Si me preguntasen sobre mis creencias acerca de la existencia de fantasmas sentiría algo muy similar a lo que siento respecto a que hay más allá de la muerte física y la respuesta dudosa sería: el vacío del misterio. Todo aquello que no es comprobable no deja de convertirse en un abismo.
¿Somos energía? ¿Tenemos un mundo físico y un mundo del espíritu? ¿Existe el alma y /o espíritu? ¿El espíritu también muere al morir el cuerpo? ¿Cuerpo y alma mueren en distintos tiempos? ¿El alma se eleva mientras nos entierran? Decenas de preguntas similares podríamos hacernos, ahora bien, podríamos charlar acerca de aquello que hablan las leyendas pueblerinas en voz baja, e incluso de los fantasmas más famosos de los cementerios, pero prefiero que dialoguemos acerca de la niñez y de cómo nos acercaban al mundo de tamaño misterio.
En principio cuando algún familiar moría había que despedirse, y en verdad, besar un cuerpo gélido provocaba miedo, ni qué hablar si además el muerto era velado en la casa, más precisamente en el dormitorio que más tarde habría que habitar, entonces la muerte se impregnaba de otras creencias e incluso tabúes y por qué no fantasmas. La mente fantasiosa e inocente podía llegar a sentir la presencia del familiar muerto que, por la noche, arropaba, o en su defecto, cualquier sombra proyectándose en la pared podía llegar a ser una aparición.
La situación se ponía más severa cuando los vivos ponían en boca de los familiares muertos determinadas sentencias que no eran otra cosa que el deseo de volver a la vida a quien no lo estaba. Sin embargo, todos conocemos historias de apariciones, fantasmas, casas habitadas por ellos.
El arte en sus múltiples manifestaciones se ha ocupado de los temas sobrenaturales, desde “Casa tomada” de Cortázar o Wilde con “El fantasma de Canterville” o Poe y sus relatos donde la figura del «Ánima» aparece en varios personajes, a veces como seres esenciales platónicos y otras como seres destructivos. El cine ha abordado y aborda estos temas, me viene a la mente “Sexto sentido” y el niño; en fin, cada uno interpreta el mundo, su pequeño universo, según sus propias experiencias, ideas, creencias y deseos.
Nadie está exento de necesitar una explicación de lo inexplicable, o una voz del más allá que de fuerzas o fe para tal o cual cuestión. En definitiva, el rostro que imaginamos del más allá se parece al compendio de ideas que hemos desarrollado y construido en el más acá; aunque si de preferencias se trata prefiero el mundo de los vivos con la boca en movimiento y el cuerpo en danza, después de todo, como le gustaba decir a mi papá “ para descansar va a sobrar el tiempo”.