“Aunque la suerte quiera darle el esquinazo
él se prende al escolazo
por si un día se le da.”
Dice el tango El Escolazo de Eladia Blázquez, refiriéndose a la pasión porteña por la “timba”, el “escolazo”, o como se lo prefiera llamar. Es que la devoción por los juegos de azar, caló hondo en el espíritu ciudadano y dejó su marca en la cultura popular.
Partiendo de la herencia española simbolizada en el juego de naipes y la criolla destreza en las carreras cuadreras que convocaban un gran número de apostadores y curiosos, hasta la amplia gama de juegos ofrecidos por el Estado Nacional y las loterías provinciales, la tentación de probar suerte cruzó generaciones y paisajes.
“Es un comprar con moneditas
la ilusión.”
Dice el tango ya mencionado. Es la posibilidad mágica de dar vuelta la vida con un billete de lotería, también acertando la ruleta o jugándose todo a las patas de un caballo.
Pero hay otra pasión “timbera” que con nuevas pretensiones es igual de fiel y perseverante: la de aquellos que juegan a sabiendas de que ganar no cambiará su suerte; a lo sumo la mejorará circunstancialmente. En esa gama se inscriben los devotos de la quiniela, particularmente la clandestina.
El juego de quiniela, una variante más modesta de las loterías, fue oficializado en la Argentina, en la segunda mitad del siglo XX. Hasta entonces, se lo practicaba en forma ilegal, mediante relaciones personales y una compleja red que se presume, en no pocos casos contaba con apoyo de distintos estamentos del poder.
Esa pirámide invisible tenía una cúspide en la que moraba el “banquero” o “capitalista” y una extensa base formada por los “lapiceros.” Esos personajes conocidos y tolerados por todos, cumplían la importante función de tomar y pagar apuestas de quiniela en el circuito clandestino. ¿Cómo es posible sostener una organización que maneja grandes sumas de dinero, involucra a mucha gente, es clandestina y obviamente no existen recibos ni constancias de ese tráfico?
La clave residía en la confianza. El “lapicero” es una figura muy popular en la picaresca porteña. No hay barrio que no tenga a ese hombre o mujer, que circula incansablemente por los negocios minoristas, charla con el diariero de la esquina, timbrea en algunos domicilios, se para con mucha gente que transita por la cuadra, en particular con las amas de casa que salen de compras. El “lapicero” tradicional no tenía oficio conocido, ya que otra ocupación restaría tiempo a su principal actividad. Su trabajo ambulatorio, le permitía también estar actualizado en materia de chismes y novedades de interés vecinal.
El calificativo se origina en el hábito de tomar apuntes, en la necesidad de anotar el número elegido por el cliente, en que lotería había que jugarlo y por supuesto el nombre del jugador.
Así se sucedían diálogos misteriosos como: “Todo a la cabeza”; refiriéndose a que el total del dinero apostado el cliente lo jugaba al primer premio. O “cinco y cinco”; en éste caso la suma se dividía entre el premio mayor y los premios menores. Otras palabras como “Montevideo”, “Tucumán”, “Provincia”, que para cualquier lego en el tema sólo refiere a lugares geográficos, en la jerga quinielera alude a los sorteos de lotería que se desarrollan en esos sitios y a los cuales las quinielas ilegales atan su suerte.
En los ambiguos valores del arrabal, la quiniela ilegítima nunca fue considerada un delito; prueba de ello es la popularidad de la que gozó durante muchos años.
Los tiempos modernos y la legalización de la quiniela, explotada oficialmente por los estados provinciales y la Nación, restó clientela al circuito informal y eclipsó al artesano de lapicera y papel, ya que en muchos casos, fue reemplazado por redes disimuladas en locutorios o agencias oficiales de juego.
El Lapicero
Yo soy un hombre que trabaja dos horas en todo el día
A las diez de la mañana empieza el tubo a sonar,
Llenar el lápiz, la planilla y al llegar el medio día,
Antes que empiece el sorteo, les digo: no va más.
Hay jugadas al cerebro, redoblonas y escaleras,
Si sale el muerto que parla, que pesto me van a dar;
Tengo el fraile, a los patitos, el palito, a la docena,
Por ahí viene el doble cero y a la noche a festejar.
Lapicero… Hoy me llama el mundo entero,
Porque viví como quiero, bien vestido y perfumado.
No cualquiera… descansa la vida entera
Porque encuentra la manera de vivir sin laburar.
Y si un día… me chapa la taquería
Y por veinte o treinta días no me ven aparecer,
No hagan caso… que en la vida el escolaso,
Se hizo para el hombre machazo, pa’ ganar o pa’ perder.
Llega el sábado y el domingo pa’ alternar con las carreras
Mucho antes de la primera ya me piden los barcos;
el que acierta cobra el lunes, y al que pierde se le espera;
el que deja guita es lerdo y el que afana es apurao.
Puede ser que algún día nos proteja un sindicato
donde todo el afiliado tenga mucha seriedad,
y que se pongan de acuerdo Lapicero y Comisario
pa’ que el juego clandestino sea Industria Nacional.
Tango – 1954
Letra: Oscar Valles
Música: Osvaldo Fusani