El Recuerdo de Elbiamor
Elbiamor, Elbiamante, Patricia Bell son algunos de los nombres que, en la ficción tomó Elbia Rosbaco, la mujer que conoció a Leopoldo Marechal cuando era profesor y vivió con él hasta su muerte. Ella recuerda la vida compartida con el escritor, sobre todo en los difíciles años posteriores a 1955, cuando la dictadura militar derrocó el gobierno de Juan Domingo Perón y convirtió al autor en “el poeta depuesto”.
“Con Este Hombre me voy a Casar”
Los dos iban al Liceo N° 2, frente al Parque Rivadavia: ella era alumna y él, profesor de literatura. Ese día de 1947 él entró en uno de los cursos de quinto año a reemplazar a un docente. “Con este hombre me voy a casar”, le dijo ella a una compañera de banco, apenas lo vio entrar. “Pero él es una persona importante, escribe en La Prensa y La Nación”, la desafió su amiga. Ese fue el primer encuentro entre Leopoldo Marechal, de entonces 47 años, y Elbia Rosbaco- de 16-, la segunda esposa del escritor.
Hasta esa clase, Elbia no había leído nada del autor, apenas si lo conocía de nombre. A partir de ese día, comenzó a cortar de los diarios todas las notas en las que Marechal aparecía mencionado y también a hacer lio en el aula para atraer su atención. “A ver esa rubia, que se deje de molestar, me dijo una vez y me tiró una tiza, que todavía guardo”. Ese verano ella fue a verlo a Palais de Glase, donde él ejercía como director nacional de Cultura, para mostrarle unos poemas. Allí volvieron a encontrarse. Se casaron en 1951.
Recibida de profesora de literatura, Elbia sentía vergüenza al hablar de la obra de Marechal en clase. En una oportunidad, le tocó tomar examen al hijo de Francisco Luis Bernández. El bolillero marcó tres autores sobre los que debía hablar: Bernández, Marechal y Borges. Ambos se miraron sin saber qué decir. Finalmente, el alumno habló un poco de cada uno.
El Poeta Depuesto
“Me acuerdo del primer 17 de octubre que pasamos juntos. Llegó a casa una invitación para compartir el palco de Juan Domingo Perón. Nada de eso- me dijo Leopoldo-, vamos a ir con el pueblo, a saludarlo desde la plaza. Y ahí estuvimos, desde temprano esperábamos en la puerta del edificio (sobre avenida Rivadavia) que pasaran las columnas para sumarnos a ellas”, recuerda Elbia Marechal.
Ferviente justicialista, Marechal se transformó – según su propia definición- en “el poeta depuesto”, luego del derrocamiento del gobierno de Perón. Con Marechal destituido como funcionario y casi sin trabajo, la pareja vivía del sueldo que Elbia cobraba como docente. Durante un tiempo el escritor consiguió un trabajo para un diccionario enciclopédico por el que recibía 50 centavos por cada página redactada, pero el proyecto finalmente no prosperó.
“Casi desde ¨mi caída¨ empecé a sentir el gran vacío que se fabricaba en torno en mí: rostros amigos me negaron el saludo en la calle, se me cerraron todas las puertas vitales y literarias, en una especie de muerte civil o asesinato colectivo. Entonces Elbia y yo tomamos una decisión tan heroica como alegre: encerramos en nuestra casa y practicar un robinsonismo amoroso, literario y metafísico”, explicó el autor en un reportaje.
Rafael Squirru, José María Castiñeira de Dios y Bernardo Verbitsky eran de los pocos amigos que los visitaban. “Bernardo y Anita, su mujer, venían los sábados- cuenta Elbia-, llegaban tempranito después de almorzar, hacíamos jarras enormes de chocolate y sándwiches; se quedaban hasta la noche tarde.”
Tampoco faltaban los encuentros con Ernesto Sábato y Matilde, a quienes se acercaron luego de que el autor de Sobre héroes y tumbas reivindicara públicamente a Marechal en plena proscripción. “En un reportaje por televisión le preguntaron a Sábato el nombre de tres autores que los universitarios deberían leer y él dijo: “El primero Leopoldo Marechal, el segundo Marechal y el tercero me lo reservo”, comenta. Elbia no los quiere nombrar. “Leopoldo tampoco los hubiera recordado, al que cometía una traición le bajaba la cortina y ya no existía para él, tampoco le guardaba rencor. Después de la publicación de El banquete de Severo Arcángelo muchos de ellos volvieron y él los recibió. Pero siempre decía que él ya sabía quiénes eran.”
Hasta que el escritor se hizo peronista, a Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y Marechal les decía “Las Tres Marías”, porque siempre andaban juntos. Después dejaron de verse. Por eso durante el velorio de Marechal, Borges se acercó al féretro y a media voz reconoció: “Ay, amigo, amigo, la política nos ha separado pero muerte nos une”.
Si los amigos eran escasos, los estudiantes que interesados y admirados por su obra- se acercaban a su casa eran muchos. Había un día especial para ellos; los miércoles pasaban horas y horas con Marechal y lo llenaban de preguntas.
Las salidas que la pareja hacía eran pocas. Pero todos los sábados iban juntos hasta el mercado; que el escritor recorría vestido con un overol y fumando, “Cuando Leopoldo murió pasé varios meses sin ir. Al volver, me preguntaron por el hombre de la pipa, como le decían ellos. Recién entonces se enteraron quien era. Lo mismo que muchos vecinos que habían leído sus obras y en el velatorio se lamentaban por no haber sabido antes que él las había escrito.”
El Fusilamiento de Valle
Entre mayo y junio del 56 se realizaron en casa de los Marechal las últimas reuniones de la sublevación que planeaban el general Juan José Valle y otros militares peronistas. Marechal y él habían redactado juntos el manifiesto que reivindicaba los hechos.
Recuerdo la última noche que estuvo visitándonos el general hasta pasadas los dos de la madrugada- dice Elbia-, cuando alternaba sus preocupaciones por el país con anécdotas de viaje junto a su esposa Dora y a su hija Susana. En un momento de la conversación le pregunté qué pasaría si el asunto salía mal. Valle respondió sin titubeos: ¨Sería terrible porque esa es gente que mata. Nos fusilarían sin vuelta de hoja¨” Y lamentablemente así pasó.
Cuando se enteró de lo ocurrido, Elbia Marechal sufrió una parálisis corporal que la dejó largo tiempo en cama. Para animarla, Marechal pasaba largo rato conversado con ella. De esos diálogos nació Cuaderno de Navegación. Durante las charlas, a veces inventaban juegos con palabras y otras se dedicaban a leer viaja correspondencia.
Para el escritor, Valle “era un hermano”. Tanto que Marechal llamaba mamá a la madre del general, a la que luego de la muerte del hijo visitaba asiduamente, ya que vivían a dos cuadras de distancia. La pareja sufrió tanto los fusilamientos como Megafón y su esposa Patricia en la introducción de Megafón, o la guerra. El mismo dolor, color verdelago- profundo, en la ficción.
Por Nancy Herz – La Maga – 14-06-95