“Nunca Había que Preguntar Porque la Suerte, de Vez en Cuando, se Apiada de Uno”
Pero no había caso: ni ante la desnudez de aquel volcán moreno Porfidio Gómez podía entusiasmarse. Veía a la morocha contonearse a sus pies, desnuda de ayeres y desprovista de futuro, y seguía pensando en la piel traslucida y en los ojos de aurora boreal de la polaca.
Aparto a la morocha y, para no herirla, le dijo:
-Tomate al día libre y que te lo paguen doble.
La mujer no entendió nada, pero sabía que nunca había que preguntar porque la suerte, de vez en cuando, se apiada de uno.
Las Sombras Cardinales de Porfirio – Hugo Barcia – Ediciones Corregidor – 2015 – Página 41
“Se Puede Creer en Algo Cuando Uno Está Vivo”
-Usted se tiene que venir para arriba- le decía la madre a la polaca.
-No puedo, madre- contestaba la polaca- yo lo amo a Porfidio y no quiero ni puedo dejarlo solo.
-Los dos deberían subir ya- se condolia la madre- ya hicieron todo lo que puede hacerse en la vida.
-¡Madre!- se asustó la polaca- ¿Usted no habrá venido a llevarnos, no?
-Hija, no tengo poder para hacer eso…- decía la mujer muerta en la Primera Guerra.
-Esos dos hijos que le di al mundo, madre…- se quejaba la polaca.
-Se los dio y ya está, esa rueda, ni ninguna otra, vuelve jamás hacia atrás- decía su madre.
-¿Usted cree lo mismo que la madre de Antonia?- preguntaba la polaca.
-No es que yo lo crea- le contestaba su madre- no es cuestión de creer. Se puede creer en algo cuando uno está vivo. Cuando uno está muerto y esta allá arriba, ya no es cuestión de creer, sino de saber.
La polaca se quedó pensando.
-Debe ser por eso que yo no entiendo todo…- se lamentaba la polaca.
Las Sombras Cardinales de Porfirio – Hugo Barcia – Ediciones Corregidor – 2015 – Página 150
Prologo
Las Sombras Cardinales de Porfirio – Hugo Barcia – Ediciones Corregidor – 2015
En las sombras cardinales de Porfirio, Hugo Barcia prosigue con su vocación novelística afincada en un gran fabulario. Cercano a la alegoría, este género reconoce su origen en las figuras- entre dramáticas y picaresca- de la vida popular, dándoles una resolución que, en medio de animadas viñetas costumbristas, lleva el mundo moral de sus novelas hacia un deleitable desenlace de redención.
El fundamento picaresco procede con alusiones al erotismo barrial, mirado de frente con ojo travieso, y el hilo interno moral contrasta la fábrica y el prostíbulo como la parte trabajosa en la que la vida popular elaborar su ética llena de gracejos, provisoriedades y pedagogías sentimentales descubiertas por imperio de su propia sabiduría secreta.
El costumbrismo es el estilo de la complacencia retozona con la vida popular; carga consigo un moralismo saltarín, que brota de la construcción de tipos humanos a los que se otorga la libertad de la transgresión de la ley paterna, mientras esta es tratada a través de curiosos funámbulos que emanan de la simpatía del autor por las historias de aparecidos. Este último es un antiquísimo recurso del pensamiento popular y de las leyendas que componen el primer estribo de la imaginación humana. Hugo Barcia transfiere todas estas intuiciones a una novela de cuño clásico que carga todas las imaginerías de la conciencia que car y se redime por la fuera de sus propios descubrimientos.
Inevitablemente, esos descubrimientos tienen un valor pedagógico que, en Las sombras cardinales de Porfirio, se establecen en un doble sentido: el contraste de la vida infausta con lo que luego será el pasaje hacia el colectivo humano produciendo en común, y la vida amorosa también sometida el reencaminamiento o el aprendizaje que va desde creerla un fácil evento, hasta su transformación en los verdaderos frutos evento, hasta su transformación en los verdaderos frutos de un bullicioso noviciado. El nombre del personaje central, tomado de las más antiguas filosofías del conocimiento, y el suave arte marechaliano de la novela, hacen del trabajo de Hugo Barcia un gran capitulo en una lograda lengua de barriada e inmigración en el cual se traduce el antiguo empeño de las “novelas de aprendizaje”, esto es, aquella donde los personajes cambian el conjuro de los golpes de la vida.
Horacio González