El género detectivesco siempre es atractivo. El espectador se envuelve en una trama de misterio comandado por algún investigador privado que debe resolver un crimen aparentemente imposible. Cuando se trata de asesinatos, la lengua inglesa tiene un vocablo para definir a este subgénero: whodunit, que se puede traducir como ¿quién lo hizo?
No son largometrajes que se produzcan de forma masiva, la era dorada de estas obras se remonta a la primera mitad del siglo XX. En la pantalla chica, en cambio, los detectives se multiplican todo el tiempo. Por eso la aparición de un film como este siempre es una brisa de aire fresco.
Rian Johnson había sufrido un duro golpe por su gran film Star Wars: Episodio VIII, el cual fue alabado por algunos fans y la crítica por romper con la narrativa habitual del universo, por proponer algo nuevo. Pero un gran número de fanáticos tóxicos destruyeron el largometraje y se la agarraron con el cineasta, pateando la trilogía que estaba preparando hacia el territorio de la incertidumbre.
Johnson, lejos de desmoralizarse, se sentó detrás de la computadora, con una pila de novelas de detectives, y se puso a crear su propio whodunit. Era un proyecto que ansiaba hacer desde antes de su paso por la Galaxia Lejana.
Lo primero era crear un misterio. El escritor de novelas policiales Harlan Thrombey invita a su conflictiva familia a celebrar su cumpleaños 85 en su mansión de Massachusetts. Como el género lo requiere, el hombre aparece asesinado en su habitación. Alguien cometió un crimen y la multitudinaria reunión se convierte en un extenso interrogatorio en donde las miserias familiares comienzan a salir a la luz a una velocidad asombrosa.
Lo segundo que necesitó Johnson fue un detective carismático para llevar adelante la investigación. Benoit Blanc fue el nombre que eligió, y siguiendo la tradición de los mejores investigadores de la literatura, la nomenclatura destila carisma y encanto. El director y guionista se aleja del estereotipo de bebedor atribulado para mostrar a un “héroe” más simpático, juguetón, que hace chistes y disfruta de sobremanera el misterio que le tocó en suerte. Daniel Craig deja atrás el smoking de James Bond para construir un personaje inolvidable, que hace de hilo conductor en una narrativa coral, un formato complejo de ejecutar por el riesgo a que todo se enmarañe rápidamente.
El misterio sobre quien es el asesino tiene un formato clásico, no se basa tanto en la acción, que la hay, pero es apenas un apartado en una historia que apela a lo cerebral. Tranquilamente podría ser una aventura escrita por Sir Arthur Conan Doyle o Agatha Christie. Se nota que Johnson ha leído, y mucho, para poder absorber los mejores elementos de la literatura policial. No hay una reformulación del género sino un sentido homenaje al mismo.
El elenco es tan impecable como impresionante. Veremos a estrellas como Chris Evans, Jamie Lee Curtis, Ana de Armas, Michael Shanon, Christopher Plummer, Toni Collette, Don Johnson y hasta el gran Frank Oz, quien le dio vida al maestro Yoda en la saga Star Wars. El cineasta se dio el gusto de seleccionar a los actores que quiso para poder construir un crisol de personajes diversos, tridimensionales, que aportan al misterio y permiten que el espectador nunca sepa a ciencia cierta quien mató al escritor de novelas policiales, porque todos parecen tener un motivo para hacerlo.
Entre Navajas y Secretos es una gema cinematográfica que pone en evidencia la necesidad que tiene el público por historias originales bien contadas, que no dependan de una propiedad intelectual que la preceda.
El tono político de la película es impecable porque no cae en un tono aleccionador, sino que deja que los protagonistas carguen con el discurso. Que una de las protagonistas sea una latina trabajando para una familia rica y sea la primera apuntada como asesina puede que, a priori, suene como una metáfora poco sutil de Estados Unidos, pero Johnson esquiva el lugar común y convierte la etnia de su coprotagonista en un elemento más del misterio. Los analistas del séptimo arte alabaron esta decisión narrativa, y de forma justificada. En un mundo donde la xenofobia es un mal cada vez más violento, Entre Navajas y Secretos encuentra un balance entre la crítica social y el entretenimiento.
Nada de esto importaría realmente si el largometraje no fuera entretenido, y vaya si lo es. Cada minuto que pasa suma elementos que atrapan, que obliga al espectador a pensar durante todo el metraje. Lo divertido del género whodunit no es necesariamente adivinar quien es el asesino, sino justamente equivocarse en las deducciones. Queremos que nos sorprendan, queremos que la última vuelta de tuerca sea sorpresiva. Entre Navajas y Secretos lo consigue, holgadamente.
Con el estreno de la segunda entrega en Netflix es la ocasión perfecta para revisar o descubrir la primera aventura policial del detective Benoit Blanc, comandado detrás de cámara por un gran director como Rian Johnson. Un film ideal para terminar el año 2022 con un buen y bien construido misterio.
Feliz 2023 para todos los lectores.