“Los montes están de parto, darán a luz a un ridículo ratón”.
Así escriben en su “Arte poética” el poeta Horacio (65-8 a.C.) para referirse a ciertos autores de su época cuyas odas o tragedias comenzaban anunciando acontecimientos extraordinarios y grandes proezas a sus personajes, para concluir pobremente, dejando decepcionado al público. Pronto los romanos adoptaron esa ironía y la generalización para cualquier empresa pomposamente anunciada, cuyos resultados quedaban muy lejos de responder a lo prometido. Un chasco a todo volumen y a corto plazo.
Con el tiempo la segunda parte del verso se fue borrando del habla y el ratoncito se esfumó. La expresión tomó entonces su forma actual: el parto de los montes. Con ella se alude a cualquier realización que presenta dificultades enormes. Que requiere tiempo, paciencia y trabajos agotadores. Tanto, que son capaces de hacer parir a una montaña.
Caras- 26-05-94 – Etimología – Historia de las Frases
El parto de los montes es el título de una fábula de Esopo (siglo VI a. C.).
La fábula, muy breve, relata cómo los montes dan terribles signos de estar a punto de dar a luz, infundiendo pánico a quienes los escuchan. Sin embargo, después de señales tan asombrosas, los montes paren un pequeño ratón. La fábula, y la expresión «el parto de los montes», se refieren por lo tanto a aquellos acontecimientos que se anuncian como algo mucho más grande o importante de lo que realmente terminan siendo.
Reutilizaciones y reinterpretaciones
Horacio hace una breve referencia a la fábula esópica en su Epístola a los Pisones, donde con las palabras Parturient montes, nascetur ridiculus mus («parirán los montes; nacerá un ridículo ratón») se refiere a los escritores que escriben con estilos rimbombantes o prometen más de lo que realmente son capaces de ofrecer.
Félix María Samaniego escribió una versión española de la fábula, con una moraleja similar a la de Horacio.
En 1851, el escritor mexicano Eufemio Romero publicó el relato breve «El parto de los montes», que recupera el sentido satírico de la fábula de Esopo. En el relato, dos niños encuentran unos restos óseos en un monte que sacude al pueblo en el que viven; posteriormente se descubre que son los restos de un mono.