Escribir es un oficio, una pasión y un camino que busca hallar al lector. El escritor es parte del engranaje cultural de un determinado lugar. El mundo de la gente del interior es, en muchos puntos, bien disímil al mundo literario de las grandes urbes. El desafío es conocer más para comprender mejor.
Hoy nos acompaña Bruno Celiberti
Nació en Rauch, un pueblo del centro de la provincia de Buenos Aires.
Vive en Rauch.
¿Además del oficio de escribir, tenés alguna otra actividad que desarrollas. De ser así como compatibilizas ambos mundos?
He incursionado en muchos rubros. En muchos “fracasé” porque no permanecí mucho tiempo, pero en ninguno fracasé tanto como árbitro de softbol. Parado cerca de primera base tuve, en muchas ocasiones, ganas de saltar el tejido después de un montón de reclamos de los jugadores.
Hoy soy alambrador y trabajo en el campo. Con la escritura son dos mundos diferentes que conviven todos los días en mi vida. Son necesarios para mí porque no podría vivir en un único mundo literario. Ni tampoco en un mundo rural. Me gusta estar en muchos lugares, aunque algunos me queden más cómodos que otros.
Por cierto, con respecto al partido de softbol, el dueño del evento me felicitó por la decisión tomada luego de marcar un out sobre el final del juego, aunque me dijo que para la próxima no sea tan estricto en un partido que ya está definido para no acalorar el ambiente. Una lección de vida.
¿Desde cuándo se inicia tu pasión por las letras y cómo fueron tus comienzos literarios?
De chico leía el diario cuando llegaba a casa. Recuerdo que llegaba el martes, el viernes y el domingo. Los domingos me encantaban porque llegaban suplementos y revistas que lo hacían aún más atractivo. Todo eso vivido originó que unos años más tarde emigre hacia La Plata para estudiar periodismo deportivo.
Leer libros nunca me gustó de adolescente, en realidad siendo sincero no me gustaba mucho estudiar. Le pedía a mi abuela, ya de muy grandulón, que me hiciera los resúmenes para llevar a la profesora de literatura. Mi abuela, gran lectora, leía el libro y me escribía en una hoja de cuadernillo el argumento y yo lo traspasaba a una hoja de carpeta para llevarla con mucho con mucho orgullo a la clase. Recuerdo una vez que por el lenguaje usado casi se descubrió mi jugada, era imposible que el vago que se sentaba al fondo y no prestaba mucha atención pueda ser el dueño de semejante trabajo. A partir de ese día tomé una medida… buscar sinónimos a las palabras de la abuela.
Años más tarde, a la vuelta del primer viaje que hice con la mochila en la espalda escribí un texto sobre lo que significaba viajar y lo publiqué en Facebook. A partir de ese día, quise viajar y escribir, escribir y viajar. Luego, con los años escribí sobre otros géneros sin perder el ADN.
¿Cuáles libros has publicado y en qué géneros?
Todavía no publiqué ninguno, es casi con seguridad que este año saldrá a la luz mi primer libro de cuentos cortos. El camino es largo, pero sobra la paciencia, ojalá salga algo lindo. Hay veces que tengo más ganas, y otras menos ganas pero creo que al final, cuando lo tenga en mis manos, podré descubrir qué es lo mejor que me pasó en la vida.
¿Cómo es la vida de una escritora en el interior de la provincia? Ventajas y desventajas a la hora de ser leído y/o publicado-
No sé si puedo ver ventajas o desventajas claras, bien marcadas para escribirlas. Pero sí puedo decir que siendo de un pueblo donde se conocen todos, es más fácil que se sepa quién sos y lo que haces durante los días.
¿Cuál es tu humor como escritor en general?
No sé qué contestar, creo que como soy. En la mayoría de cuentos trato de meter en algún momento, alguna línea o párrafo para la risa o para el momento divertido. Me gusta que la persona que me lea se sienta atrapada por alguna locura que da la cotidianidad.
Obviamente tengo cuentos que no forman parte de esa idea. Me gusta también explorar nuevos caminos, pero en la mayoría se trata de cuentos que apuntan a la comedia irrisoria que se puede presentar en cualquier día.
¿Mencionáme algunos de tus escritores admirados y el porqué de la elección?
Los escritores que me gustan son los que escriben acerca de viajes. En mi biblioteca tengo casi 200 libros, podría asegurar que la mitad son de viajes o sobre algún país perdido en el mundo. Tengo mapas, folletos, guías, fotos, muchas cosas sobre el mismo tema.
Todo eso que consumo y he consumido, me ayudó a realizar mis propias aventuras de las que me siento orgulloso, y no es poca cosa sentir eso de algo que uno hace.
Los autores que más me gustan son Paul Theroux y Javier Reverte. También, Ryzard Kapuscinsky y Svetlana Aleksiévich que son periodistas viajeros. Y más cercanos a estos pagos, Juan Pablo Villarino, Fernando Duclós y Juan Ignacio Incardona. Como me dijo mamá cuando llegó el correo: otra vez libros. El libro era “Pasión por África” de Kuki Gallmann, uno más y no jodemos más. Aunque ahora aflojé con la compra de libros para invertir en los gastos de mi propio libro.
¿Cuál es tu anhelo más ferviente?
Poder viajar a un lugar del mundo, o por el mundo en el mejor de los casos, y que la persona que lea pueda viajar conmigo. Algo muy difícil pero que me gustaría intentar.
¿Formás parte de alguna asociación de escritores?
No.
¿Cuál considerás que es el rol de las asociaciones de escritores?
No conozco mucho, pero debería fomentar a que las personas se animen a mostrar sus escritos. Hay muchísimo por leer de mucha gente que tiene mucho por contar.
¿Cuál es tu búsqueda como escritor, si es que la hay?
Seguir escribiendo y que me siga gustando lo que escribo.
¿Qué opinás de los certámenes literarios y mencioná si has recibido alguno?
Están buenos para promover la escritura, como así también es muy subjetivo el premio, ya que recae en la elección de un jurado con sus gustos y su manera de ver la vida. Como en todo concurso. Yo he ganado tres, pero he perdido un montón. Como todo en la vida.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy inmerso en los primeros pasos de mi primer libro. En las áreas de corrección y en el armado, mucho de lo que escribí salió del corazón y en muy pocos minutos. Es bueno escuchar a los que saben y mejorar la calidad de lo que quiero transmitir. Presto atención y aprendo sin modificar mi idea central del cuento.
¿Cómo te ves en tu propio espejo?
El espejo que tengo me lo regalaron mis viejos luego de meses que no tenía uno porque se me había roto en la mudanza.
Cuento de Bruno Celiberti
Santa Lluvia
Mi abuela siempre consideró una sana costumbre: marcar en el almanaque los días de precipitaciones. Casi toda su vida escribió más veces en los primeros meses. Los 85, 33, 45, 19 fueron algunos números que rellenaron los casilleros blancos de los milímetros. Pero el año pasado todo cambió: la lapicera solo se usó con la llegada de los reyes magos para marcar el 23.
Fabián Alderete era el cura del pueblo que había venido de Mendoza hacía siete años. Distinto a los anteriores, Alderete tenía el pelo rubio hasta la cintura y todavía no pintaba canas a pesar de casi pisar los sesenta. Era fanático de los fierros y lo demostraba cada sábado lavando su Chevy ante la mirada de toda la plaza.
Una de esas tardes, se acercó mi abuela para contarle una propuesta que había pensado entre mate y mate: una misa para pedir por la lluvia. Al cura le encantó la idea, una gran oportunidad para ver caras nuevas que puedan camuflar las ya muy conocidas.
Después de una semana, la Iglesia fue el gran escenario del año. No había sitio para estacionar.
Hasta cosechadores y tractores de la gente del campo se podían ver en la calle. Resulta que Elio Alonso y Federico Artusi, los embajadores de la cosecha, se habían puesto de acuerdo para frenar a la flota y traerla toda al pueblo con su ejército de empleados. Algunos se tuvieron que sentar en el suelo porque los bancos estaban completos, al igual que las sillas de plástico que habían traído de la municipalidad. Con el rezo de todos, pensaban que la lluvia iba a llegar tarde o temprano.
Pasaron los días y el sol otoñal fue cada vez más fuerte haciendo parecer que el rezo no era suficiente. Hasta que el miércoles, mitad de la semana, se hizo de noche en pleno mediodía bancario. Nubarrones oscuros fueron el spoiler del diluvio que por arte de algún todopoderoso llegó descontrolado. Había abrazos en las esquinas, los chicos saltaban en la plaza y el Coto, despistado en bicicleta, pasaba sobre los charcos con mucha felicidad. ¡Milagro! ¡Lluvia en el pueblo!
Pero la algarabía fue corta. Al otro día, con 250 milímetros se podía nadar sobre el pavimento. Los del Barrio Bajo estaban a puro lampazo y baldazos luchando contra el agua, y los chacareros tenían las máquinas en los galpones y ahogadas las cabezas de los girasoles. Con el milagro, venía la inundación.
Al domingo siguiente, camionetas embarradas, paraguas tirados y un montón de hojas muertas daban el contexto caótico a la iglesia que nuevamente llenó su capacidad, pero esta vez para pedir una tregua al tiempo que azotaba a todo el partido. Las plegarias no fueron en vano: el martes salió el sol y puso fin a las preocupaciones.
Al año siguiente, mi abuela se volvió a lamentar de su almanaque tan vacío de lluvias. El cura Alderete no necesitó que le proponga una misa porque ya la había planeado, pero quería que sea más grande que la anterior. Es más, por primera vez había invitado al obispo para que vea con sus ojos la fe de su gente.
El domingo, el cura se perfumó como nunca antes, a la espera de su Iglesia repleta como aquella vez. Pero se llevó una sorpresa: los bancos sobraban. Todas las personas que asistieron se sentaron del lado derecho mientras que en el lado izquierdo no había un alma. Nadie quiso ubicarse ahí. El cura Alderete miraba incrédulo la acción, todos apiñados pudiendo estar más cómodos en los otros bancos.
Cuando terminó la santa misa, su duda era aún más gigante. Se acercó a la primera fila y le preguntó a mi abuela si sabía el motivo por el cual se habían agrupado de esa manera tan particular.
Su mejor amiga por estos lares, tan lejanos a los suyos, lo miró con cara de consternada y le susurró con su voz bajita tan característica:
—Mire Padre, no se ofenda, este año queremos que llueva la mitad.