“Guapo y varón, entre la gente de avería patrón”, dice el famoso tango “Guapo y Varón” que inmortalizara el intérprete Julio Sosa. En esos versos se asocia el guapo al mundo delictivo. No caben dudas que para la época floreciente del arrabal porteño, entre la gente del hampa la guapeza tenía un valor superlativo.
Pero el arrabal era un territorio poblado de personajes que no necesariamente eran marginales o delincuentes.
Guapeza, coraje, valor, representan un mérito extra en cualquier ámbito. La valentía siempre fue valorada en cualquier tiempo y cultura.
En la tradición española, ser guapo significaba ser bello, gozar de buena presencia. En Buenos Aires, el calificativo se redujo al sentido del coraje, valor personal. A diferencia del compadrito o el malevo, cuya fama en muchos casos provenía de una leyenda autoalimentada, el guapo porteño bien podía ser guapo “en serio”, hombre valiente sin alardear de serlo. Emparentado al compadre en cuanto a sobriedad y al ejercicio de una violencia acotada a las circunstancias, la popularidad del término y el abuso que se hacía de él, llevaba en muchas ocasiones a que livianamente, se confundiera a un simple matón o compadrito con un “pesado” en serio.
“Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno.”
Decía Martín Fierro, adelantándose en décadas al compadraje orillero. Prisionero de las circunstancias, la guapeza de Fierro fue una fuerza disparada sin dirección, que lo llevó a cometer una muerte injusta, siempre sin vacilar.
Pero el guapo porteño, tenía, como los héroes mitológicos, un punto débil y secreto. Era el amor.
“Al comprender que la ingrata
burló tu cariño
sollozabas como un niño
que aprendió lo que es sufrir.”
Dice el tango mencionado, acertando en la causa que quebró al guapo, la única posible, y además inconfesable. Amar era signo de debilidad, tan repudiable como “arrugar” frente a un desafío.
El Guapo
Con una sonrisa de pena en sus labios
y fiera mirada que irradia rencor,
se va para siempre el guapo del barrio
llevando el secreto de su corazón.
Mientras sus hazañas como en un rosario
pasan aumentado su desolación.
Con una sonrisa de pena en sus labios
y fiera mirada que irradia rencor.
Guapo, cuando tus ojos la muerte cierren
y estés en la oscuridad, tu alma será negra mariposa
que cruzará temblorosa las calles de tu arrabal.
Guapo, pero tus alas malevas ciegas otro farol chocarán.
Guapo, y pintarán en los vidrios
las cruces de tu martirio con su aletazo final.
Jazmines de cerco, malvones de patio,
acordes de tango, cantar de gorrión,
cuando vos te vayas saldrán a tu paso
para despedirte con admiración
y en algún boliche tal vez, otros guapos
brinden con sus copas diciéndote adiós.
Que estampa florida y maleva.
Guapo, cuando te vayas del barrio
quedará un recuerdo.
En el adiós definitivo habrá un entrevero
de voces amigas y un tango,
el que contó tus hazañas.
Tango – 1941
Letra: Alfredo Roldán
Música: Vicente Demarco
El Último Guapo
Con el funyi tirao sobre un ojo
y un amago de tango al andar,
sin apuro, sobrando de reojo,
el último guapo vendrá al arrabal.
Entrará por la calle angostita
y al pasar frente al viejo portón,
silbará pa’ que vuelva a la cita
la piba que es dueña de su corazón.
El farolito perdido,
el callejón sin salida
y el conventillo florido
saldrán del olvido,
de nuevo a la vida.
El almacén de los curdas,
la luna sobre un puñal…
Una caricia y un beso
serán el regreso
del viejo arrabal.
Con el fueye que es puro rezongo
y dos violas cinchando al costao,
otra vez, del antiguo bailongo
el último guapo era el envidiao.
Jugará con desprecio su vida
por el sol de un florido percal
y se irá sin llevar ni una herida
¡el último guapo, del viejo arrabal!
Tango – 1958
Letras: Abel Aznar
Música: Riel (Leo Lipesker)