Tras los eventos de Avengers: Endgame, el poderoso Thor, uno de los superhéroes originales del Universo Cinematográfico de Marvel quedó en una situación bastante peculiar. Había engordado producto de la depresión que le había provocado la destrucción de su planeta, Asgard. Su hermano Loki murió, aparentemente – se sabe que en este mundo la muerte está lejos de ser algo definitivo – junto a su madre y padre.
Su reino se reconstruyó en la Tierra, y aquel sitio repleto de criaturas fantásticas terminó siendo un destino turístico gobernado por Valquiria (Tessa Thompson) quien cambió el traje de guerrera por un ambo, camisa y corbata, para asistir a las reuniones protocolares que su cargo amerita.
Mientras tanto Thor (Chris Hemsworth) bajó de peso entrenando como un maníaco, mientras vivía aventuras a lo largo y ancho del universo junto a los Guardianes de la Galaxia, que parecen haberlo adoptado a regañadientes para ayudarlo a superar su trauma. El Dios del Trueno anhelaba la batalla, pero también estaba en una búsqueda personal, de paz, de satisfacción interna después de haber visto como todos los fundamentos de su vida desaparecían con el correr de los años.
El amor por Jane Foster (Natalie Portman) continuaba intacto, a pesar que dijo haber amado muchas mujeres durante sus más de mil quinientos años de edad. Pero la científica terrestre capaz de descifrar los secretos del espacio exterior y hasta conquistar dioses con su personalidad, inteligencia y belleza, está librando su propia batalla épica. El cáncer la atacó con ira, imposible de detener a diferencia de cualquier otro villano en Marvel. El diagnóstico es inapelable. Va a morir, independientemente de los tratamientos que realice. La ciencia que tanto ama parece haberle dado la espalda, y tal vez en la magia – que en la primera película de Thor se explicó que no es magia, sino ciencia muy avanzada que, a ojos de civilizaciones más precarias, parece magia – encuentre la respuesta a su carrera contrarreloj.
Los dramas parecen sucederse en todas las latitudes del universo, pero queda un último actor en la ecuación. Gorr es el último sobreviviente de su raza, junto a su pequeña hija, y vagan por el desierto esperando una respuesta de los dioses que veneran, quienes les prometieron una vida después de la muerte en donde los padecimientos desaparecerían. Cuando el final inevitable llega para la pequeña, Gorr se topa con ese paraíso, y se enfrenta cara a cara a los seres que tanto adoró. Pero en vez de recibir la recompensa por su inalterable amor hacia las deidades, frente a él hay un ser todopoderoso que se ríe de sus fieles, que prefiere ocultarse entre las delicias y comodidades de su Olimpo personal antes que conceder los deseos del torturado hombre.
En aquel oasis desértico no sólo encuentra a un dios irrespetuoso, sino que hay un arma formidable, la Necroespada, la única capaz de dar muerte a un deidad. Como todo artefacto poseedor de ese tipo de poder, empuñarlo significa vender el alma, es un pacto con un demonio que derivará, tarde o temprano, en la muerte de quien la porta.
Gorr no lo duda, la espada siente su necesidad y se pone a su alcance. El hombre deja atrás la pantomima del fiel creyente y, con una certera estocada en el cuello del dios, se convierte en el Carnicero de los Dioses, cuya única misión es dar muerte a cuanta divinidad pueda encontrar, para acabar con el dominio de estas entidades sobre las poblaciones.
Thor: Amor y Trueno es la cuarta entrega en la franquicia del dios del trueno, dirigida por el gran Taika Waititi, un especialista en comedias – que acá también le pone la voz al adorable gladiador de piedra Korg – que mezcla los chistes con la acción desenfrenada, en un contexto cada vez más surrealista.
El director parece haber obtenido una carta blanca para expresar su amor por las odiseas espaciales/ciencia ficción que supo crear el mítico artista Jack Kirby, el “Rey” (responsable estético y muchas veces argumental de Marvel en sus primeros años como editorial) poblando los planetas de colores saturados, brillantes, repletos de criaturas fantásticas y con homenajes al “Rey” en casi todos los fotogramas.
El arco argumental de Jane Foster batallando contra el cáncer y tomando el martillo de Thor para ganarle a la enfermedad se extrajo directamente de una serie de cómics llamada Jane Foster: The Saga of Mighty Thor, en donde el argumento es exactamente el mismo. Las historietas, escritas por el gran guionista Jason Aaron se convirtieron en un clásico moderno dentro de Marvel, y parecía un paso lógico en la evolución cinematográfica del personaje.
Thor sigue manteniendo su estatus de dios, pero parece cada vez más ajeno al mundo que él, junto a Capitán América e Iron Man supieron construir en la prehistoria del Universo Cinematográfico Marvel.
No es que sea un personaje secundario dentro de su propia película, pero parece que Kevin Feige, el todopoderoso productor de Marvel, ya no tiene deseos de contar historias concentradas en un único personaje. Cada nueva entrega dentro de la enorme saga siempre introduce personajes nuevos, tiene cameos de otros héroes, hacen múltiples referencias a entregas anteriores, como recordándole a los fanáticos que cada minuto dentro de la franquicia tiene relevancia.
La aparición de un personaje durante un minuto, en una pantalla de televisión, es una alusión a otra película. Las referencias estéticas son aún más alusiones a otros productos de la empresa. Si queremos saber por qué el martillo está roto, pese a que en Endgame aparecía de nuevo, sano y salvo, tenemos que ver dos películas más. Los comentarios sobre Gamora que hacen los Guardianes de la Galaxia sólo tienen sentido si vimos las últimas dos de Avengers.
Marvel “sacrificó” los beneficios de las películas autoconclusivas para apuntar directamente a los fanáticos acérrimos, los que vieron cada largometraje, consumieron cada minuto de las muchas – muchísimas – series que han sacado en Disney + en poco más de un año. Incluso los chistes, en muchas ocasiones, son referencias a otras películas.
Por momentos parece que los cineastas y guionistas se encuentran en una fiesta privada en donde, en medio del entretenimiento, se la pasan haciendo bromas y recordando eventos que no se molestan en explicar al espectador ocasional.
Tras más de una década rompiendo récords de taquilla se han ganado el derecho a hacer lo que desean, saben que cuentan con una base de espectadores que acudirán a las salas por el mero hecho de asistir a un evento Marvel y, más importante, van a ir a verla o la consumirán en streaming porque saben que en el próximo film o serie habrá chistes y referencias a Thor: Amor y Trueno que serán importantes. Esta es una parte importante de la fórmula que ha desarrollado Feige y asociados para imprimir billetes a lo loco, cual país tercermundista emitiendo moneda indiscriminadamente. La diferencia es que, en el caso de Marvel, cada billete tiene valor y garantiza la vitalidad de la franquicia.
¿Eso significa que la película es mala? En absoluto, Thor: Amor y Trueno funciona bien como comedia de acción y aventuras, tiene momentos espectaculares de batallas junto a chistes que sacan risas genuinas. Las cabras gigantes que el dios del trueno recibe de regalo ofrecen momentos de comedia reales, hay diálogos que provocan sonrisas no forzadas. El contraste con el oscuro Gorr y su misión suicida es muy bueno, y en gran parte se debe a que Waititi decidió rodear al villano de una desaturada paleta de colores, como si la esperanza muriera en cada lugar que él pisa. De hecho, la batalla final tiene lugar en una roca espacial en donde los colores brillan por su ausencia. Cuando los héroes llegan todo está en un blanco y negro casi absoluto. Los colores van reapareciendo a medida que la balanza se inclina hacia el costado de los “justos”.
El trasfondo filosófico es interesante, al menos en idea. Los dioses se retratan como entidades egoístas, preocupadas por sobrevivir a la amenaza y con una actitud casi de desprecio hacia las personas que los han venerado. Zeus – en la piel de Russell Crowe – es un dios con sobrepeso, preocupado por organizar orgías y mantener el statu quo de su Olimpo en vez de ocuparse de los asuntos terrenales. Cuando Thor (quien tiene a Zeus como su ídolo) llega a la reunión de los dioses para solicitar un ejército que lo ayude a dar caza y muerte a Gorr, se topa con una multitud dominada por el confort del paraíso y la aparente seguridad de aquel paraíso. Los dioses no tienen la voluntad de luchar, no les interesa que los veneren, saben que son inmortales. Cualquier cosa que suceda en el plano terrenal será una eventualidad, su existencia no se ve amenazada.
Encima, se acobardaron y no incluyeron la aparición de Jesucristo en medio de la fiesta mitológica.
Esto daría pie a un debate interesante sobre la necesidad que tienen los dioses, de la vitalidad que le inyectan los fieles. ¿Puede existir una deidad sin un humano que la venere, que reconozca su existencia? Es casi un concepto “nietzcheano” que, por supuesto, no se explora, porque lo que realmente importa en este largometraje es la aventura, la acción, la continuidad del Universo Cinematográfico de Marvel y, por supuesto, los chistes. No ahondan en cuestiones existenciales, apenas las tocan de rebote, porque es más importante tener cuatro escenas en donde un hacha mágica se pone celosa de un martillo mágico.
Gorr, quien tenía el potencial para ser un villano digno de ser temido – el director lo definió como un personaje con capas, pero las capas son demasiado sutiles para ser apreciadas, si es que existen – queda reducido a un malo más. Por suerte Cristhian Bale es quien le da vida al personaje, y la intensidad del actor que supo ser Batman hace una década le aporta un plus. Sin un intérprete de ese calibre Gorr habría pasado al olvido para la segunda escena post créditos.
La apertura de la película exhibe un rango de emociones que solamente Bale podía ofrecer. Asistimos a la desilusión espiritual, a la ruptura de un alma devota a la religión, y vemos con gestos, con sutilezas, cómo el hombre pasa de la esperanza a la desilusión, para llegar a la ira y a la venganza. Es una clase de actuación que ofrece el actor, y la promesa de un enemigo temible para el resto del largometraje que, lamentablemente, se diluye para convertirse en un un villano más, de esos que sobran en el Universo Cinematográfico Marvel.
El principal atractivo de Thor: Amor y Trueno es el visual. Taika Waititi encontró un estilo fidedigno a las historietas, que se traslada a la perfección al medio audiovisual. El espíritu de Kirby vive en los planetas que retrata, en las criaturas que pueblan las escenas. Los actores y actrices, todos de primer nivel, se divierten en la pantalla y transmiten ese goce por la labor realizada. Este es un film entretenido, que hace que las dos horas de metraje pasen rápido. Pero dos días más tarde el espectador ocasional, aquel que no es un fanático acérrimo, se olvidará casi por completo de lo que sucedió. Un gran problema para cuando se estrene el próximo film, en donde habrá, con seguridad, una infinidad de referencias obligatorias para entender el chiste en pantalla y el meme posterior en redes sociales.
Thor: Amor y Trueno se encuentra disponible en la plataforma de streaming Disney +.