Martes primaveral, humeado con cierto dejo aromático sin poder precisar si se trataba del ahumado a madera de durazno, mezquite o cedro. Sólo mi vecino, quien es especialista en este tema y a su vez seguramente el hacedor de mi intriga, podía responder.
Desde el ligustro, medianera entre patios, observo a Claudio al pie del parrillero, con porte elegante, esbelto, botas y bombacha gaucha, camisa leñadora y un pañuelo anudado prolijamente con pasa pañuelo de plata. Vestimenta que luce en su ritual dominical y echa rienda suelta a su apasionado arte culinario frente al parrillero del quincho abierto con ambientación a finca de campo en el medio de la ciudad de Campana.
Saluda con una mano mientras la otra es ocupada con el atizador para avivar el fuego. Consulto a qué se debe la parrillada un día martes. Sonríe con expresión campestre, “Venga nomás vecina, acérquese al fogón”. Modismo Típico de quien conserva cierta sensibilidad de los sentidos de gente de campo y que el hombre de ciudad perdió: Invitar al diálogo sin motivo aparente.
Acepto sin dudar la invitación. Minutos después, me encuentro haciendo compañía a mi amigo de años, catar pausadamente un tintillo y picadita que invita a charla entre amigos, surgen jugosas anécdotas, consejos invalorables, proyectos y sueños a realizar. ¡Cómo negarme a tal placer!
Junto a Claudio, prontamente quisimos recordar cuál fue la última vez antes que la pandemia entorpeciera nuestras juntadas reflexivas y carcajadas ininterrumpidas entre tema y tema, no lo podíamos precisar.
Pasó tiempo, más cuando la parrillada se arma los domingos en su vivienda, le consulto el motivo de romper con su tradición un día martes. Un ademán reflexivo con su mano que apoya detrás de su nuca para deslizarla hacia adelante, explica que es 11 de octubre, muchos reconocen como el “Día Nacional del Asado”, sin embargo sus investigaciones y conocimientos sobre el tema le señalan el 25 de noviembre. De todas formas, Claudio como buen argento, hace honores a su gran pasión el asado de tira. Se disculpa diciendo “Esta vez amiga, le debo las achuras que tanto le gustan”.
Continúa su tarea de salar la tira ancha que coloca sobre la parrilla bien caliente, un truco indispensable, y distribuye con la pala de brasas regulando su consumición en forma gradual y lenta, legado adquirido en años de experiencia.
De repente observa mi mirada fija en el rojo purpúreo a trasluz de mi copa, por temor a cortar el jolgorio con pensamientos nostálgicos, interrumpe mi momento de introspección. Inspirada, le comento cómo un mismo tema de diálogo varía ante un mate, al pie del asador o sobre la mesa servida. Una carcajada irrumpe tal reflexión con un simple gesto de asombro, consulta cómo sería eso. Ejemplifico con un tema tan complejo como es “la gorreada”, asunto íntimo y doloroso para tratar sólo con cercanos, con mate de por medio se vuelve una catarata de sentimientos nefastos, angustiantes lleno de culpas y contradicciones… eso sí, sin ninguna lágrima, a ojo seco nomás… el mate para eso es sabio. En cambio al pie del parrillero se vuelve anécdota, jocosa en muchos casos, una experiencia más, superador de traumas y por supuesto maldiciones de por medio y puteadas sanadoras con mucho humor. En cambio a la hora de la mesa, esos temas no existen, no queda rastro. La sobre mesa es un lugar propicio para develar grandes incógnitas del ser nacional, de las cosas que se hacen bien o mal en nuestro país, jamás sobre una traición personal. ¿Cómo arruinar el último trago de una copa compartida entre amigos? ¡Imperdonable! Claudio, con sonrisa sincera y gingival no sale de su sorpresa, exclama “hay amiga las cosas que se le ocurren, aunque no puedo contradecirla. Vaya si hay diferencia de charla entre mates, en el asador o en la mesa. Vamos…. la mesa está servida”
(**) La poeta y escritora de Argentina Liliana Mabel Selzer es Profesora de música y Analista de Sistemas. Su principal interés es fomentar valores en la sociedad, soslayar desigualdades y priorizar la educación para el desarrollo personal y social del ser humano.