La costumbre de utilizar los cafés como ámbito de encuentro social, llegó a Buenos Aires tempranamente, ya que los primeros indicios datan de principios del siglo XVI, cuando arribó a la ciudad de la Santísima Trinidad que en realidad todavía era un pequeño caserío, el primer billar, entonces llamado truque. El artefacto fue destinado a una suerte de salón de juegos donde también había otros pasatiempos; pese a que no era exactamente un bar, tal cual lo conocimos después.
Pero la ciudad creció y comenzaron a proliferar los establecimientos como los que se conocían en Madrid, París o en las ciudades italianas. Si bien existían las pulperías, remedo de las ventas españolas y las postas virreinales, que sobrevivieron hasta entrado el siglo XX en su formato de “Almacén” o “Despacho de Bebidas” en los suburbios porteños, el café céntrico se emparentó con la Historia en las jornadas de 1806 y 1807, durante la resistencia a las invasiones inglesas.
Nombres como Café De Marco, Los Catalanes o la Fonda de Los Tres Reyes, todos en las inmediaciones del Cabildo, el Fuerte (hoy Casa Rosada) y el Cuartel de Las Temporalidades (base del Regimiento Patricios, en el actual Colegio Nacional de Buenos Aires), fueron verdaderos nidos de conspiradores hispano – criollos contra los sajones. Luego, esos cafés de moda, continuaron siendo cenáculo de intelectuales e inquietudes políticas, cuando los acontecimientos que se registraban en la Metrópoli sacudieron la estructura del viejo orden virreinal en el Río de La Plata. Entonces esos cafés se transformaron en caja de resonancia y debate, de los vientos revolucionarios que auguraban el Mayo de 1810.
Otros reductos ocuparon el lugar de los ya mencionados, como el Café de La Victoria (Hoy Hipólito Yrigoyen, frente a Plaza de Mayo) y continuando la saga, ubicamos a otro café Victoria, pero éste se encuentra también sobre Hipólito Yrigoyen (recordemos que el nombre original de ésta calle fue Victoria) y avenida Entre Ríos, frente al edificio del congreso de la Nación. Su origen se remonta a 1860, cuando aparece como pulpería; y en ese rubro se mantuvo hasta 1930 en que se identifica definitivamente, como café.
Su cercanía con el Palacio Legislativo lo convirtió en una posta obligada de destacados parlamentarios, de tres ex presidentes de la Nación (Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Carlos Menem); además de actores y otras personalidades de la cultura y el espectáculo. Cerró sus puertas en el año 2002, pero reabrió en 2008.
Entre los más antiguos que siguen existiendo no se puede ignorar al Tortoni. Ubicado originalmente sobre la calle Rivadavia desde 1858, cuando se inauguró la avenida de Mayo abrió una nueva entrada acorde con la suntuosidad de la flamante Avenida, que sería el orgullo del “Granero del Mundo” durante años. El Tortoni permanece en pleno siglo XXI.
Por la misma época en que la zona de Plaza Lorea alcanzó su esplendor con la inauguración del edificio del Congreso y la apertura de la Avenida de Mayo, en la esquina de Callao y Rivadavia se construyó la Confitería del Molino (1912), siendo inaugurada en forma definitiva en 1917. Pronto se convirtió en un refugio de gente vinculada a la política y una suerte de anexo del Congreso Nacional; y sus gigantescas aspas molineras, pasaron a ser otro símbolo de Buenos Aires. El origen del nombre y las aspas, se deben al molino harinero que existía frente al café. En 1997 la confitería cerró sus puertas y estuvo clausurada y en total abandono hasta 2014, cuando en un salvataje conjunto, el Gobierno Nacional, el Congreso de la Nación y el gobierno de CABA, proveyeron los fondos para expropiarla y proceder a su reconstrucción. En el año 2022 reabrió sus puertas. La confitería Del Molino fue declarada Monumento Histórico Nacional y cuenta también con otras nominaciones internacionales.
De la misma época data la Confitería La Helvética, en Corrientes y San Martín, donde Bartolomé Mitre solía tomar sus cafés de la tarde, pero como una paradoja de la Historia, en la década de 1920 se convirtió en un reducto de militantes nacionalistas y antiliberales, que se reunían en el salón presidido por un antiguo retrato del General Mitre, el personaje más criticado de la historiografía argentina por revisionistas y nacionalistas. En 1955, un local vecino a la confitería era sede de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), agrupación filoperonista. Fue el único sector político que resistió el golpe cívico – militar del 19 de septiembre de 1955 con las armas en la mano. Sus simpatizantes, atrincherados en el edificio, fueron barridos a cañonazos por un tanque del Ejército sublevado. La Helvética también resultó tan dañada, que hubo que demolerla.
En éste presuroso recorrido, no hay que olvidar a la “paqueta” Confitería del Águila, de Callao y Santa Fe y el café que marcó una época de la moda porteña: el Petit Café, ubicado en diagonal a la Confitería del Águila; cuna de los “petiteros”.
Capítulo aparte y conservando el perfil clásico del café porteño, existe “Los Angelitos”. En la esquina de Rivadavia y Rincón, a poca distancia del Congreso, fue un bastión tanguero hace más de un siglo.
“Yo te alegré con mis gritos
En los tiempos de Carlitos
Por Rivadavia y Rincón”
Así glosa el tango “Café de Los Angelitos”, de Cátulo Castillo y José Razzano. Ese templo de cultura porteña estuvo cerrado durante años y a punto de enfrentar la piqueta, cuando finalmente y con inversionistas mediante, pudo ser reflotado y hoy, acompañado de una galería testimonial que decora sus paredes, sigue estando abierto en esa esquina inmortal, como si nunca hubiera cerrado.
Otro hito recuperado para la ciudad es la Confitería La Ideal, sita en Suipacha al 300 a metros de la Avenida Corrientes. Fue célebre por su exquisita repostería. La fundó en 1912 el español Manuel R. Fernández, quien se encargó de importar de Europa todos los accesorios (arañas, vitraux, mobiliario, etc). En la actualidad sigue funcionando preservando su identidad, tanto en la calidad de los productos como en la ambientación.
Sin alejarnos del Centro, en la Avenida de Mayo al 1.200 nos encontramos con el histórico“Treinta y Seis Billares”. Fundado en 1894, en los años dorados de los cafés porteños, conoció mesas superpobladas de hombres leyendo diarios con los eternos pocillos de café humeantes; y más al fondo, las mesas de paño que le dieron el nombre, con el seco golpe de taco sobre la bola como música de fondo. Hoy cuenta con 9 mesas de billar, 6 de pool y una de snooker. Conserva el apartado para los juegos de mesa, hay espectáculos de tango y también brinda servicio de restaurante.
Continuando el recorrido imaginario, es inevitable recalar en “La Academia” de Callao casi Corrientes. Fundada en 1930, supo de noches florecientes con sus mesas de billar y juegos de mesas siempre ocupadas. Por su proximidad con “La calle que nunca duerme”, fue frecuentada por artistas durante décadas. Su existencia tambaleó durante la pandemia covid – 19 y apenas sobrevivió con el delivery. Pero La Academia se repuso y hoy cuenta con mesas de billar, pool, metegol, ping – pong y juegos de mesa y los servicios de gastronomía y cafetería habituales.
Y ya alejándonos un poco del Centro, en el barrio de San Telmo sigue en pie el bar El Británico. En 1928 con el nombre actual, reemplazó a una pulpería existente en esa esquina de Defensa y Brasil. Se cuenta que su denominación obedece a que era frecuentado por trabajadores ingleses del Ferrocarril Sud (actual General Roca). El lugar fue regentado por los famosos “gallegos” José Trillo, Pepe Miñones y Manolo Pose entre los años ‘60 y mediados de los 2.000. Su público antes del boom turístico,eran algunos intelectuales, gente del barrio y taxistas. En el año 2.000 los dueños no renovaron el contrato a “los gallegos” y pretendieron cerrarlo. La respuesta fue todo San Telmo movilizado en defensa de su boliche más emblemático, con abrazos simbólicos y manifestaciones. Represión policial mediante el café fue cerrado, pero un año más tarde, un nuevo inquilino lo reabrió con algunas reformas necesarias. Hoy El Británico sigue ahí, en la entrada al barrio candombero, con sus mesas amigas.
Pero en éste inventario sintético, no se puede obviar La Esquina Homero Manzi de San Juan y Boedo. Antiguamente ese café se llamó El Aeroplano (1927). Cambió de identidad y dueño varias veces. Después de su primera nominación, fue rebautizado como Nippón, y luego Canadian. En 1981 adquirió su nombre actual. Se cuenta que en alguna de sus mesas el poeta Homero Manzi habría escrito su tango inmortal Sur, con música de Aníbal Troilo. El Manzi cerró sus puertas en 1999 pero dos años más tarde, reabrió y hoy es un café, restaurante y lugar de espectáculos tangueros, de los más reconocidos.
Como se ha dicho, en éste recuento precario se menciona sólo a algunos de nuestros más célebres cafés – bares, no por casualidad ni por una elección azarosa. Se trata de aquellos que entre sus paredes albergan buena parte de la Historia porteña, es decir, la identidad de La Reina del Plata.