Los juegos olímpicos fueron instituidos en la Grecia Antigua en homenaje a los dioses que presuntamente habitaban en el Monte Olimpo, un pico de aproximadamente 2900 metros de altura ubicado entre Macedonia y Tesalia. Con el transcurso de los años, la popularidad de los juegos hizo que el rito trascendiera el carácter meramente religioso para convertirse en la justa deportiva más importante del mundo antiguo. Los juegos permitían el encuentro de pueblos y culturas muy diferentes, ayudando de esa manera al conocimiento mutuo y a fortalecer la confraternidad entre los pueblos. Con la decadencia griega se apagó también el espíritu olímpico que resurgió nuevamente a fines del siglo XIX, por iniciativa de algunos visionarios que pretendían rescatar el sentido fraterno de los juegos. Esa fiesta de la humanidad, como pretendían sus exhumadores, se vio interrumpida por las dos guerras mundiales y en otras oportunidades por conflictos de carácter político que poco tenían que ver con los objetivos de los juegos.
Ya en el siglo XX, el evento se realizaba cada cuatro años y participaban atletas y deportistas de los juegos tradicionales (lanzamiento de disco, jabalina, lucha libre) y otras incorporaciones recientes como el fútbol.
En los juegos olímpicos realizados en París en 1924, participaba un equipo de fútbol representando al Uruguay. La temprana presencia de un equipo sudamericano en el corazón de Europa, tuvo carácter de cruzada; los orientales fueron campeones sudamericanos de fútbol en 1923 pero no tenían fondos ni existían los “sponsors” para financiar semejante viaje. El seleccionado charrúa se armó sobre la base de los jugadores que aportó el Club Nacional, que proveyó buena parte de ellos y emprendió una gira por España donde libró nueve partidos con equipos locales, ganando todos.
A pesar de la subestimación que sufrieron los uruguayos por parte de los diarios locales, vencieron sucesivamente a Estados Unidos (3-0), a Yugoslavia (7-0), Francia (5-1) y en la final derrotan a Suiza por tres tantos a cero. Ante los 60.000 espectadores que colmaban el estadio parisino, una vez consumada la victoria, los deportistas uruguayos retribuyen la ovación con que los europeos saludaron su triunfo dando una vuelta en torno al campo de juego, manifestando su agradecimiento a las tribunas colmadas que los vitoreaban. Entre el asombro y una profunda emoción, los futbolistas uruguayos inventaron la vuelta olímpica que en nuestro fútbol, se convirtió en símbolo de la victoria.
Prueba de ese sentimiento es un hecho registrado muchos años después. El jugador José Luis “Garrafa” Sánchez que se desempeñaba en el equipo del Club Laferrere, sufrió un accidente con su moto que le costó la vida. Sus restos fueron velados en la sede del club. Luego, en una conmovedora ceremonia, el ataúd cargado en hombros de sus amigos y acompañado por un millar de hinchas, dio la postrera vuelta olímpica en la cancha que lo aplaudió tantas veces, mientras cientos de simpatizantes enarbolando las banderas verdes y blancas del club entonaban:
“No se va… el loco no se va”. Aludiendo a la partida definitiva de “Garrafa” Sánchez.
Pero la vuelta olímpica fue practicada en escenarios impensables, como los prestigiosos Colegios Nacional Buenos Aires y Superior de Comercio Carlos Pellegrini, ambos de la Universidad de Buenos Aires. En esos establecimientos y luego en otros a nivel secundario, los alumnos del último año se habituaron a dar una vuelta olímpica que al principio fue sólo eso, una inocente vuelta por los pasillos festejando la finalización del secundario. Luego, las vueltas fueron ganando en violencia y se practicaron desórdenes a tal punto, que en la vuelta olímpica de 1999 practicada por los alumnos de quinto año del Nacional Buenos Aires, la gravedad de los desmanes obligó al rector a dejar libres a los 84 alumnos del curso. De ellos, el 30% no pudo aprobar los exámenes y perdió el año.
También el rito se filtró en ámbitos de disciplina rigurosa, como el Colegio Militar de la Nación, ya que en ese establecimiento castrense, a comienzos de los años Setenta, los alumnos del último año de la carrera realizaron una vuelta olímpica con el nivel de desorden de sus pares civiles; la respuesta de las autoridades fue similar: los casi subtenientes perdieron el año.