Julia Priluzky Farny – (1912- 2002)
¿Cómo se narra una vida? El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se cumplieron veinte años de la muerte de Julia Prilutzky Farny. Ella nace en Kiev, Ucrania, en 1912. Su lengua está hecha de los retazos del ruso, del judaísmo que le inculcan sus padres, de los varios idiomas que aprende después. Su infancia transcurre en España y luego la familia llega a la Argentina. Padre ingeniero, madre médica.
En 1949, apenas años después de la sanción del voto femenino y de que Borges publicara el cuento “Emma Zunz” sobre la vida de una trabajadora, Prilutzky Farny escribe La patria. Habla de la “tierra sagrada” y escribe: “Se nace en cualquier parte. Es el misterio, / –es el primer misterio inapelable– / pero se ama una tierra como propia / y se quiere volver a sus entrañas. / […]
El famoso poema de Prilutzky Farny Canción Para las Madres de mi Tierra (“del ardiente tañir que no abandona, / del rescoldo escondido en la ceniza, / del acento que marca y que perdona: / voz que más hiere mientras cicatriza”) es publicado en el aniversario del fallecimiento de Eva Perón en el diario La Prensa y el poema Oración es leído en un acto multitudinario en 1954.
Es ahijada del referente socialista Alfredo Palacios y frecuentada por Miguel de Unamuno. En los años treinta –cuando la Argentina está tan atravesada por la difusión de ideas anarquistas y socialistas, como por el giro conservador del fraude – Prilutzky Farny da sus primeros pasos como poeta. Antes tiene una importante formación tocando el piano y cursa materias de Derecho.
Julia Prilutzky Farny tiene el siglo XX en la piel. Es amiga de Alfonsina Storni, de Eva Perón, de Benito Quinquela Martin (de quien escribe una biografía: Quinquela Martín, el hombre que inventó un puerto). Como si entre los tres se trazara un mapa de la niñez, el arrojo y la aventura. La de ella que cruza el Atlántico, la de Storni que cruza la ciudad, la de Eva Perón que cruza la política cuando ninguna primera dama lo había hecho así, la de Quinquela Martin que pinta un puerto cuando se estaba volviendo un mundo.
Entre los libros de Prilutzky Farny se encuentran Viaje sin partida (1939), Intervalo (1940), No es el amor (1967), Hombre oscuro (1968), Como decir de pronto (1997). Pero su libro más conocido es Antología del amor (1972), que recopila sus poemarios entre 1939 y 1967.
Aunque toda generación se levanta y piensa “ya pasó”, “me la perdí”, Julia Prilutzky Farny es una mujer fuera de serie, una época y un espacio, trabajadora, quien toma la palabra pública y se la da a los periódicos, a la poesía, al peronismo, a una novela de Migré, al amor. Es también una abuela ucraniana. Muere veinte años antes de que esa tierra en la que nació, y a la que le escribió en esa ausencia, retorne como un fantasma de una Europa que ella trajo en sangre y que ahora es eso espeso que vemos cuando decimos: guerra.
Cristina Eseiza
Profesora en Letras – UBA – Escritora
Canción para las Madres de mi Tierra
Por la muchacha de ámbar y de trigo,
por el misterio que su voz encierra,
quiero decir, Señor, un canto amigo
para todas las madres de mi tierra.
Para decir su gracia inapelable,
muchacha de la patria mía y nueva,
voz visionaria, voz inexorable,
voz de todo el dolor: María Eva.
Para decir su látigo de fuego
sobre la torva piel de la injusticia,
su mensaje que es orden y que es ruego,
su palabra que duele y acaricia.
Su voz… Su voz en todo el horizonte,
sobre cualquier paisaje amanecido
-desierto o roquedal, llanura o monte-,
fuente sellada y cántico encendido.
Por los caminos de la patria mía
va ese clamor en plenitud lograda,
campana del alerta y la alegría,
de la esencia perdida y recobrada,
del ardiente tañir que no abandona,
del rescoldo escondido en la ceniza,
del acento que marca y que perdona:
voz que más hiere mientras cicatriza.
Contra el vértigo impune que se esfuma
gira y se pierde en graves remolinos
y desde el fondo mismo de la bruma
vuelve a partir, por todos los caminos.
Su voz en el silencio y el gemido,
murmullo en el ayer y en la distancia,
en el recuerdo fiel de nuestro olvido:
voz del ángel que guarda toda infancia.
En esa voz, bravía de ternura,
te descubrimos, madre temblorosa.
En esa voz, segando la espesura
para abrir el esquema de la rosa.
Clara amiga que aún no ha conocido
al hijo impar que el corazón encierra,
pero ahueca las manos como un nido
para todos los niños de mi tierra.
No brota ya la flora del espanto
al pie de los dolidos crucifijos:
sobre la patria indómita del canto
estallan las sonrisas de los hijos.
Con tu grito, tu estar, tu desafío,
aclaraste la víspera siniestra,
muchacha de topacio y de rocío.
Y te decimos madre, niña nuestra,
Porque en tu voz, definitivamente,
descansa ya el más alto mediodía,
la esperanza y el sueño y la simiente.
Y te decimos madre, Eva María.