Riverside, Chicago. Frances Murphy, Lilian Oetting y Mildred Linquist se retiraron del albergue que compartían, en la cercanía del río Illinois. El trío de mujeres, todas de mediana edad, eran amigas, iban a la misma iglesia, compartían la rutina. No molestaban a nadie. No tenían amistades de dudosa procedencia.
Aquel marzo de 1960 fue particularmente frío. La helada había convertido las aceras en un resbaladizo camino de obstáculos. Una capa de nieve bastante gruesa decoraba el paisaje del Starved Rock, un parque turístico que se convertiría en el escenario de un crimen que hasta la fecha sigue conmocionando a la sociedad estadounidense.
El 16 de marzo la policía hizo un hallazgo macabro: tres cuerpos, parcialmente desnudos, abandonados en una cueva del parque. Dos de ellas estaban atadas de manos con un hilo blanco. Las habían asesinado presumiblemente con una rama congelada de un árbol. Las golpearon en todo el cuerpo hasta que sus signos vitales se apagaron. Fue una muerte brutal, violenta como pocos, que hablaba de un nivel de saña inusitada.
Chester Weger era un trabajador aparentemente común y corriente. Empleado en un pequeño restaurante, en donde se desempeñaba como lavaplatos. El 15 de marzo, un día antes del descubrimiento policial, la noticia sobre la desaparición de las amigas se había esparcido como un fuego salvaje en la comunidad. Todos estaban atentos a cualquier indicio de sospecha.
Wenger había ido a trabajar con varios rasguños en su rostro. Cuando sus compañeras, dubitativas, le preguntaron qué le había sucedido, desestimó las heridas, aduciendo accidentes menores al afeitarse. Más adelante le declararía a la policía que al momento del asesinato él se encontraba en su casa, tranquilo, escribiendo algunas cartas de puño y letra.
El pasado del lavaplatos lo ubicaba como el sospechoso ideal. Meses antes había sido acusado de violar a una niña en el Matthiensen State Park. ¿La modalidad? Había atado de manos a su víctima, con una cuerda similar a la que encontraron en Lilian, Frances y Mildred. Aparte, los cortes en su cara se asemejaban más a rasguños, heridas defensivas. Nadie podía cortarse el rostro en tantos lugares al afeitarse.
Chester, que estaba casado, tenía dos hijos, fue llevado a la sala de interrogatorios. Los experimentados investigadores no consiguieron quebrar las coartadas del sospechoso. Hasta que llegó el turno del detector de mentiras. Esta vez el resultado fue negativo para él.
No tuvo más remedio que confesar que había participado en el horrible crimen de tres mujeres inocentes.
La policía había capturado al culpable.
La causa se cerró.
Los familiares de las víctimas enterraron a sus muertos.
La sociedad se olvidó del asesino, que fue condenado a prisión perpetua por la muerte de Lillian Oetting.
Todo terminó allí.
Hasta octubre del 2022, cuando Chester Weger fue liberado tras 24 intentos de apelar por la libertad condicional. No fue absuelto, aún se lo considera culpable. Pero él lleva más de seis décadas afirmando que le obligaron a confesar un crimen que no cometió.
¿Cuál es la verdad?
Los asesinatos de Starved Rock, miniserie documental de tres episodios dirigida por Jody McVeigh-Schultz, ofrece un profundo análisis del caso, concentrándose en dos voces particulares: la de los familiares de las víctimas y la de David Raccuglia, hijo del fiscal que encarceló a Weger. El entonces niño, hoy estilista de cierto renombre, intenta desentrañar los misterios detrás del proceso que llevó adelante su padre.
La cineasta busca abarcar todas las aristas posibles, llegando a entrevistar a miembros de Friends of Chester Weger, una agrupación que sostiene hace décadas la inocencia del único condenado por el terrible crimen.
Las evidencias que se probaron en la década del 60 para condenar a Weger hoy no cumplirían con ningún estándar de procedimiento judicial. Reconocimientos faciales de memoria, manchas de sangre muy extrañas en un abrigo del acusado y pruebas de polígrafo cuestionables.
Para colmo, está la figura del hijo del propietario del parque, quien desapareció días después de los asesinatos. Huyó a Grecia, en donde se quitó la vida meses más tarde.
El misterio está planteado con pericia, y también con delicadeza hacia las víctimas. Esta no es una serie documental que busca exonerar a un culpable sino que intenta abordar un caso complejo, contextualizando una época en donde la justicia no tenía los medios tecnológicos actuales para esclarecer casos.
Los asesinatos de Starved Rocks demuestra una vez más el poderío narrativo de los true crime, un género harto popular en los servicios de streaming. Al ser de tan solo tres episodios la directora evita caer en demasiadas especulaciones e hipótesis, va directo a los puntos importantes y desarrolla una historia tan apasionante como trágica.
Chester Weger hoy goza de libertad condicional. Pudo conocer a su familia, que creció sin él. Pero no fue absuelto, pese a que sostiene su inocencia desde 1961.
HBO MAX nos da la oportunidad de indagar en un fascinante caso para poder sacar nuestras propias conclusiones.