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Guardar la Plata en el Colchón
Ocultar dinero tuvo que ver, con que otros, además del propietario, no supieran que ese dinero existía
Guardar la Plata en el Colchón

Una buena proporción de inmigrantes europeos que desembarcaron en nuestro país, lo hicieron con la ilusión de “hacer la América”; juntar dinero y volver a su patria. Muchos lo lograron  y retornaron  al Viejo Continente con sus expectativas cubiertas. Otros tantos,  de buen grado o porque no tuvieron otra opción, se quedaron para siempre en estas tierras.

En ambos casos, se hizo una práctica común tratar de ahorrar dinero. Los “golondrinas”, para volver cuanto antes a su terruño; los que habían decidido quedarse, para escapar de la miseria del conventillo mediante el terrenito propio, o para instalar un almacén o simplemente para iniciar esa aventura que para muchos en Europa era desconocida: ahorrar algún dinero.

Ya fuera porque las sumas ahorrables eran muy pequeñas, por desconfianza a los bancos o simplemente porque se ignoraba esa alternativa, es que muchos trabajadores preferían guardar sus ahorros en la propia casa. Las “cajas de seguridad” domésticas solían ser una lata de galletitas, un cajón del ropero y con mucha frecuencia, el colchón de la cama.

Son innumerables las anécdotas que hablan de verdaderas fortunas ocultas en los viejos colchones de lana y resortes; a tal punto, que guardar dinero fuera del circuito financiero se lo denominó “guardarla en el colchón”. Con el paso de los años y con el aumento de la información y también de la inseguridad, tal práctica disminuyó notablemente. El colchón fue reemplazado por otras opciones y también por motivos muy distintos. La decisión de ocultar dinero tuvo que ver, con la necesidad que otros, además del propietario, no supieran que ese dinero existía. Así fueron apareciendo las cuentas en el exterior, las cajas de seguridad dentro y fuera del país y otros destinos que permitían que las sumas resguardadas, se hicieran “invisibles” para el fisco o cualquiera que pretendiera hurgar en esos capitales: inversiones inmobiliarias por cuenta de terceros, compra de bonos,  inversiones bursátiles y una verdadera batería de opciones, cada vez más sofisticadas en relación a la suma de dinero a custodiar.

Veintitrés – 14-08-08

Cuando nuestro país fue sacudido por la hiperinflación, los argentinos corrieron con sus ahorros desde los distintos “colchones” o plazos fijos, a la compra de dólares. Las recurrentes crisis adiestraron a la población en ese recurso y parecía que la enloquecida carrera se detenía en la compra de divisas que evitaba la desvalorización del ahorro, y la seriedad y protección que las entidades bancarias ofrecían a los ahorristas. Pero tal seguridad estalló en pedazos en diciembre de 2001, cuando el entonces ministro de economía de la Nación Domingo Cavallo, ante la desenfrenada “fuga” de depósitos de los bancos estableció el temible “corralito” financiero; un cerco en torno a los depósitos públicos y privados que inmovilizó la extracción de dinero. La medida provocó la renuncia de Cavallo y arrastró al presidente Fernando De La Rúa.

Sólo muy lentamente y devaluación mediante, la gente pudo reencontrarse con parte de su dinero. Dos lecciones dejó la crisis para muchas personas: que los bancos no eran garantías suficiente y que los que habían apostado al colchón tenían  razón, ya que las señales del estallido de la economía se hicieron visibles semanas antes de que sucediera.

La debacle bancaria produjo un reverdecer del “colchón”, ya que a mediados de 2005 se estimaba oficialmente que la suma de dinero sólo en moneda extranjera, que se encontraba en el exterior o fuera del sistema financiero, alcanzaba los 130.000 millones de dólares.

De todos modos,  los depósitos en las entidades financieras lentamente fueron incrementándose,  a tal punto, que muchas instituciones tenían dificultades para colocar préstamos en el mercado del segmento de hipotecas inmobiliarias o bienes durables, ya que el sector tradicional de tomadores de préstamos de ésta franja, mayoritariamente de clase media, arrastró durante años las secuelas de la devaluación de 2002.

A pesar del optimismo de bancos y financieras, se podía contar por muchos millones los pesos y dólares que durante años, permanecieron al resguardo de los anónimos “colchones”.

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