Nuestro Martín Fierro sigue siendo sin dudas, la obra más representativa de la literatura argentina, como Don Quijote de La Mancha lo es de las letras españolas y La Biblia, de todo el Occidente cristiano. Este libro que consta de dos partes, El Gaucho Martín Fierro y La Vuelta de Martín Fierro editadas con siete años entre una y otra, pese a tener continuidad argumental, consta de diferencias notorias en su estética y contenidos. La primera parte abunda en referencias temporales que sin que el autor entre en precisiones geográficas, describen la vida rural cotidiana, costumbres y hasta el lenguaje que practican los personajes, nos ubica probablemente en la llanura pampeana, en una de las etapas más sufridas de nuestro pueblo como lo fue la segunda mitad del siglo XIX, cuando el cambio de paradigma social y económico, se hizo sentir con rigor en los sectores más pobres de la sociedad; particularmente en el campo.
Sin ingresar en el análisis literario, ya que no ese el objetivo de éstas líneas, de esa Primera Parte vemos que se acostumbra hacer una lectura superficial y en consecuencia, obtener un juicio parecido, ya que se destaca el rol “combativo” de Martín Fierro; cuando en realidad, es meramente descriptivo. Se trata de un gaucho caído en desgracia por los abusos del poder, lo que lo convierte en un bandido. En todo caso, lo que obligaba al gauchaje al “combate” fueron precisamente las condiciones impuestas por El Poder, representado por el Juez de Paz, la milicia como castigo, el poder omnímodo del estanciero y el estigma de ser gaucho; ya que su condición de trabajador libre ya no encajaba en los nuevos moldes económicos.
En la Segunda Parte (La Vuelta) el poema alcanza su mayor vuelo poético y universalidad, y a pesar de ser desarrollado en una lengua con muchos giros idiomáticos que en parte, lo transforma en una obra compleja y formalmente anacrónica, pudo ser traducida exitosamente a una gran cantidad de idiomas contemporáneos.
Tal vez por esa universalidad que la caracteriza, sus personajes dejaron de ser sólo argentinos para representar tipos humanos registrables en cualquier época y geografía.
El Viejo Viscacha (con “s” como aparece en la grafía original), es un individuo de cualquier cultura y no una tara nacional como muchas veces, pretenden hacernos creer quienes militan el discurso que define a la condición de argentinos, con una característica de “vagos”, vivillos”, y rayando los límites de la delincuencia; cerrando los ojos a otros tantos exponentes universales. Si buscamos antecedentes literarios, basta con recordar al “Tío Lucas”, protagonista de “Diablo Mundo”, una suerte de Viejo Viscacha escrito por el español José de Espronceda; y otras tantas figuras de la literatura universal.
El Viejo Viscacha es la contracara de El Gaucho Martín Fierro. Ambos tuvieron sus conflictos con la Ley, pero Fierro supo ser hombre de trabajo, honrado, y él mismo rememora esa presunta Edad de Oro:
“Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
Y su ranchito tenía
Y sus hijos y mujer
Era una delicia ver
Cómo pasaba sus días” (Canto I – Verso 133).
Lo que sucede después es historia conocida para quien lo leyó. Fierro fue “arriado” a la frontera en una leva sorpresiva, como se acostumbraba reclutar la tropa, aún mucho después de la caída de Juan Manuel de Rosas. Ya no reinaba La Mazorca sino la Constitución Nacional que impulsaron los vencedores de Caseros; no obstante, los abusos sobre el gauchaje fueron más brutales y sistemáticos que nunca. Si Martín Fierro no hubiera desertado, sus huesos habrían sembrado el campo como tantos soldados reclutados a la fuerza. Con la fuga del fortín comenzaron sus desgracias. “El pobre gasta la vida en juir de la autoridá”, confiesa. Como muchos criollos que se “desgraciaron”, Fierro se hizo gaucho matrero y terminó debiendo varias muertes, alguna como la del Moreno, absurdamente gratuita. En otro incidente mató a un provocador y luego frente a la partida policial que fue a prenderlo, dejó un tendal. En ese enfrentamiento el jefe de la patrulla, el Sargento Cruz, se vuelve contra sus subordinados y pelea codo a codo con Fierro. “Cruz no conciente / Que se cometa el delito / De matar así a un valiente”, grita el imprevisto aliado. Y con su cambio de bando salva la vida del gaucho prófugo.Con la sangre derramada, ambos sellan una amistad que los ligará hasta la muerte del ex policía, quien pasó en un segundo de perseguidor a perseguido.
En la brevedad de esa lucha, ambos hombres exhiben valores contradictorios: Fierro al hundir su facón en el vientre de uno de los policías, alcanza a murmurar: “Qué Dios te asista”. Le dio muerte, pero en el mismo instante encomendó a Dios el alma de su víctima.
A su vez, Cruz tenía una responsabilidad de la cual renegó a último momento. “Fue un traidor”, diría un analista apresurado; difícil afirmarlo. Tal vez en esa fracción de tiempo, Cruz vio en el otro su propio espejo, ya que él mismo había sido un gaucho perseguido; El Poder le “limpió» el prontuario y lo hizo policía. En esa noche trágica, encrucijada de su existencia, se inclinó por el más débil arriesgando su propia vida. Valores contradictorios, decíamos. Pero valores al fin, de los que El Viejo Viscacha carecía en absoluto.
Viscacha como Cruz, son personajes secundarios en el poema, historias que se introducen, cumplen roles importantes pero desaparecen de la escena, ambos mueren en el curso del relato.
Cuando Fierro marcha al fortín comienza a desintegrarse la familia. La mujer aparentemente va a trabajar a una estancia y los hijos comienzan a rodar; para el pueblo son “guachos”, los hijos de un desertor y gaucho malo y una madre que los abandonó.
Vale recordar que Martín Fierro muchos años después, se vuelve a encontrar con sus dos hijos en forma casual en una fiesta campera. Allí cada uno relata las cuitas padecidas en los años de desencuentro. El Hijo Segundo (así aparece en la narración), fue adoptado por una tía que al morir le dejó una pequeña herencia. Y así reaparece una figura que a lo largo del relato, es la encarnación de las desgracias de los pobres: El Juez de Paz.
“Quién fue panadero
y también fue pulpero,
por lo visto arriero
hombre muy capaz” (1).
Refiriéndose a la intervención del juez en su vida, cuenta El Hijo Segundo:
“El juez vino sin tardanza
Cuando falleció la vieja
‘De los bienes que te deja’
Me dijo, ‘yo he de cuidar
Es un rodeo regular
Y dos majadas de ovejas”. (La Vuelta de Martín Fierro – Canto 13 – Verso 2121).
Entonces agrega el hombre: “Voy a nombrarte un tutor”.
Y así describe el chico al “Tutor” que debía encargarse de su educación:
“Me llevó consigo un viejo
Que pronto mostró la hilacha
Dejaba ver por la facha
Que era medio cimarrón
Muy renegao, muy ladrón
Y la llamaban Viscacha”. (Ob. Cit. – Canto 14 – Verso 2157).
Viscacha aparece como la encarnación de todos los vicios: ladrón contumaz, impiadoso, ventajero y profundamente egoísta. Obliga al muchacho a secundarlo en todas sus pillerías, que es justo decirlo, se trataba siempre de hurtos de poca monta. Así comenzó la “educación” del hijo de Fierro. El Viejo carneaba vacas ajenas para alzarse con el cuero y canjearlo en la pulpería por yerba, tabaco y ginebra. Arrimándose a las esquilas en un descuido, se llevaba unas tijeras o vellones de lana. Se metía en los corrales y cortaba la cerda de las yeguas para después venderla.
“Un haragán, un ratero y más chillón que un barraco”, contó el chico (La Vuelta… Canto 14 – Verso 2263) en el reencuentro con su padre. A éste somero inventario de las “virtudes” de Viscacha, hay que agregar que golpeaba con frecuencia a su ahijado y lo hacía dormir fuera del rancho, con frío o calor.
Pero en esa Segunda Parte de la obra, los consejos que Fierro brinda a sus hijos y a otro muchacho que en una aparición un poco forzada en la historia, resulta ser un hijo del Sargento Cruz, que a partir de la deserción de su padre de la policía, también cae en desgracia; se hace llamar “Picardía” y también cuenta lo suyo, muy similar a la historia de los hijos de Fierro.
Viscacha, como a su vez lo hará Fierro en su encuentro con los tres muchachos, al Hijo Segundo también lo aconseja, pero en materia de valores morales, sus recomendaciones son el extremo opuesto de los dichos de Fierro. Cuenta el muchacho:
“Cuando se ponía en pedo
Me empezaba aconsejar”. (Ob. Cit. Canto 15 – Verso 2305).
Su filosofía tiene como eje la supervivencia a cualquier precio:
“Jamás llegués a parar
A donde veas perros flacos”. (Ob. Cit. Canto 15 – Verso 2311).
Uno de los pilares de su oportunismo es el siguiente:
“Hacete amigo del juez
No le des de que quejarse
Y cuando quiera enojarse
Vos te debés encoger
Pues siempre es bueno tener
Palenque ande ir a rascarse”. (Ob. Cit. Canto 15 – Verso 2319).
Refiriéndose al riesgo de brindar confianza, decía el improvisado filósofo:
“Que el hombre no debe creer
En lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro”. (Ob. Cit. Canto 15 – Verso 2346).
Y en cuanto a garantizarse el alimento, Viscacha considera que la clave es “El no te metás”:
“A todito me hago el sordo
El cerdo vive tan gordo
Y se come hasta los hijos”. (Ob. Cit. Canto 15 – Verso 2358).
La antítesis como se ha dicho en materia de consejos, la ofrece Martín Fierro, más viejo y humanizado, ya alejado de los años de lucha salvaje por mantenerse vivo, con la expectativa de algún día recuperar su buen nombre y la condición de hombre con una vida normal. Después del inesperado encuentro y payada con El Moreno, el hermano menor de aquel que Fierro estando borracho mató en duelo diez años atrás, la obra alcanza su mayor vuelo poético y profundidad; la payada con El Moreno exhibe todo el talento de José Hernández y quizás es uno de los momentos en que el poema deja de ser singular y alcanza su universalidad plena. El Moreno no fue sólo a payar, iba a vengar al hermano muerto. Los parroquianos evitan el duelo y Fierro con los muchachos, se aleja de la pulpería evitando otro derramamiento de sangre. En pleno campo, fierro dice a los tres muchachos que lo escuchan en rueda, algunas cosas como éstas, contenidas en sus Consejos del Canto 15 de La Vuelta:
“Un padre que da consejos
Más que Padre es un amigo”. (Ob. Cit. Canto 32 – Verso 4595).
La palabra “amigo” no existe en el vocabulario afectivo de Viscacha; al menos en el sentido de amor desinteresado. Por el contrario, Fierro redobla la apuesta a la confianza:
“Al que es amigo jamás
Lo dejen en la estacada
Pero no le pidan nada
Ni lo aguarden todo de él
Siempre el amigo más fiel
Es una conducta honrada”. (Ob. Cit. Canto 32 – Verso 4631)
Viscacha vive de lo ajeno y se ufana de ello, Fierro en cambio, aconseja:
“Debe trabajar el hombre
Para ganarse su pan;
Pues la miseria en su afán
De perseguir de mil modos
Llama en la puerta de todos
Y entra en la del haragán”. (Ob. Cit. Canto 32 – Verso 4655).
A lo largo de los Consejos a sus hijos y a Picardía, el hijo de su amigo muerto el Sargento Cruz, el ex gaucho matrero reflexiona en voz alta y pasa revista prácticamente a toda la condición humana, cerrando con una sentencia: “Es de la boca del viejo / De ‘ande salen las verdades”.
Luego deciden mudar de nombre y a “Los cuatro vientos / los cuatro se dirigieron”.
El personaje deja una frase que es una profecía hernandiana: “Me tendrán en su memoria / Para siempre mis paisanos” y advierte a quien lo lea que su narración, “No es para mal de ninguno / Sino para bien de todos”.
Esta suerte de contrapunto resumido en los Consejos de los dos personajes, son en realidad la confrontación entre dos formas de vida y de pensamiento (Martín Fierro y Viscacha). Sin dudas que la existencia del personaje Martín Fierro no es ejemplar y él padeció pero también generó injusticias. Recordemos que la Primera Parte (El Gaucho Martín Fierro) es una crónica fiel de años muy difíciles para los argentinos pobres, en particular en las zonas rurales. No es casual que a partir de 1872 (primera edición), fue el libro con más demanda en un país escasamente alfabetizado. Pero yendo a su opuesto el Viejo Viscacha, a nadie escapa que es un tipo universal, no es un perfil estrictamente argentino como lo han pintado más de una vez, algunos críticos literarios. Esta suerte de fatalismo sin apoyo en la realidad, es producto de un reduccionismo sociológico superficial cuya expresión harto conocida es “Los argentinos somos así”: Es decir, vagos, ladrones, vivillos y cuanta tara social pescan en alguna usina cultural de moda; por lo general, extranjera.
Seguramente quien se tome el trabajo de investigar seriamente, encontrará al Viejo Viscacha y a Martín Fierro, en todas las latitudes y tiempos. Los tres millones de ejemplares vendidos desde su nacimiento y las innumerables traducciones, así lo demuestran.