Creador por Instinto
¿Qué grado de celebridad hubieran obtenido Lira, de Castriota, y La Cumparsita, de Marcos Rodríguez, si Pascual Contursi no le hubiese agregado sus versos? Es posible que solo habrían
sobrevivido en algún registro instrumental pero, indudablemente, sin alcanzar la notoria difusión de que gozan desde hace décadas. Basta recordar la oscuridad que reina sobre La guitarrita, de Arolas, y El Jagüel, de Posadas, temas ambos de sustanciosa melodía, para advertir lo expresado. Y es probable también que, sin el impulso de aquel acople ejecutado por Contursi, la historia del tango sería distinta. Limitado a la exclusiva condición de danza, quien sabe si su vigencia se hubiera mantenido hasta nuestros días. No olvidemos que desde principios de siglo se habló repetidamente de decadencia estableciendo su decrepitud como un hecho palpable. Por suerte no ocurrió así. ¿Y cuánto le debe el tango a Contursi en esa perduración? No olvidemos que hasta su aparición muchos tangos ya llevaban letra ¿Pero cómo eran esas letras? Basta escuchar las antiguas grabaciones de Villoldo. Linda Thelma y los Cobbi para enterarse. Son canciones que siguen el estilo de la zarzuela española, que se adaptan a su modalidad, una corriente inspiradora que continua hasta 1923 en que Vacarezza aprovecha la trama de La Revoltosa para escribir El conventillo de la Paloma. La inserción en aquellos tangos de vocablos lunfardos como espiantar, engrupir y canflinfe, no alcanzan a darle carácter de porteñidad debido a la atiplada voz de quienes los entronan. Se ve y se siente a las leguas que sus intérpretes no los viven como una expresión ciudadana sino como una traducción del cuplé español. Mi pensamiento es que esos artistas eran ajenos al suburbio y a la mala vida de los cabarets. Es en su turbio ajetreo donde florecen los amores de una noche, donde prenden volátiles idilios llamados a lo efímero y el fracaso, que nace la odisea y la desazón de la mina que amura. Allí es donde Contursi canta sus canciones cuyos motivos, en muchos casos, se encadenan con hechos locales, con aspectos de la vida nochera de las concurrentes. Tomemos el caso de La Biblioteca, un tango de Berto al que colocó una letra festiva que hacía referencia a Papá Mattos, dueño del local y padre del autor de la música La Cumparsita.
Así nos encontramos ante Pascual Contursi interpretando Mi noche triste acompañándome con su guitarra de ocho cuerdas y a Gardel escuchándolo. El Zorzal tuvo que advertirlo al instante. Ahí, en esa Percanta que me amuraste (que dicho sea de paso era el titulo original pergeñado por Contursi y que Castriota, tal vez por aprensión al lunfardo, desechó), estaba la esperada canción porteña. Con ella, el transeúnte del Abasto, el inquilino de conventillos, el concurrente a los almacenes con despacho de bebidas, que como hombre total de Buenos Aires era Carlitos, puede dejar de lado las canciones nativos que, por origen, no lo representaban espiritualmente y que hasta esa instante han sido solo el único material disponible para su oficio de cantor. Se dice que tuvo temor del cambio y que Razzano, también temeroso, se abrió de la partida. Una prueba más del tremendo salto dado por Contursi, una audacia que para él debió ser, principalmente, la instintiva necesidad de expresarse a si mismo y a todos los hombres de Buenos Aires. Es en esa insobornable forma de ser ellos mismos, sin mentirse, sin equivocaciones complacientes, rompiendo rutinas, como actúan los creadores, los que, al fin, elaboran la auténtica cultura del país.
Pascual Contursi nació en Chivilcoy el 18 de noviembre de 1888 y murió en el Hospicio de las Mercedes el 29 de mayo de 1932. Escribió las letras de Flor de Fango, De Vuelta al Bulín, Ivette, Bandoneón Arrabalero, Ventanita de Arrabal, Si Supieras (La Cumparsita). El Motivo, Puentecito de Plata, ¡Qué Lindo es Estar Metido! y otras letras, algunas de las cuales se perdieron para siempre. En 1919 inicio una labor como autor teatral que alcanzó una producción de casi 40 obras.
Jorge Montes
Corrientes y Esmeralda
Amainaron guapos junto a tus ochavas
cuando un cajetilla los calzó de cross,
y te dieron lustre las patotas bravas
allá por el año novecientos dos.
Esquina porteña, tu rante canguela
se hace una melangue decaña, gin fizz,
pase inglés y monte, bacará y quiniela,
curdelas de grapa y loca de pris
El Odeón se manda la Real Academia,
rebotando en tangos el viejo Pigalle,
y se juega el resto la doliente anemia
que espera el tranvía para su arrabal.
De Esmeralda al Norte, pa´llao de Retiro,
franchutas papusas caen en la oración
al ligarse un viaje, si se pone a tiro,
gambeteando el lente que tira el botón.
En tu esquina un día, Milonguita, aquella
papirusa criolla que Linningmentó,
llevando un atado de ropa plebeya
al «Hombre Tragedia» tal vez encontró.
Te glosó en poemas Carlos de la Púa
y Pascual Contursi fue tu amigo fiel.
En tu esquina rea cualquier cacatúa
sueña con la pinta de Carlos Gardel
Esquina porteña, este milonguero
te ofrece su afecto más hondo y cordial.
Cuando con la vida esté cero a cero,
te prometo el verso más rante y canero
para hacer el tango que te haga inmortal.
Tango -1934
Letra: Celedonio Esteban Flores
Música: Francisco Nicolás Pracánico
“Alguien había puesto un cassette de la Rinaldi. El tío le apretó el brazo y mostrándole en una sonrisa de compinche las carnosas encías, comentó:
-No hay nada que hacer. Me gusta mucho más cómo lo canta el Feo ¿No te parece?– y luego–!Qué me contursi! Hasta música y todo, tenemos.
Salieron de la casa y lo vieron. Era un pizarrón con extrañas anotaciones en tiza. Mientras el Tío lo arrastraba hacia una nueva sorpresa, trató de entender los trazos que había espiado al pasar: parecía el diseño de una operación.”
Recuerdo de la Muerte – Miguel Bonasso – Ediciones Era -1984