Esbozo de una Pasión
Las pasiones no se explican, decía mi abuela, y en algún punto, con estas líneas acerca del fútbol, la contradigo, o no… Será que veníamos de la pandemia, de ese estado solitario y de poca emoción, será que teníamos sed de encuentro y reencuentro bajo el mismo manto de amor donde no caben las grietas, será que nos hermanamos tras un juego que es mucho más que un juego porque se representa al propio país, será porque está la vieja puja entre países y continentes, será porque en el fondo de las cosas todo no lo puede comprar el dinero, como sea, fuimos millones sintiéndonos felices.
El contacto casi infantil con la celeste y blanca como cuando íbamos a la escuela y nos tocaba izar la bandera hizo que nos olvidásemos de las pujas que parimos sociedad adentro. No sin dolor parimos viejos enfrentamientos, y entonces la pelota, el fútbol y vencer a alguien de afuera son buenos motivos para la revancha. Revancha a la tristeza, a la crítica, al individualismo, revancha donde no caben los agnósticos porque necesitamos creer que somos los mejores del mundo en algo. En ese plano extraordinario, caben las cábalas, los memes, las malas palabras ( por decir de algún modo a la catarata de puteadas que se suceden en 90 minutos ) y también cabe la esperanza, y un pueblo esperanzado en algo, es un pueblo feliz, así ello dure un par de horas, pero ¿quién se atrevería a intelectualizar las manifestaciones de amor de millones de personas?.
Yo no me atrevo por la sencilla razón de que soy de las que hace cábalas, se sienta en el mismo lugar a ver el partido con mi numerosa familia, y con el mismo mate que empezaré a tomar minutos antes de gritar un gol ( creáse o no, sucede) porque además me transformo y me vuelvo “boca sucia” y hago cuernitos cuando el equipo rival avanza y me siento consustanciada con esa vieja práctica que le enseñé a mis nietos como lo han hecho otras abuelas y el “hacé cuernitos” para que no nos conviertan un gol, nos hace partícipes por un instante de algo incomprobable pero que funciona: la energía de muchos en pos de ganar. Pero, además, contamos con el mejor jugador del mundo que viste nuestra camiseta, acompañado por otros tantos que emocionan con sus habilidades, y entonces tenemos la osadía de sentirnos victoriosos, nosotros, los del vulgo, los del popolo, los anónimos nombrados como la muchedumbre o como los millones de hinchas que salimos a festejar.
Párrafo aparte merece, “qué mirás bobo, andá pa alla”, que me inspira ternura porque no alcanza para insulto, pero sí para estar impreso en millones de remeras, tazas, camisetas, videos virales etc., sobre todo porque los poderosos (a los que tampoco les gusta perder ni son buenos perdedores) son tan “cocoritos” como cualquier hijo de vecino, aunque vivan en otro continente y se sientan más desarrollados y vienen a “mojarnos la oreja” como se dice en mi barrio presionando con sus actitudes patoteras al mejor del mundo mientras está dando una nota para la Tv.
El domingo para la final estoy segura que seremos hijos de la victoria porque otra vez seremos millones haciendo las mismas cábalas, envolviéndonos en la celeste y blanco, cantando el himno, y sobretodo, sintiéndonos partícipes de un hecho masivo y colectivo que nos genera alegría, el resultado como corresponde, lo comentaremos entre todos el lunes. Las pasiones se viven y me encanta este soplo que nos une más allá de cualquier diferencia.