Quiere decir “cabecita” en quichua. Ser legendario muy conocido en Santiago del Estero, y especialmente en los departamentos de Guasayán y Jiménez. Se lo describe como una cabeza humana de larga y enmarañada cabellera que vaga sola en la noche, rodando por el suelo o volando a ras de él, y produciendo al desplazarse un ruido suave, como de trigal merecido por el viento. También como una gran cabeza de dura pelambre, o una cabecita como de criatura. Suele aparecerse en las taperas o en los caminos viejos y abandonados en esa indecisa claridad en que culmina el día, llorando y con el rostro bañado en lágrimas. Aunque por lo común reduce su llanto a una simple expresión de amargura, hay veces en que implora piedad, o pide ayuda para salir de su angustiante situación. Siempre quiere contar al viajero su aflicción, pero sólo logra aterrorizarlo con su presencia.
Sin embargo, muchos de los que la conocen no le temen. Hasta afirmar que hacerse acompañar por ella en una travesía nocturna es una protección eficaz contra los malos espíritus, aunque hay que aguantar, claro, con sus constantes quejas. Di Lullo subraya esta condición de numen tutelar, que advierte a los hombres obre los peligrosos que los acechan. Domingo Bravo nos cuenta que a menudo los paisanos le dejan agua en un sitio apartado para que deba, pues sería la sed lo que le saca de su refugio, llevándola a merodear los ranchos.
Pero también hay versiones terribles de esta leyenda, que hablan de viajeros que se trabaron en tenaz lucha con ella hasta el amanecer, hora en que la vieron transformarse en toro o ternero, y confesar a pagar. Pero vencedor no salió en esos casos bien librados, pues perdió el habla. O sea, la palabra de la Umita solo suena para privar de su palabra al desventurado oyente.
El alba pone siempre fin a sus andanzas.
Adolfo Colombres – Seres Sobrenaturales de la Cultura Popular Argentina – Ediciones del Sol – 1984 – Ilustraciones de Ricardo Deambrosi