Transcurría el año 1955 cuando los cines argentinos estrenaron una producción dirigida por Lucas Demare y protagonizada por Tita Merello y Pepe Arias, como figuras centrales. Su nombre es “Mercado de Abasto”. El argumento exhibe amores, traiciones, momentos dramáticos y de alegría; el guión no sale de las convenciones de la época, pero como buena parte del film se desarrolla en el mítico mercado, se constituyó en un documento de primera mano acerca de la vida cotidiana de sus trabajadores, obra jerarquizada por el trabajo de sus principales protagonistas. Eran los años de oro del Abasto.
Sus arcos descomunales, la incesante actividad de carros, camiones y changarines, los bodegones siempre llenos que como un cinturón vivo lo rodeaban, dotaron a ese sector del barrio de Balvanera, de una identidad propia; el “barrio” del Abasto, denominado así sin ser un barrio. Pero ¿Qué porteño al dirigirse a esa zona no lo llama así?. Y aún en pleno siglo XXI se conoce a ese costado de Balvanera como El Abasto.
Previa al vistoso Shopping Abasto que hoy se yergue en la misma manzana del viejo mercado, hay una historia muy rica sobre una Buenos Aires que ya no existe.
Si nos remontamos a los orígenes, nos enteramos que el primer Mercado de Abasto que mereció tal denominación, fue construído en reemplazo del antiguo Mercado Lorea en Congreso. Luego cerrado por la apertura de la Avenida de Mayo.
En 1889 en las adyacencias del Abasto actual, se instaló una feria montada sobre carros que ofrecía frutas y verduras. Fue el mismo año que la Municipalidad de Buenos Aires autorizó la construcción de un Mercado de Abasto sobre 25.000 metros cuadrados, en la manzana actual y algunos lotes aledaños. Los terrenos sitos en el perímetro de Corrientes, Lavalle, Anchorena y Laprida, pertenecían a los hermanos Devoto, quienes lo venden incluyendo la concesión, a la Sociedad Anónima Mercado de Abasto Proveedor. La primera parte, que contó con 1.300 metros cuadrados cubiertos, se inauguró el 1 de abril de 1893.
El municipio autorizó la comercialización mayorista de frutas y verduras, pero no carnes.
En 1903 el Mercado accede a las primeras cámaras frigoríficas y fábrica de hielo. La obra contempló la habilitación de un gran corralón para la guarda de carros y caballos, en la manzana delimitada por las calles Lavalle, Guardia Vieja, Gallo y Agûero y en 1907, se inaugura una parte del futuro establecimiento y un anexo minorista.
Buenos Aires crece desmesuradamente y los mercados proveedores florecen en los barrios más populosos. El San Telmo, el Spinetto, el Dorrego, el Proveedor del Sud (Constitución) y otros.
En los años ‘20 y ‘30, éstas grandes unidades de alimentos frescos, generan en su entorno una vida comercial intensa: fondas, cafetines, cigarrerías y cuanto necesitara la gente que trabajaba en los mercados o se servía de ellos. En 1928 es habilitado el amplio sector minorista entre las calles Lavalle, Guardia Vieja, Gallo y Sánchez de Bustamante y en 1930 se autoriza al mercado contar con los rubros carnes y pescados.
Tres años después se construye el enlace con la línea “B” de subterráneos, para facilitar el ingreso de trenes cargueros del Ferrocarril Central Buenos Aires a los sótanos del mercado.
Dicho acceso fue clausurado en 1952, debido a un gran incendio en el que los túneles cumplieron el papel de “chimeneas” alimentando el fuego por la circulación de aire.
Es en esas décadas en que un pibe del barrio que supo vagabundear y hacer changas en el marcado durante su niñez, se había transformado en la Voz Mayor del Tango: Carlos Gardel. El Morocho del Abasto compró una casa en las cercanías del mercado, en Jean Jaures 735, donde habitó con su madre Berta Gardés desde 1927 hasta 1933, en que partió a Europa. Hoy es el Museo Carlos Gardel.
Pero el Abasto tiene otros referentes tangueros, como Aníbal “Pichuco” Troilo y el Maestro Osvaldo Pugliese de la vecina Villa Crespo. Pero sin dudas, el eje mitológico de Balvanera fue el Mercado de Abasto y Carlos Gardel el máximo demiurgo.
En 1931 comienza la remodelación del edificio y la construcción del llamado Mercado Nuevo.Tres años más tarde concluyen las obras. Cinco enormes arcos sobre la avenida Corrientes y otros tantos sobre las laterales Agûero y Anchorena. Sus autores, José Delpini, Viktor Sulcic y Raúl Best.
El mercado ya contaba con centenares de puestos de venta, cuatro niveles, subsuelo, cámaras frigoríficas y una superficie cubierta de 58.000 metros cuadrados.
“Pero ha querido el destino / que todo aquello acabara”; dice Martín Fierro en una de sus tribulaciones. También El Abasto quedó bajo el foco del llamado progreso.
En 1971 el gobierno de facto de entonces, decreta la creación del Mercado Central para abastecer a la Capital Federal y 25 partidos del Conurbano. Es un gigantesco complejo erguido en la localidad de Tapiales, en la provincia de Buenos Aires. La misma directiva ordena el cierre definitivo de otros mercados mayoristas porteños como el Spinetto, el Liniers, Saldías y el Dorrego.
Recuperada la democracia en 1984 se siguió adelante con el proyecto de sustitución de mercados y en ese año el pionero de los Abastos dejó de funcionar, quedando abandonado hasta 1995. El barrio sufrió un apagón social y los cientos de puesteros, changarines y bolicheros, emigraron con destinos inciertos. Algunos vecinos se alegraron, porque ya no debían sufrir basuras en sus frentes ni tránsito de gente desde la madrugada hasta bien avanzada la noche.
Pero en 1985 el Concejo Deliberante porteño lo declaró Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, para evitar su demolición. La Cooperativa El Hogar Obrero intentó recuperarlo pero no pudo sostener los enormes gastos que implicaban su salvataje.
En 1995 una empresa se hizo cargo del ruinoso edificio para construir un shopping. Merced a la ordenanza anterior, debía conservarse la fachada, aunque se agregó la llamada “parte nueva”, convirtiendo a esa pieza histórica en un moderno complejo comercial con todas las comodidades. Inaugurado en 1998, el Shopping Abasto cuenta con locales comerciales, patio de comidas, cines, entretenimientos y espacios para eventos y espectáculos; una estación del subte “B” permite acceder del tren directamente al complejo.
La fisonomía del viejo mercado apenas mantiene la arquitectura de sus muros, aunque con bastante maquillaje.
El Mercado se marchó a ese desván tan preciado que es la memoria popular; con sus carreros, changarines, puesteros, quinieleros, fondines y toda la fauna humana que giraba en torno a ese mundo singular; cosmopolita pero también, profundamente porteño.
El Morocho del Abasto puede dar fe.