Episodio de la Defensa el 5 de Julio de 1807
Equivocados andan los que crean las acciones dignas de fama, ejecutadas por nuestras compatriotas en el periodo revolucionario, pertenecían exclusivamente a la clase rica. Mujeres pobres viéronse entonces jugaban papeles muy expectables y dignos de pasar a la posteridad.
Muger hubo, dice el Dean Funes, que poniendo a su marido el fusil en las manos, se despedía con esta lacónica frase: vuelve victorioso ó muere , porque de otro modo esta no será nunca la casa de un cobarde.
Por vía de episodio vamos á contar la insigne proeza ejecutada por la criolla doña Martina Céspedes y sus tres hijas, durante el asalto que trajeron los ingleses a la plaza de Buenos Aires, el 5 de Julio de 1807.
Mientas que algunos hijos del país habían consentido en ser guías de los invasores, sin conciencia del crimen que los deshonraba; una mujer del pueblo, Martina Céspedes, no había querido como otras muchas abandonar su morada, estando dispuesta á defenderla con el valor de una zaragozana, de cuya raza heroica descendía.
Cuando se inició el ataque por el lado de San Telmo, los ingleses vestidos de colorado como verdaderos demonios, iban ganando de casa en casa.
Momento a momento se detenían para beber en algún negocio ó pulpería abandonada, y así gradualmente la columna roja iba dejando muchos borrachos rezagados.
Una docena de estos, armados con sus fusiles y bayonetas, cayó sobre la casa de doña Martina, pidiendo aguardiente.
-Yo les voy a dar aguardiente, dijo la criolla, pero no entren todos juntos, vengan uno por uno.
Como todos los soldados ingleses tenían orden de hacer violencia al pueblo, y atacar solo a las tropas, no hicieron fuego sobre aquellas mujeres, o tal vez porque la mona no les permitía levantar los fusiles.
-Mi entrar primero, y besar la muchacha también, gritó uno que parecía sargento.
El bisteque, había visto, a pesar del aguardiente, a la más joven de las hijas de doña Martina, que eran tres rosas. Entró, pero no volvió a salir.
-Que entre otro, dijo la dueña de casa. En seguida pasó otro.
Así, uno a uno, pasaron los doce ingleses aquella puerta fatal. Ninguno volvió a salir. Mientras tanto, el ejército enemigo derrotado en todos los puntos de la línea, había perdido 2500 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, firmando una capitulación que deshonró al inexperto general Whitelocke.
Al día siguiente se publicó por Bando la capitulación.
Doña Martina que presentó en el Fuerte donde residía el virrey. En el bando se hablaba de un número fijo de prisioneros, que no recordamos en este momento. Liniers estaba en el salón de palacio, alegre como era consiguiente, y daba audiencia libre á todo el mundo.
Doña Martina Céspedes le llamó la atención. Era una criolla arrogante, fornida y graciosa son ser bella; tendría cuarenta años.
-Que se le ofrece señora? preguntó el virrey. Doña Martina sacó el Bando de su seno y le contestó:
-Venía a decir al señor virrey, usía, que si se podría enmendar este papel.
-Como! Señora, enmendar el Bando? y ¿por qué?
-Porque son más los prisioneros.-
-Y como lo sabe usted, señora.
-Lo sé, señor virey, porque tengo en mi casa doce ingleses prisioneros con sus fusiles y municiones.
-Y quien los hizo prisioneros?
-Yo, señor, ayudada de mis hijas: asaltaron mi casa y con astucia los amarramos a todos.
-Buen golpe, SEÑORA MAYOA, dijo Liniers, restregándose las manos, porque hacía frio. Ahora se traerán los ingleses, y usted desde hoy se queda dada de alta en el ejército, con el grado de sargento mayor, goce y uso de uniforme.
-Eso está bueno señor, y lo agradezco mucho, pero tengo que pedirle a usía una gracia.
-Diga usted lo que desea.
-Yo no puedo entregar los doce ingleses, voy á darle once no más, porque el otro, lo quiere mi hijita Pepa, para casarse con él.
-Pero si son herejes?
-No importa, la muchacha dice que ella le sacará la herejía poco a poco, echándole agua bendita.
-Per señora, esos soldados, con arreglo á la capitulación, tienen que volver a su país.
-Eso que vale, señor virey, ya los doce habrán pasado por muertos; que vuelvan once vivos, es un buen regalo, y como Pepita lo rindió, parece que tiene derecho á su prisionero.
Dos horas después los once ingleses volvían a colocarse bajo sus banderas enlutadas por la derrota.
Orgullosa doña Martina con su grado militar, no se cansaba de lucirlo, y todavía en la procesión del Corpus de 1825, llamaba la atención caminando vestida de uniforme al lado del valiente Las Heras,
y en medio de los ilustres guerreros de la independencia de que ella también era heroica defensora.
Mariano A. Pelliza – 28 de septiembre de 1878
Este relato que siempre tuvo amplia difusión esta tomado de la obra CRITICAS Y BOCETOS HISTORICOS, de Mariano A. Pelliza, publicada en Buenos Aires por la Imprenta y Librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú, 1879 (pp.13,14,15 y 16)
Notas:
Por Carlos Suarez