco iris. Sólo hay que usarlas.
—No hay ningún arco iris. Esto es una caja como un féretro, moriremos.
—¿No ves el arco iris? —respondió Julien, mientras me mostraba su hombro tatuado.
Entonces ya casi ciega de miedo, esforcé mi corazón para ver y de ese modo continuar con vida. De repente me entregué a ese cielo de siete colores y pensé que Dios había creado el cielo y sus transformaciones y que si Julien estaba ahí conmigo era como estar con un ángel, uno que habría caído a Tierra. Estaba en ese pensamiento cuando de golpe se encendieron todas las luces, el ascensor se movió unos metros, se detuvo y se abrieron las puertas.
Salí de allí como espantada. Ya en el pasillo, totalmente transpirada, abracé a Julien para agradecerle. Me miró confortado.
—Se notan tus alas nacientes.
—Sí, lástima que no sé aún cual es el lado B de los tatuajes.
—¿Cuál es tu nombre?
—Butterfly, aunque me dicen Mery —respondí segura.
A punto de entrar a mí departamento retumbó la voz bondadosa de Julien.
—Sra. Mery, el lado B de los tatuajes es el que usted acaba de sortear. Una cosa más, el dragón es quien protege la vida de los humanos —dijo Julien con emoción mientras abría la puerta de su departamento.
Comprendí que a veces la muerte está en el pensamiento, y a pesar de ser una mujer longeva, me sobrevino un deseo imperioso de tatuar mi piel, después de todo, ya había tatuado mi libertad en el alma.
Ana Caliyuri- Tandil- Provincia de Buenos Aires – anacaliyuri@gmail.com
Del libro “Historias Tatuadas” – Niña Pez Ediciones- 2019