Cuando los especialistas en animación stop-motion observaron en el monitor de una computadora los resultados obtenidos, por primera vez en la historia, por parte de los animadores que recrearon dinosaurios fotorealistas, uno de ellos exclamó:
Estamos extintos.
La frase fue tan contundente, tan llena de sentimiento e incertidumbre que incluso el director de aquel film decidió usar esa línea improvisada por el experimentado hombre en efectos especiales dentro del largometraje.
El cineasta era Steven Spielberg. La película fue Jurassic Park. La animación CGI comenzaba a ganar terreno allá por 1992, y las cosas no fueron iguales desde entonces.
No resulta difícil imaginar una reacción similar en los animadores tradicionales, los que creaban films enteros a mano, con lápices, tintas y extenuantes horas doblados sobre tableros de dibujo, cuando vieron por primera vez Toy Story en 1995.
Hoy lo normal es ver largos creados íntegramente dentro de poderosas computadoras, y lo raro es toparse con la ahora llamada animación tradicional. Existen excepciones a la regla, como el mercado de animé japonés en donde lo antiguo se fusiona con lo nuevo con la intención de mantener el legado estético.
Los grandes estudios de Hollywood fueron virando a las computadoras y hoy en día los estrenos en cine estadounidenses rara vez se asemejan a El Rey León. En televisión sobrevive ese estilo, pero ya se han convertido en una minoría.
Toy Story fue un film seminal que evolucionó en una saga —las primeras dos secuelas son brillantes y la cuarta parte es una buena obra—, parió cortometrajes, infinidad de merchandising y toneladas de imitadores. Las aventuras del vaquero Woody y su improbable mejor amigo Buzz Lightyear, el héroe intergaláctico son clásicos modernos. John Lasseter, el director de la primera entrega, hizo historia y se llevó un premio Óscar por el primer film de la saga. Después sería acusado de acoso sexual y tras admitir su culpabilidad abandonó la empresa que ayudó a crear y posicionar en lo más alto.
Angus Mclane, co-director de Buscando a Dory siempre quiso hacer un film en donde se contara la historia de Buzz, ya que no sólo es un fanático confeso del personaje sino de films como Star Wars (saga a la que le rinden homenaje especialmente desde lo estético) y el género ciencia ficción en general. Tras el éxito de su largometraje Pixar decidió darle una oportunidad al cineasta y le permitió crear una historia acorde a sus expectativas.
La idea era llevar a la pantalla la aventura que Andy, el dueño de los juguetes protagonistas en la franquicia original, habría visto en el cine. El disparador de su amor por el personaje. Sabemos que veía el show del vaquero Woody en la televisión, y ahora tocaba conocer el pasado del héroe espacial.
Cuando anunciaron que Cris Evans, quien está pasando por un pico de popularidad tras abandonar su rol de Capitán América en la franquicia de Marvel, iba a prestar su voz para el personaje que supo inmortalizar Tim Allen muchos pusieron el grito en el cielo. Los fanáticos no entendieron por qué Allen no podía volver a ser Lightyear, ya que una generación se crio escuchándolo a él. El mismo actor manifestó no tener interés en ver el nuevo largometraje, visiblemente molesto por la decisión de otorgarle el trabajo a otra persona.
Los amantes de las teorías cinematográficas se dividieron en dos corrientes. Los que se opusieron al cambio alegaron que el juguete de la saga original, al poseer botones que lo hacen hablar, tendría la voz del actor en el que se basó el muñeco. Andy probablemente vio en pantalla a un actor con la voz de Tim Allen y lo usaron para manufacturar el producto.
Los que estuvieron a favor alegaron que es común en la industria de los juguetes que se utilicen diferentes actores para la versión fílmica y la producción de merchandising.
¿Es relevante para la película este debate? ¿Afecta el desarrollo de la narrativa? ¿Es menos entretenida por estos factores?
La respuesta a los tres interrogantes es un rotundo “no». Si bien fue una jugada debatible la de cambiar al actor, Buzz Lightyear uvo una serie animada en Disney Channel que no protagonizó Tim Allen. Ni los fans deToy Syory o Allen hicieron ningún escándalo o escrache mediático.
Lightyear es una película de aventuras y comedia hecha y derecha. El protagonista abandona el rostro bobalicón original para conformar a un héroe de acción hecho y derecho, torpe por momentos pero competente y querible.
Cris Evans tiene la capacidad de transmitir autoridad con su interpretación, y al mismo tiempo es un actor sumamente gracioso. Como protagonista destaca y el espectador es capaz de separar la versión anterior de la nueva. Ambas pueden coexistir cómodamente.
En el aspecto visual, Pixar siempre está a la vanguardia. Las influencias de Star Wars se sienten, pero no como plagio o una búsqueda desesperada para apelar a los espectadores adultos, sino como un sincero homenaje a una serie de largometrajes revolucionarios. El nivel de expresividad que tiene cada personaje mejora film a film, los paisajes son tan realistas que, si no estuvieran poblados por personas con rasgos caricaturescos, podría pasar por decorados reales.
Lightyear fue el foco de una censura completamente estúpida. Catorce naciones, entre ellas Líbano, Egipto, Emiratos Árabes y Qatar prohibieron que se exhiba el film por una escena que ni llega a ser escandalosa. Dos mujeres se dan un beso en la boca, un saludo habitual de pareja. Dura menos de un segundo, pero bastó para que viole las leyes retrógradas de esos países en las que la homosexualidad se considera un delito. Algo similar había ocurrido con Doctor Extrange: Multiverse of Madness. Esta insulsa controversia disparó una catarata de memes a favor del largometraje y en contra de la censura.
Esta publicidad y apoyo en las redes, sin embargo, no se tradujo en buena recaudación. La película tuvo un discreto paso por las salas de cine. Debería haber sido el gran lanzamiento de Pixar tras dos años sin estrenar un largometraje en cines debido a la pandemia, pero trastabilló apenas una semana después de su estreno. La controversia por el beso generó un debate sobre la representatividad de la diversidad sexual en las películas infantiles que opacó la campaña publicitaria y el boca en boca.
Los films infantiles se sustentan con el corte de entradas de los padres. Este género suele tener recaudaciones excelentes porque siempre van dos personas como mínimo a la sala. Muchos sectores conservadores, frente al boca en boca de la “polémica” escena decidieron no ir al cine, y esto se terminó convirtiendo en un factor determinante para establecer el fracaso en taquilla, al menos para las expectativas de Pixar.
Lightyear está lejos de ser una obra maestra, pero la compañía hace rato que no ofrece este tipo de materiales. Hace films competentes, entretenidos. Espectaculares desde lo visual y desde el elenco de voces que contratan. Sobre gustos no hay nada escrito, pero probablemente la última gran película de la compañía haya sido Inside Out, y es del año 2015.
Eso no implica que Lightyear sea un film que cumple su cometido de entretener. No será memorable como Toy Story o Up, pero para pasar casi dos horas en un mundo de fantasía alcanza y sobra.
Disney + la estrenó el pasado 3 de agosto, junto a un documental de media hora en donde se detalla el proceso de producción.