Ríe, Payaso
El payaso con sus muecas y su risa exagerada,
nos invita, camaradas,
a gozar del Carnaval;
¿No notáis en esa risa una pena disfrazada,
que su cara almidonada,
nos oculta una verdad?
Ven, payaso, yo te invito. Compañero de tristezas,
ven y siéntate a mi mesa
si te quieres embriagar;
Que si tú tienes tus penas yo también tengo las mías
y el champagne hace olvidar.
Ríe, tu risa me contagia
con la divina magia
de tu gracia sin par.
Bebamos mucho, bebamos porque quiero,
con todo este dinero
hacer mi carnaval.
¿Lloras!
Payaso buen amigo.
No llores que hay testigos
que ignoran tu pesar;
Seca tu llanto y ríe con alborozo,
A ver, pronto, che, mozo,
¡tráiganos más champagne!
Yo, también, como el payaso de la triste carcajada,
tengo el alma destrozada
y también quiero olvidar;
embriagarme de placeres en orgías desenfrenadas
con mujeres alquiladas
entre música y champagne.
Hace un año, justamente, era muy de madrugada,
regresaba a mi morada
con deseos de descansar;
Al llegar vi luz prendida en el cuarto de mi amada…
¡Es mejor no recordar!
Letra de Emilio Luis Ramón Falero, música del guitarreo y cantor Virgilio Ramón Carmona.
Fue grabado pro Carlos Gardel el 28 de junio de 1929.
En la década de 1980 el cantor Reynaldo Martín (Oscar Reinaldo Fritz) rescató esta composición ya olvidada y obtuvo un gran éxito.
En los arboles del 900, el circo era el espectáculo popular por excelencia. Tanto Buenos Aires como las principales ciudades del interior recibían a importantes compañías casi todas extranjeras, que actuaban en los grandes teatros, preparados para que parte de la platea se convirtiera en picadero.
Una compañía criolla de “pruebistas y bailarines” encabezada por José J. Podestá, o simplemente Pepe, concitaba la atención no solo de las clases populares, sino también de cierta parte de la buena sociedad porteña, acostumbrada a deslumbrantes interpretaciones.
Así, difícil de imaginar hoy, en las representaciones de los Podestá en Buenos Aires, una mezcla disonante de señores de frac y chistera se ubicaban junto a rústicos carreros y albañiles, al igual que elegantes damas democráticamente apiladas en palcos miserables, incomodas sillas y, peligrosas graderías.
Un payaso interpretado por Pepe Podestá, apodado “Pepino el 88”, había imaginado un espectáculo impresionante. Basado en las andanzas del gaucho Juan Moreira, en el que el drama se desarrollaba entre estilos, milongas y gatos con relaciones.
La representación incluía un gigantesco asado en escena, consumido por toda la compañía y también por los perros de los actores. La obra culminaba con el pericón nacional, donde los pañuelos celestes y blancos iban formando la bandera de la patria.
Además de la compañía Podestá, año tras año actuaban también las compañías extranjeras de Chiarini, de Gilhaume, de Cottrelly y de los hermanos Carlo. Estas incluían a equilibristas, malabaristas, trapecistas, animales amaestrados, clowns y payasos.
Y eran estos, los cómicos, los grandes protagonistas de aquellas funciones; nombres como Morris o Hofmaster- quien introdujo el dialogo bufo en el picadero- bastaban para agotar las localidades.
El más exitoso de aquellos personajes fue un joven ingles llamado Frank Brown, quien había llegado en 1884 con los hermanos Carlo. Fue tan grande su éxito que decidió radicarse en el país. Aquí vivió ardoroso romance con una famosa écuyêre, esposa de Antonio Podestá, conocida como Rosita de La Plata, a la que se unió para siempre.
Una artista de la época lo describía así: Frank Brown era rubio y tenía ojos azules.- Nunca he visto un payaso que tuviera unos ojos azules de tanta ternura como los de él.- Era muy cómico.
A pesar de los años que llevaba en la Argentina, hablaba un castellano muy gracioso.
Finalizaba Clementina de Couton. Trabajó hasta muy viejo y al final de la función repartía caramelos entre los chicos…
Muchos otros siguieron su tradición, pero ninguno obtuvo la fama y el arraigo de Frank Brown.
Letras de Tango- Tomo III- 1997- Ediciones Centro Editor
Ilustración de Portada – Miguel Lucero – 2010