Rogue One fue una sorpresa el año de su estreno, (en el 2016) porque, antes de la era de las series precuelas en los servicios de streaming, LucasFilm tomó la decisión de elaborar un proyecto cinematográfico en donde se relatará cómo la Rebelión había conseguido los planos de la Estrella de la Muerte para destruirla al final de Star Wars: Una nueva esperanza, aquel film seminal estrenado en 1977 que cambió el panorama de la cultura popular para siempre.
Luke Skywalker consiguió hacer un disparo imposible en el único hueco de la enorme estructura intergaláctica similar a una luna, y para conocer la localización del punto vulnerable necesitaba tener el detalle preciso. Durante más de cuatro décadas aquel punto de la trama quedó como una incógnita que nadie había explorado, hasta que en el siglo XXI nuevas generaciones de cineastas – que se criaron viendo las viejas entregas de la saga- decidieron tomar la posta y abocarse a desentrañar el complejo pasado del universo Star Wars.
Rogue One nos mostró una historia terrenal, en donde las ciudades majestuosas que vimos en el pasado se convirtieron en oscuros y deprimentes barrios casi marginales que, si no fuera por el colorido crisol de razas extraterrestres que las habitan, podrían pasar como algún páramo tercermundista. Allí conocimos a personajes rotos, asediados por un Imperio Intergaláctico en la plenitud de su poderío. Era una historia de resistencia, de rebelión contra todas las posibilidades.
Y más importante, conocimos a Cassian Andor, un malviviente, nacido y criado entre la mugre y los despojos de lo que alguna vez fue la brillante República. El personaje interpretado por Diego Luna se ganó el corazón de la gente y, desde aquel film en donde -SPOILER- todos los protagonistas mueren, se viene hablando de la posibilidad de una serie que narre la historia previa del hombre.
The Mandalorian fue la primera apuesta de Disney para desarrollar una serie de Star War probó ser exitosa y, sobre todo, de gran calidad. Las dos temporadas iniciales llevaron a la franquicia a sus raíces y le devolvieron la magia que la espantosa trilogía de películas recientes no pudo emular siquiera. Después llegó El libro de Boba Fett, una mordida de banquina cuyos últimos episodios se salvaron gracias a la aparición de The Mandalorian justamente.
Andor, largamente anunciada, sufrió los mismos retrasos que la mayoría de las producciones en pandemia, y había cierto escepticismo de algún sector del fandom por la calidad que tendría. La serie cargaba con un problema fundamental: ya sabemos cuál es el destino final del protagonista. Sabemos que sin importar los peligros que afronte sobrevivirá, inevitablemente, a esta temporada y la que sigue. ¿Podía la narrativa vencer ese obstáculo?
La respuesta es: sí.
Y con creces.
El primer elemento que hace de Andor una serie hipnótica es la actuación de Diego Luna. El mexicano ha desarrollado una carrera enorme en la Meca del cine industrial, pasando de papeles secundarios y memorables -como en La Terminal, donde lo dirigió un tal Spielberg, ni más ni menos- a ser capaz de entrar en una de las franquicias más rentable del cine y, ahora, ser el líder del elenco.
Luna carga con el peso emocional de la narración y no le esquiva a la moral pantanosa de su personaje. Se nota que ama a Cassian Andor, al punto tal que el actor se convirtió en productor de la serie. La seriedad del mexicano es perfecta para contar una historia en donde el glamour de las naves espaciales y la magia de los planetas exóticos se deja de lado para volver a los pasillos apretados de una ciudad repleta de crimen, corrupción y violencia. Andor se mueve como pez en el agua en su mundo aun sabiendo, a nivel celular, que su destino es mucho más grande que el de un simple maleante. Nosotros sabemos que él conseguirá torcer ese rumbo, pero aquí lo interesante es que el camino recorrido no fue elegante, ni siquiera heroico.
Andor es un personaje con fallas, esquiva el arquetipo del héroe con elegancia y propone un modelo no tan explotado de protagonista, al menos en el universo Star Wars.
El contrapunto es Syrill, interpretada por Kyle Soller, oficial del Imperio cuyo sentido del deber roza el fanatismo y contrasta a la perfección con el dilema moral que plantea Luna como un criminal que esconde en su interior un rebelde y revolucionario.
La serie creada por Tony Gilroy (uno de los guionistas de Rogue One)se corre deliberadamente de los aspectos más “fantásticos”. No hay caballeros Jedi, no hay uso de la Fuerza (el superpoder de este universo) ni ningún tipo de misticismo. Aquí el dilema es político, es policial, es sobre el nacimiento de los ideales revolucionarios. Como el narciso que nace a orillas de un pantano, los oprimidos empiezan a florecer, a cuestionar el estatus quo, y pese a que sus credenciales no son las mejores, los protagonistas construyen una narrativa interesante. Este mundo de Star Wars no se concentra en héroes, que forman parte de un pasado casi mitológico. Los creadores detrás de cámara apostaron a armar una historia en donde los malos y los buenos no son tan diferentes y, con eso, el relato gana en emoción y en drama.
Visualmente, Andor es una delicia. Los escenarios se sienten tangibles, el aspecto de mundo sucio y usado que George Lucas propuso allá por 1977 se siente más real que nunca. Desde The Mandalorian que una serie de Star Wars no luce tan espectacular. Adentrarse en estos parajes para nada de ensueño, más urbanos, les da a los directores la oportunidad de jugar con las luces y sombras de neón que hasta lo acercan al género noir espacial, creando un espectáculo visual que, si bien no es inédito, se siente como un buen cambio de locación para las aventuras espaciales de la franquicia.
Andor es una de las mejores -sino la mejor- serie de Star Wars hasta la fecha. Desde los guiones complejos hasta el aspecto visual y técnico, pasando por las actuaciones, todas de alto vuelo, esta primera temporada sobrepasa las expectativas y devuelve a la franquicia a un lugar de relevancia narrativa que parecía haber perdido con Boba Fett.
Los doce episodios se encuentran disponibles en Disney +.