Patricio camino hacia el Abasto, como si lo guiara la sombra del Zorzal, pasó por el mercado y las cantinas olorosas y se detuvo frente a la puerta de un café. Miró el nombre extranjero del cartel de la calle: Jean Jaurés. Entró. Una mujer ponía un disco tras otro en la victrola del palco. Patricio se observó mientras la mujer entrecruzaba sus piernas, sentada en la silla. Se le veían las medias corridas, los zapatos con los tacos torcidos, cansada, como olvidada de ella misma, ni joven, ni vieja, solo ausente. Pero algo le embellecía, sin embargo: los versos, la música de los tangos y la devoción de los insomnes que la miraban, como hipnotizados, mientras ella ponía un disco y otro en la victrola.
El espero hasta que la victrolera bajó del palco y fue a tomar el tranvía. “No salgo con clientes, no soy puta”, se defendió la mujer. Pero subieron juntos al tranvía que se bamboleaba, ruidoso, y que a cada barquinazo acercaba hacia él el cuerpo de la victrolera.
Ella le dijo que hacía tiempo que no se acostaba con un hombre, que estaba cansada de esta vida, que un mes antes se había querido suicidar tirándose bajo un tren. “Me salvó un loco, un tipo de pelo blanco que corría por las vías”.
Bajaron cerca de Plaza Flores. Caminaron por una calle arbolada hasta una casa humilde, con puerta de alambre. Ella le pidió que no hiciera ruido, porque vivía con un matrimonio de viejos italianos, a quienes les alquilaba la pieza del fondo.- Patricio la siguió hasta allí.- La luna, como de tinta roja, iluminaba la pieza.
-¡Que cara de loco tenés!- comentó la victrolera mientras se desnudaba.
-Soy loco.
-¡Me tenía que tocar a mí! ¡Siempre me pasa lo mismo!
Discreto, Patricio Achával no hablo de esa fugaz relación con la victrolera. Pudo creer que la había inventado como a Margarita, la que murió en Cosquín. Quedan, sin embargo, los versos del tango La Victrolera, con música del maestro Antonio Luciani, que estrenó el cantor Santiago Moran una noche de 1949.
Diosa del tango, diosa arrabalera
Por tres minutos diosa del café
La victrolera, que allá en los cuarenta…
Puso los discos en el bar de Jean Jaurés.
La iban mirando los parroquianos…
Indiferente, ella miraba la pared.-
Medias corridas y lindas piernas.
Para ellos era…la Mistinguette
Un cafiolo de barrio lo buscaba,
se iban juntos a su pieza en el trocen.
Un día le faltó, le dio la biaba,
Y la mina lo tiró abajo del tren.
Aquellos Años Cuarenta – Pedro Orgambide -2004
Continuadora del Fonógrafo de Edison, Tuvo su Épica de Esplendor Entre los Años 40 y 60
¿Quiénes entre los que cargan sobre sus espaldas más de medio siglo de vida, no se “sacudieron” alguna vez en un bar al ritmo de la música surgida de una vitrola o caja para bailar, o scatola per ballare, o juke – box, o como quiera que se haya denominado a ese aparato en los diferentes países del mundo?
Seguramente, muy pocos.
Corría el año 1923, cuando se lanzó la producción en serie de dichos aparatos que comenzaron a inundar los bares. Fue la culminación, por entonces, de una etapa que se había iniciado en 1876 cuando el gran inventor Thomas Alva Edison presento en sociedad en fonógrafo, el primer aparato para la reproducción de música, que luego derivó en el tocadiscos.
Renato Franco, periodista italiano, reconstruyó para el “Corriere della sera”, de Milán, en colaboración con Mario Luzzatto Fegiz, la historia de estos aparatos, sobre los cuales también la radio de ese país realizo una importante producción el pasado jueves para conmemorar, precisamente, el octogésimo aniversario del lanzamiento comercial de las “jude- box”, según la versión “slang”.
Así como a los griegos les hizo falta que llegaran los romanos para aplicar masivamente sus desarrollos científicos. Edison necesitó que los comerciantes se interesaran en su aparato: una de las derivaciones fue el Polyphon, que se accionaba con una moneda, presentado el 23 de noviembre de 1889 con una demostración en San Francisco (California), por Louis Glass y William S. Arnold, pero tampoco tuvo mucha difusión.
El verdadero salto tecnológico se produjo tras la Primera Guerra Mundial y así varias empresas coincidieron en lanzar al mercado, en 1923, sus vitrolas. Sus marcas fueron: Ami, Seeburg. Wurlitzer y Rock-ola. Siendo esta ultima la más difundida acá, como que adquirió carácter de nombre genérico.
Claro que se trataba de aparatos limitados, ya que el sistema era que el lector de la música de trasladaba hasta el disco. Recién cuando se optó por el camino inverso, se pudo dotar a las cajas para bailar de una oferta musical más variada.
En 1928, la denominada Selectraphone podía ser cargada con ocho discos de aquellos famosos de pasta de 78 revoluciones por minuto (rpm) y de ahí en más se avanzó más rápidamente. Se pasó a 12, a 24 y a 50 discos, y posteriormente a 100 cuando los 78 rpm fueron reemplazados por los mucho más pequeños 45 rpm. Más tarde esos 100 se incrementaron a 200, en la gran época del auge de las vitrolas, entre los años 40 y 60, en los que la normalidad era que uno de esos muebles formara parte del ornamento de los boliches.
Entre los aparatos más exitosos de aquellos años se contaron la Wurtlizer, en sus modelos 2000 de 1940 y 1015 de 1946; la Rockola, modelo 1426, de 1947, la más importada en Argentina; y las Ami, modelos H de 1957, J de 1959 y Continental de 1960. En líneas generales todas fueron adquiriendo con el tiempo líneas más elegantes, rompiendo con forma arqueadas el duro cuadrado.
Dentro de ese concepto de adicionarles aspectos ornamentales más atractivos se le incorporaron las luces. En principio fueron tubos luminosos, se añadieron luego los colores e, incluso, como un exitoso símbolo de los años de la posguerra, en algunos casos recibieron la incorporación de faros que imitaban las luces traseras de los lujosos automóviles Cadillac. A todo esto, los italianos no se quedaron solamente con las vitrolas tradicionales que les llegaban desde los Estados Unidos. Gente ingeniosa- que supo juntar los tallarines de la China que llevó el veneciano Marco Polo, con el tomate que los españoles obtuvieron en América, para convertir a las pastas en quasi sinónimo de italianidad- desarrollanron el fonogrado visivo.
Se trató de una caja de cine asociada con música. Fue el anticipo de los actuales videoclips. En los bares peninsulares se veía a los cantantes preferidos como Adriano Celentano, Fausto Leali, Gianni Morandi, Sergio Endrigo, el mismo Vianello. Luigi Tenco, Gino Paoli y hasta extranjeros como el estadounidense Nell Sedaks o el canadiense Pail Anka.
El aparato combinaba actuaciones filmadas de los astros con sus canciones mediante la utilización de películas de 16 milímetros. Pero ese “cinebox”, lanzado en 1959, duró poco tiempo, ya que en 1964 ya estaba en decadencia. Es que las referidas películas de 16 milímetros carecían de la resistencia necesaria y se rompían con más frecuencia de lo aceptable para que cerrase la ecuación económica.
Para entonces habían pasado cuatro décadas de la difusión de las cajas para bailar en los boliches, desde San Francisco hasta el Lejano Oeste y desde Roma del Rio de la Plata.
Los avances científicos -tecnológicos ya entregaban nuevas alternativas, o se aprestaban a hacerlo, como en el caso de la transmisión de la televisión a distancia y los medios masivos y las grabadoras habían tomado el control selectivo de la difusión.
En Argentina los viejos aparatos fueron desapareciendo de los bares céntricos de las grandes ciudades, salvo en algunos centros especiales para nostálgicos, como el Viejo Almacén o el bar Unión, ambos en el porteño barrio de Monserrat.
Precisamente, Jairo recuerda en su canción “Milagro en el Bar Unión”: “Ella está triste y él está solo en el bar Unión/ él pone un disco de Ray Barreto en la vitrola/ va hacia la mesa donde ella llora porque está sola…”. Pero en muchos casos los viejos aparatos se mantuvieron desplazados en la periferia y es por eso que, cuando uno consulta a un joven del Gran Buenos Aires por esas cajas para escuchar música, y bailar en los boliches, responde sin dudar: “Ah, sí, las rocolas”.
Crónica 08-02-03