Los Bellos Sublevados Como Preocupación
Los ángeles están de moda: hasta exigen angelólogos que brindan su saber por módicos honorarios. El tema no es nuevo. Véase la añeja relación de los escribas con estos seres alados.
Desde Chesternon a Hermann Hesse, de Borges a Roberto Arlt, han topado con ellos. La palabra “ángel” se derivada del vocablo griego aggelos, el cual significa “mensajero”; pero en hebrero, ma´lak, tiene el mismo significado. En ocasiones, la Biblia (Job 1:14; Lucas 7;24, 9:52) asigna esta palabra para referirse a seres humanos concretos.
Antes y después de las memorables Elegías compuestas por Rainer María Rilke en su peregrinar desde el castillo de Duino al de Muzot, muchos poetas y novelistas llegaron a intuir la poderosa presencia de los ángeles, símbolos de una imposible pureza, proyecciones de lo incorruptible que anida en cada humano.
Swedenborg, que algo sabia de estas cosas, afirmó en tono que no admitía réplica: “Los ángeles poseen la forma del hombre; es algo que he observado mil veces…son totalmente humanos, ya que tiene rostro, ojos, orejas, cuerpo, brazos, manos y pies”. Por su parte, Anatole France describió con maniática precisión las intimidades de la legendaria Rebelión de los Ángeles, la celestial insurrección rematada en el descenso y escarnio de los bellos sublevados. El fino escritor francés se dejó fascinar por el exacerbado individualismo de aquellos espíritus enguerrillados contra Dios.
A su turno, el narrador norteamericano contemporáneo Donald Barthelme, autor de Guilty.
Pleasures y Un’natural Acts, entre otros textos de insolente desparpajo, también cree que los ángeles son un problema de nuestro tiempo. Sobre todo, desde que “la muerte de Dios dejó a los ángeles en una extraña situación”
Llameantes Mensajeros
“De pronto, se plantearon sobrecogidos una pregunta fundamental.
Uno puede figurarse aquel momento, la cara que pusieron en el instante en que se vieron invadidos por la pregunta que inunda la angélica conciencia, con fuerza aterradora. La pregunta era: ¿Qué son los ángeles?
Neófilos en preguntas, no acostumbrados al terror, inexpertos en soledades, los ángeles se sintieron desesperados…”, se ensaña Barthelme.
En apoyo de esa suposición, el narrador cita un opúsculo publicado en 1957 por Joseph Lyons, con el título de Psicología de los ángeles. Lyons explica allí como esos llameantes mensajeros “lo saben todo. Ningún ángel (y discrepa en esto con Barthelme) podría formular una pregunta porque éstas provienen del desconocimiento y ciertas conciencias de ese desconocimiento. Un ángel no puede ser curioso. No puede asombrarse.”
Un ángel, entonces, no podría ser escritor. Lo que no impide a los escritores mantener con ellos disputas y pláticas dignas de un dialogo entre parientes.
El Milagro de Caedmon
Lo cierto es que cuando el hombre no sueña con ángeles es dado a imaginar monstruos o androides de ribetes formidables Gilbert K. Chesterton sucumbió a tal tentación al contarnos (How I found the Superman) su casual descubrimiento de un superhombre que se ocultaba dentro de una bohardilla completamente oscura. En su vana esperanza de echar alguna mirada al engendro, el narrador gana tiempo conversando con los padres de la extraña criatura, pero tampoco ellos le dan precisión alguna sobre el aspecto, cualidades, color de piel o timbre de voz de Superman tímido-
Solo le explican que sería ilusorio querer juzgarlo conforme a nuestras pautas y valores. Visto desde su propio plano, insisten, “es más bello que Apolo, aunque desde nuestro plano inferior…”. Lo más que logra al relator, al cabo de su vigila, es sorprender a unos hombres que sacan de aquel cuarto un ataúd de formas grotesca.
Jorge Luis Borges recuerda, con su prudente fervor, lo sucedido al pastor Caedmon, a fines del siglo VII, en la Inglaterra guerrera de los reyes sajones. El caso, asevera, figura en la Historia ecclessiastica gentis Anglocum, IV,24:
Caedmon se escurrió cierta vez de una fiesta porque previó que le pasarían el arpa y no sabía cantar.
Se echó a dormir en el establo, y en el sueño alguien lo llamó por su nombre y le ordenó que cantara. Caedmon contestó que no sabía pero el otro, el ángel, le dijo: “Canta el principio de las cosas creadas”, Caedmon, entonces, dijo versos bellísimos que jamás había oído. No los olvidó y, al despertar, pudo repetirlos ante los monjes del cercano monasterio Hild.
Años después, el pastor Caedmon, convertido ya en un juglar célebre, “profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Esperemos que hay vuelto a encontrarse con su ángel”, se ilusiona Borges.
El Hombre y su Duende
Hermann Hesse, nacido el 2 de julio de 11877 en Wurtemberg, “bajo el signo de Sagitario y la benévola influencia de Júpiter, a la hora del crepúsculo”, según enseña él mismo en su compendio biográfico, aprendió muy pronto a relativizar la dictadura de la llamada “realidad”.
Iniciado en las artes de la vida por “manzanos, por lluvias, ríos y bosques, abejas y escarabajos”, tuvo también desde muy pequeño un ángel propio. “Era una criatura diminuta, oscura y sombría, un hombrezuelo, espíritu o duende , ángel o demonio , que se me aparecía de pronto y me precedía , en sueños o despierto, y a quien yo tenía que seguir más que a mi padre y mi madre, más que a mi razón y que al miedo. Si un perro bravo o un compañero furioso y mayor que yo me perseguía y mi situación era difícil, entonces, en el peor momento, el hombrecillo estaba allí, corría delante mío, me señalaba el camino y me salvaba. Hubo épocas en las cuales lo vi diariamente. Hubo otras en las que estuvo ausente.
Estas últimas no fueron buenas: todo se volvía mediocre e impreciso, nada progresaba”.
Lo angelical, lo superior, lo demoniaco, lo canallesco y oscuro – todo es lo mismo, todo está contaminado, Ormuz y Ariman se reconciliarán al final de los tiempos- turban al hombre de hoy acaso tanto como al de la Antigüedad. Todo gran creador refleja y traduce esos impulsos contrarios.
Redimidos para ser Dioses
Roberto Godofredo Christophersen Arlt- Roberto Arlt para sus fueles, que son muchos- retrató como pocos las infinitas humillaciones y degradaciones de hombres y mujeres torturados por la tristeza y por el dolor que “como uno de esos arbustos cuyo desarrollo se acelera con la electricidad, crece en las honduras del pecho retrepando hasta la garganta”. Los personajes de Arlt solo se tocan entre sí por sus peores polos de frustración y su propio infierno particular-colectivo: en sus páginas señorean el crimen, la abyección, la traición, la locura. Y sin embargo, o por eso mismo, sus personajes deliran ensoñaciones que los redimen, convirtiéndolos casi en dioses: “El hombre vivirá en plena etapa de milagro y será misionero de fe. Durante las noches proyectaremos en las nubes, con poderosos reflectores, la entrada del justo en el cielo. Y un ángel con alas rosas se detiene ante la verja del Paraíso, y con brazos abiertos recibe al Justo, al hombre de pueblo, con sombrero abollado, larga barba y garrote…”. El ángel de Arlt nada tiene que envidiar a los de sus predecesores. Aunque es muy probable que, entre un seráfico batir de alas, harto de la humana mezquindad, prorrumpa de pronto en un arltiano improperio: “Rajá. Turrito, rajá…”
Jorge Ariel Madrazo – Arca 61 – Marzo de 2008
Píntame Angelitos Negros
¡Ah mundo! ¡La negra Juana,
la mano que le pasó!
Se le murió su negrito,
si señor.
¡Ay, compadrito del alma!
¡Tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le miraba el güeso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco,
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito
Dios lo tendría dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del cielo.
—Desengáñese comadre,
que no hay angelitos negros.
Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo,
que cuando pintas tus Vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.
Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
¿No hay un pintor que pintara
angelitos de mi pueblo?
Yo quiero angelitos rubios
con angelitos morenos.
Ángel de buena familia
no basta para mi cielo.
Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo;
con su ángel de perla fina
con su ángel de medio pelo1
con sus angelitos blancos
con sus angelitos indios
con sus angelitos negros
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.
Si al cielo voy algún día,
tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.
Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo
con tu sol que tuesta blancos,
con tu sol que suda negros.
porque para eso lo tienes
calientico y de los buenos.
No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo
donde hayan dejado entrar
al cuadro angelitos negros.
Y entonces ¿a dónde van?
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento
Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,
cuando pintes angelitos,
acúerdate de tu pueblo,
y al lado del ángel rubio
y junto al ángel trigueño,
aunque la Vírgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
Poema –
Andrés Eloy Blanco
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