Vago por la estación vacía a la espera de algo nuevo. La injusta rutina de caminar sobre los durmientes para esperar un ruido que altere mis incertidumbres y susceptibilidades. Miro la boca del andén, las vías gastadas, y el atardecer que se torna gris. Es admirable que un día grisáceo goce de luminosidad: es más osado que la luna blanqueando los ojos en la oscuridad o que el sol alumbrando en tiempos fogosos. Tres relámpagos brillan a los lejos, luego tiembla el cielo. Estoy atenta a todo lo que sucede en esta solitaria estación. El aire parece inflamarse de pesadumbre. Mis pasos levitan y por enésima vez quisiera aferrarme a ese banco de madera, pero todo es en vano. Sacudo mi alma, mientras empaño el vidrio de la puerta de entrada de la sala de espera. Desde hace milenios busco interlocutores. Una estación vacía nada le depara a un fantasma, aunque no pierdo las esperanzas de un remoto mañana en el que algún niño deslice su dedo haciendo una marca, una señal, un dibujo sobre el vidrio empañado.
Ana Caliyuri – Tandil – Provincia Buenos Aires – anacaliyuri@gmail.com
Del Libro “Cuentos de Estación” – Tahiel Ediciones – 2016