La población argentina convivió muchos años con procesos inflacionarios. En los años Cincuenta y Sesenta al fenómeno se lo llamó “Carestía de vida”, hasta que los medios de comunicación impusieron en el lenguaje cotidiano la palabra más técnica y menos metafórica de inflación.
En las postrimerías del gobierno de Isabel Perón el costo de la vida había excedido el 1% diario, reduciéndose parcialmente en la primera época de la dictadura militar, debido al llamado Plan Martínez de Hoz que consistió en una receta liberal clásica con liberación de precios, congelamiento de salarios, desregulación cambiaria, fuerte endeudamiento externo y una feroz política represiva para disciplinar la sociedad y ahogar resistencias.
Pero el proyecto económico como otros similares aplicados con anterioridad, en el mediano plazo dio signos de agotamiento y la inflación creciente se combinó con una recesión profunda al final del gobierno de facto.
Cuando se recuperó la democracia en 1983, la inestabilidad económica estuvo lejos de resolverse.
El presidente Raúl Alfonsín tuvo que convivir con la inflación a tal punto que la debacle económica fue el factor determinante para su renuncia anticipada al máximo cargo en julio de 1989.
Pero a mediados de 1985 cuando los precios y la especulación financiera parecían desbordarse, el gobierno radical estrenó el plan económico denominado Austral. Junto con una serie de medidas destinadas al enfriamiento de la economía, se reemplaza el tradicional peso por el Austral como signo monetario argentino, seguido de una “tablita” de desagio de intereses en los compromisos de pago a futuro. La paridad de la nueva moneda se fija en un Austral por cada 0,85 centavos de la moneda estadounidense.
En los días previos a la puesta en marcha de las nuevas medidas, la “City”, porteña, el corazón financiero del país que late en las pocas manzanas de la zona bancaria, desarrolla una febril actividad. La vedette indiscutible era la moneda estadounidense, objeto de los desvelos de miles de personas que deambulaban por las entidades financieras y bancarias.
En las estrechas veredas, muchos hombres estacionados susurran al paso de los transeúntes:
“Cambio, cambio”
Quienes pronunciaban la misteriosa palabrita eran los que aprovechando la crisis y el vertiginoso aumento del dólar, compraban y vendían el codiciado billete verde por cuenta propia o de terceros; generalmente casas de cambio o “cuevas” clandestinas, los cambistas no habilitados. Los efectos del Plan Austral duraron poco y el fracasado Plan Austral fue reemplazado por el Plan Primavera, obra del mismo ministro de Economía alfonsinista, Juan Vital Sourrouille. Pero el deterioro económico siguió su curso ascendente hasta que la inflación parecía incontrolable. El quiebre se registró a mediados de 1989. El 14 de mayo de ese año se realizaron las elecciones presidenciales que dieron un amplio triunfo al justicialista Carlos Menem en medio de una crisis sin precedentes desde el fin de la dictadura.
Una vez más los argentinos corrieron al dólar para proteger sus ahorros algunos y para hacer una diferencia, otros; pero todo el que tenía algunos australes de reserva trataba de convertirlos en dólares.
La “City” fue invadida por una multitud ansiosa que hacía largas colas ante las casas de cambio, porque ese dólar que en 1985 valía un austral, cuatro años después costaba 130.
Entonces volvieron aquellos hombres que ofrecían “cambio” pero multiplicados por centenares.
Algunos se apostaban en paradas fijas durante horas, por tal razón el inagotable ingenio callejero comenzó a llamarles “arbolitos”; eran los proveedores de “los verdes”. Entonces los “arbolitos” florecieron en todas las veredas.
“Cambio, cambio”. Voceaban los “arbolitos” ya sin pudor, porque todo el mundo estaba en lo mismo. La inflación se convirtió en hiperinflación y los turistas extranjeros no podían creer que la gente mantuviera su rutina en medio de semejante descalabro económico. El dólar aumentaba su precio por horas y la tasa efectiva por plazos fijos, en carrera desigual con el dólar, también trepaba a valores asombrosos.
Mientras duró el caos económico, en la zona bancaria proliferaron los “arbolitos” como si fueran parte del paisaje desde siempre. Los más hábiles de estos ejemplares obtuvieron jugosas ganancias, ya que en muchos casos hacían diferencias superiores al 25% en dólares. Los menos afortunados revendían por cuenta de los cambistas o las “cuevas” con una rentabilidad menor y otros, se limitaban solo a captar clientes que luego serían derivados al verdadero operador.
Pasada la “híper” con su fiebre especulativa, los “arbolitos” comenzaron a languidecer hasta que la Ley de Convertibilidad de abril de 1991, fijó la paridad del dólar en un peso.
La unidad monetaria argentina recuperó su denominación tradicional. La estabilidad duró más de 10 años y los arbóreos trabajadores emigraron a otras actividades. Cuando el oficio parecía olvidado, llegó la crisis de diciembre de 2001 y la convertibilidad estalló en pedazos arrastrando a su creador el ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo y al presidente Fernando De La Rúa. El Jefe de Estado provisional Eduardo Duhalde derogó la cuestionada norma, que si bien fue útil como medida de emergencia, se mantuvo por decreto durante una década artificialmente, financiada con la venta y privatizaciones de bienes del Estado Nacional y un colosal endeudamiento externo. La mega devaluación aplicada por Eduardo Duhalde equiparó el valor de la divisa norteamericana al exigido por “los mercados” y cientos de miles de ahorristas perdieron sus depósitos en dólares a manos de los bancos, que protegidos por una medida gubernamental para evitar la quiebra del sistema, retuvieron los ahorros y luego los devolvieron pesificados a mucho menos valor. Sólo salieron ganando los bancos.
El gobierno creó una serie de controles para la compra de divisas, entonces retornaron los “arbolitos”, los veteranos y los nuevos. Los que habían tenido un empleo y lo perdieron, los que conservaban algún ahorro y algunas mujeres que durante la hiperinflación no “arboleaban”. En enero de 2002 los “arbolitos” del microcentro ya eran un bosque. En la oferta de cambio predominaban los hombres de mediana edad, a los que se sumaban jóvenes debutantes que de la crisis de 1989 sólo conservaban un vago infantil. Pero los topes que se impusieron a la compra de divisas, generó una versión más devaluada del “arbolito”; el “colero”. Este personaje es el que hacía cola en las casas de cambio por cuenta de terceros, o por propia decisión para luego revender los billetes extranjeros. Los que “coleaban” por encargo obtenían una pequeña ganancia por cada operación cerrada, redondeando al final del día un modesto jornal.
Con el paso del tiempo el valor del dólar se estabilizó y “coleros”, “arbolitos” y otros operadores marginales emigraron nuevamente a otros oficios. Solo quedaban algunos pocos empecinados merodeando en la City y susurrando “cambio, cambio”, como si invocaran el retorno de los días dorados de la actividad.
Pero un año más tarde se realizan las elecciones presidenciales que por abandono del balotaje por parte de Carlos Menem, se alza con el triunfo Néstor Kirchner. Una coyuntura internacional favorable y una serie de medidas acertadas, permiten al nuevo gobierno estabilizar la economía y facilitar una razonable distribución del ingreso, lo que allana el camino a su sucesora Cristina Fernández, para obtener un nuevo mandato que finaliza en diciembre de 2015. En los tres gobiernos sucesivos del mismo signo político, Argentina se desprendió de la tutela del Fondo Monetario Internacional (FMI), cancelando la deuda con ese organismo y con inflación relativamente baja.
Con el gobierno de signo liberal presidido por Mauricio Macri desde diciembre de 2015, se liberalizan también algunas operaciones bancarias y es así que el Banco Central de la República Argentina (BCRA) en noviembre 2017, legaliza la compra y venta de monedas extranjeras en la calle, siempre que los promotores lo hagan por cuenta de una empresa registrada y debidamente identificados. La realidad es que los “arbolitos” veteranos no acusaron recibo y siguieron operando por la suya.
En 2020 y ya durante el gobierno del justicialista Alberto Fernández, se registra una fuerte presión sobre el dólar, debido a la escasez de divisas y la sombra del pago de la colosal deuda externa (U$S 45.000 millones) contraída por el gobierno anterior, el Banco Central comienza a aplicar medidas restrictivas, que generan un efecto rebote, movilizando aún más a los “arbolitos”. Vale recordar que la Ley de Régimen Penal Cambiario castiga a quien opere fuera del circuito legal, con penas que van de fuertes multas a los debutantes hasta prisión efectiva para los reincidentes. En la práctica la Ley parece destinada a los delincuentes económicos, como los grandes fugadores de divisas, ya que “arbolitos” y clientes continúan con sus rutinas de tráfico de divisas, cuya vedette es el dólar “blue”.
Pero el siglo XXI acercó al mercado informal, las criptomonedas. La moneda virtual es operada por una suerte de “arbolitos” que trabajan desde una computadora, y compran y venden como lo hacen sus colegas que fatigan las esquinas del microcentro porteño.
Recordemos que este “obrero” del tráfico ilegal de divisas, el “arbolito” callejero, trabaja en general por una comisión derivando el cliente a la “cueva”; que es la que realiza la operación, aunque también existen cuentapropistas que lo hacen en forma independiente. Los economistas consideran que el mercado ilegal mueve menos de tres millones de dólares diarios, una cantidad ínfima comparada al conjunto de las operaciones que se registran en el mercado formal, pero el efecto psicológico sobre los pequeños operadores es enorme; ya que es costumbre que el mercado interno traslade los aumentos del dólar a los precios al consumidor; por lo tanto tiene una consecuencia política y económica sobre el conjunto de la población. Las fuertes corridas financieras que “dispararon” el dólar fueron en el último tramo del año 2022, cuando el ministro de Economía Martín Guzmán se alejó del gobierno nacional con un portazo. El dólar “blue” entonces, trepó un seis por ciento diario, hasta la asunción de su reemplazante Sergio Massa, cuando la divisa comenzó a calmarse. Los “arbolitos” durante la turbulencia hicieron su agosto, pese a que prefieren operar en un mercado calmo.
Parafraseando a un pensador chino, podríamos afirmar que la inflación lleva en su seno al “arbolito», como la nube a la lluvia.