Se montaba la guitarra sobre sus espaldas y la había hablar como un prestidigitador de circo.
Aunque también sabía de hacerla sonar tocada por los dioses, al fin sus discípulos. Guitarra excepcional, probablemente el mejor de todos los tiempos entre los muchos criados en estas latitudes, Oscar Alemán fue un grande del swing. De los más grandes. Admirado por Duke Ellington, Louis Armstrong y otros notables pares musicales junto a quienes frecuentó el Hot Club de Francia. Así lo recuerda la historia del jazz, singular pionero del género, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Autodidacta para el asombro, nunca supo leer ni escribir música. Le bastó con su oído absoluto, privilegio de muy pocos, para capturar y desentrañar todos los sonidos atesorados por el pentagrama de la vida. Nacido en 1909, hubiera cumplido cien años hace apenas unas semanas atrás, el 20 de febrero. Para conmemorar el acontecimiento, el sello Acgua Records editó dos de los discos esenciales del intérprete, material imprescindible para coleccionistas y diletantes.
Grabaciones recuperadas, se llama uno. Rescata su voz y su guitarra en temas clásicos como “Bésame mucho”, “I´ve Got Rhythm”, “In the Mood”, “Caravan”, “Saudade de Bahía”, entre otros compuestos por Duke Ellington, Dorival Caymmi, Irving Berlin y George Gershwin. Oscar Alemán y Los cinco caballeros en el segundo álbum, con un dejo de swing hipnótico, edificado por la comunión de la guitarra , el violin, la batería , el piano y el clarinete; sobresalen temas de Eduardo Lecuona, Cole Porter y George Shearing. Una joyita.
Hijo de un músico sin suerte, pequeño, de pelo ensortijado y piel morena, bromista, aunque de carácter difícil, aprendió de niño a tocar el cavaquinho (la pequeña guitarra de cuatro cuerdas) en Santos, Brasil, su destino temporario. Fue su salvavidas en medio de las tempestades de una infancia cargada de calle, carencias, duelos y abandonos.
En 1925 regresó a Buenos Aires junto al guitarrista Gastón Bueno Lobo, con quien formaba un dúo. Ya tocaba ukelele, guitarra, contrabajo, pandeiro , maracas , bongó, batería , era bailarín de ritmos tropicales y cantaba en castellano, francés y portugués. Lo que se dice un showman consumado. Esas aptitudes, a fuerza de trajinar fox trots, música brasileña valses y tangos, le franquearon las puertas del Chabtecler y el Tabarís escalera con pasaje abierto a Europa.
Desembarcó en Paris, en 1932, después de actuar en Grecia, España, Italia, Alemania y Holanda. Lo escuchó tocar y contrató Josephine Baker, por entonces la reina del music hall. Alemán acompañaba a la diva, dirigía la orquesta (The Baker Boys) en los espectáculos revisteriles e integraba el grupo negro Freddy Taylor´s Swing Men from Harlen. Allí conoció a Django Reinhardt, con quien compartía guitarra, música, talento y amistad.
La leyenda dice que fue el amigo más cercano que tuvo el notable guitarrista gitano, uno de los pocos con acceso al carromato donde vivía. En un marco de singular originalidad cultivaron estilos similares. Pero no se guardaron nada. Compartieron secretos, innovaciones técnicas y escenarios, aunque oficialmente nunca tocaron juntos. Se sabe que frecuentaban locales de dudosa categoría y moral. Alli volaba la imaginación y Alemán se vestía de gitano , o de indio, para formar un dúo memorable. Seguramente, fue su momento más feraz y creativo.
La Segunda Guerra Mundial lo trajo de vuelta a la Argentina. La influencia del Quinteto del Hot Club parisino formó con Hernán Oliva (violín), Darío Quaglia (segunda guitarra), Andrés Álvarez (bajo) y Ramón Caravaca (batería). El grupo se convirtió en sexteto, Alemán y Caravaca fueron acompañados por Manuel Gavinovich (violín), su hermano Luis (bajo), Rogelio Robledo (piano) y Guillermo Barbieri (segunda guitarra). Con cambios de pianista, entraron sucesivamente el uruguayo Ceferino Alburquerque, Charles Wilson y Walter Noseda. Entre 1943 y 1947, esta agrupación grabó más de cuarenta temas.
Viajero incansable, Alemán volvió a partir hacia Europa a fines de los cincuenta. A su retorno, permanecería alejado de estudios y escenario por diez años.
Estaba dedicado a la enseñanza, con esporádicas actuaciones públicas, cuando reapareció triunfante en 1971. Fue una nota de Hermenegildo “Menchi” Sábat, enamorado del jazz, lo que le abrió las puertas para rescatarlo del olvido.
Treinta años después, con idéntico propósito, Hernán Gaffet dirigió Oscar Alemán, vida con swing (1999/2002), un fresco testimonial para aproximarse a la vida y obra de quien fue bendecido, públicamente por Duke Ellington, como “Un gato con raíces”.Y con mucho swing, por supuesto.
Debate – por Lorenzo Amengual